Debate a propósito del Programa de Atención a la Línea de la Frontera y a los Migrantes (PALE) en el marco de la crisis migratoria entre México y Estados Unidos.
Viernes 6 de diciembre de 2024
Como río turbulento que arrastra a millones de seres humanos, forzados a abandonar sus tierras por la pobreza, la violencia, el cambio climático o el colapso de sus sistemas políticos, la migración vuelve a ser eje clave en la política de EE. UU. y México como un tema de control, pero con enfoques que parecen distintos. En América Latina, este flujo migratorio se ha intensificado en las últimas décadas, alcanzando niveles históricos que no dejan indiferente a nadie.
México, como punto de tránsito entre el sur y el norte, se ha convertido en un punto fundamental en esta dinámica. Miles de personas cruzan su territorio con la esperanza de llegar a la frontera con Estados Unidos, donde la promesa de un futuro mejor alcanzando el sueño americano se convierte en una ilusión que se deshace ante la dureza de la realidad.
En este contexto, el Programa de Atención a la Línea de la Frontera y a los Migrantes (PALE), impulsado por el gobierno de Claudia Sheinbaum, se presenta como una respuesta institucional ante la creciente crisis migratoria que azota a México. A través de un enfoque “humanitario”, el PALE se propone garantizar la atención a los migrantes que transitan por el país; sin embargo, al analizarlo, descubrimos que sus esfuerzos por ofrecer una alternativa son, en muchos casos, paliativos e insuficientes frente a las profundas contradicciones estructurales del sistema económico que sustenta tanto la migración como su explotación.
El PALE: entre la solidaridad y las limitaciones del sistema
El PALE, de acuerdo con las autoridades, fue concebido con la intención de ofrecer un enfoque integral de atención humanitaria, particularmente en la frontera sur, una de las regiones más afectadas por el tránsito de migrantes provenientes de Centroamérica, Sudamérica y el Caribe. Desde su creación en 2000, el programa ha evolucionado, adaptándose a las nuevas realidades de una migración que, debido a la creciente violencia y desigualdad en los países de origen, ha alcanzado cifras alarmantes.
Este programa plantea ofrecer servicios esenciales: salud, educación, alojamiento y asistencia legal a los migrantes en su tránsito por México. Además, busca mejorar las condiciones de infraestructura en la frontera sur y garantizar la protección de los derechos humanos de las personas en movimiento. Bajo la premisa de mejorar la situación en una región marcada por la criminalización y la militarización de los migrantes, el PALE se presenta como un intento por humanizar la respuesta institucional ante el fenómeno migratorio.
El PALE, por tanto, podría verse como una luz en medio de la oscuridad, un oasis dentro de un desierto de indiferencia política. Pero ¿esta política es realmente integral? ¿Es suficiente una atención que se limita a los efectos del fenómeno migratorio sin cuestionar las causas que lo generan? Desde una visión crítica, el PALE refleja las contradicciones inherentes de un sistema que, aunque intenta ofrecer soluciones superficiales, no aborda las raíces profundas de la migración: la desigualdad estructural que provoca el neoliberalismo y la explotación capitalista.
Migrantes como mano de obra: la explotación del desplazamiento
Desde una perspectiva marxista, la migración no es un fenómeno aislado ni fortuito. Se trata de una consecuencia directa del sistema económico global que perpetúa la desigualdad y la concentración de poder del imperialismo, cuyo corazón se encuentra en EE. UU. Los migrantes, especialmente aquellos que provienen de países empobrecidos de Centroamérica, son víctimas de un modelo económico que expolia los recursos naturales y humanos del sur para enriquecer a las élites del norte.
La migración, en este sentido, no es sólo una crisis humanitaria, sino una manifestación palpable de la explotación laboral a escala global. Puesto que, el capitalismo necesita mano de obra barata y flexible para mantener su ritmo frenético de producción y consumo, lo cual también afecta a los demás trabajadores profundizando la explotación y falta de derechos en contra de todos. Y los migrantes, al ser empujados por la pobreza y la violencia, se convierten en esa mano de obra, trabajando en condiciones precarias, a menudo sin derechos, sin protección y a merced de las redes de explotación laboral y sexual.
Además, cabe mencionar, que, en regiones como Tapachula, la ciudad más grande en la frontera sur, los migrantes siguen siendo explotados en la agricultura, la prostitución forzada y la trata de personas. El PALE, en este sentido, se creó con objetivo de ofrecer una ayuda temporal, pero no logró cambiar la ecuación que subyace a la migración, ya que el capitalismo necesita de la precarización y la explotación para subsistir.
¿Una respuesta real a la crisis migratoria?
El PALE puede ser visto como una respuesta parcial a la crisis migratoria, pero no es una solución profunda ni transformadora. A pesar de sus esfuerzos por ofrecer una atención humanitaria, no desafía las estructuras de poder que perpetúan la migración ni las políticas que criminalizan a los migrantes. En este sentido, el PALE refleja la limitación inherente de las políticas migratorias de México, que siguen subordinadas a los intereses de Estados Unidos y las dinámicas de contención impuestas por el imperio.
Este programa, al centrarse en la atención humanitaria, se convierte en un parche que oculta las cicatrices más profundas de un sistema que necesita cambiar. México, atrapado entre la presión externa de EE. UU. y sus propios intereses internos, se ve obligado a adoptar políticas de contención, mientras que el gobierno mexicano, aunque promueve una imagen de solidaridad, no cuestiona las raíces del problema.
El hecho de que el PALE no cuestione el sistema económico capitalista que genera las condiciones de desplazamiento masivo pone de manifiesto su limitación. No se trata solo de atender a los migrantes en su tránsito, sino de cambiar las condiciones que los obligan a huir en primer lugar. En lugar de simplemente gestionar la crisis, México debería apostar por una política migratoria transformadora que cuestione las estructuras de poder que alimentan la desigualdad y la explotación.
El papel de Estados Unidos: el imperio y la migración
Es imposible hablar de migración en México sin considerar la influencia de Estados Unidos en las políticas migratorias mexicanas. Las presiones de Washington para que México detenga el paso de los migrantes centroamericanos han sido constantes, y han llevado al gobierno mexicano a implementar medidas cada vez más represivas en sus fronteras. La militarización y las agresiones contra los migrantes, como las que ocurrieron en Chiapas y Ciudad Juárez, son una manifestación de la subordinación de México a los intereses de Estados Unidos.
El PALE, aunque representativo de un intento por “humanizar” la gestión migratoria, sigue operando dentro de los márgenes de una relación desigual. México, en lugar de desafiar la lógica del imperialismo, sigue siendo un instrumento de contención de las políticas estadounidenses, que buscan “detener” la migración sin abordar sus causas estructurales.
Hacia una política migratoria transformadora
El PALE, por más que pretenda presentarse como una solución humanitaria, ofrece sólo una respuesta parcial a un problema profundamente estructural. La migración no puede ser gestionada con medidas temporales; requiere un cambio radical en las relaciones de poder. Es fundamental cuestionar el sistema capitalista que genera la migración forzada y construir un modelo basado en la solidaridad entre los pueblos, no en la explotación de los más vulnerables.
Solo un sistema económico orientado al bienestar colectivo y la justicia social, que respete los derechos de los migrantes y promueva el desarrollo armónico de los pueblos con fronteras abiertas, podrá ofrecer una solución real a la crisis migratoria.
Este cambio es posible únicamente en un horizonte donde la cooperación entre los pueblos no dependa de los intereses de unos pocos capitalistas. La respuesta a la migración no debe limitarse a gestionar la crisis, sino a enfrentar sus causas estructurales, garantizando la dignidad humana en todo momento.
Las políticas xenófobas y las respuestas represivas no sólo buscan frenar el flujo migratorio, sino despojar a las personas de su humanidad. Es imperativo exigir que los militares y las fuerzas de seguridad regresen a sus cuarteles, para detener la violencia que estas fuerzas represivas del Estado ejercen, especialmente contra mujeres y niños migrantes. Asimismo, el dinero destinado a la Guardia Nacional debe ser redirigido hacia la protección real de los derechos humanos, no hacia la represión.
En este contexto, es esencial que los gobiernos ofrezcan refugios de calidad que respeten la dignidad de las personas, en contraste con los actuales centros de detención que, más que lugares de resguardo, parecen auténticos gulags. En estos centros, los migrantes enfrentan condiciones inhumanas: familias separadas, hacinamiento y sufrimiento.
Hoy, más que nunca, las amenazas de deportaciones masivas, impulsadas por políticas como las de Trump, que criminalizan a quienes huyen de la violencia y la pobreza, subrayan la necesidad urgente de una respuesta contundente.
Para enfrentar este desafío, necesitamos un movimiento amplio e independiente que luche por la eliminación de las fronteras impuestas, una de las principales manifestaciones de desigualdad global, para que existan fronteras abiertas para todo aquel que decida migrar. Estas fronteras, reforzadas con tecnología avanzada, políticas xenófobas y racistas, y la represión militar, niegan la posibilidad de una vida digna a los migrantes, que solo buscan una vida mejor. Este movimiento, encabezado por la clase trabajadora, en unidad con el campesinado pobre, las organizaciones democráticas, y las mujeres y jóvenes defensoras de derechos humanos, tal como ocurrió con el movimiento #BlackLivesMatter, debe también exigir que las centrales sindicales democráticas se pongan a la cabeza de organizar la solidaridad y acogida, con un plan de regulación migratoria inmediata en EE. UU. y un plan laboral de trabajos con derechos laborales plenos.
¡Porque ningún ser humano es ilegal!
Diana Palacios
Profesora egresada de la Normal Superior, colaboradora en IdZMx