Mucho se ha dicho sobre la necesidad de que AMLO y su gobierno rompan el pacto patriarcal; detrás, un enorme descontento contra la violencia que vivimos las mujeres parece chocar de frente con la agenda de la 4T.
La postulación de Félix Salgado Macedonio a la candidatura por el gobierno del estado de Guerrero fue un escándalo. Feministas de todo tipo, referentes políticos de centro izquierda y de derechas, así como ciudadanos de a pie repudiaron la provocadora nominación y exigieron a AMLO “romper el pacto patriarcal”, pero ¿puede la 4T realmente romperlo?
¿Qué es el patriarcado?
¿De dónde viene la dominación masculina? ¿Es sólo causa de la opresión de las instituciones como el matrimonio, de la “determinación biológica” o una desafortunada contingencia cultural? Estas interrogantes requieren una respuesta que no sea mecánica y más importante aún, que no sea ahistórica. Algunas feministas consideran, por ejemplo, que el patriarcado como sistema de dominación masculina ha existido siempre, borrando a las sociedades matriarcales. Otras acusan a las marxistas de considerar que la opresión a las mujeres surge con el capitalismo; nada más falso.
Como desarrollan las elaboraciones de Kollontai, Bebel, Engels, Reed o Melliesaux por mencionar algunas, es necesario ubicar en el tiempo-espacio las distintas mutaciones que ha sufrido el patriarcado como sistema milenario de opresión a lo largo de los años, y en la época contemporánea, su relación con el Estado burgués y este sistema político y económico, el capitalismo.
De acuerdo con Andrea D’Atri, en su libro Pan y Rosas, pertenencia de género y antagonismo de clase, entendemos la opresión como “una relación de sometimiento de un grupo sobre otro por razones culturales, raciales o sexuales, donde las desigualdades son usadas en función de poner en desventaja a un determinado grupo social”. Podemos entender el patriarcado, entonces, como un sistema social de opresión que configura una relación desigual entre varones y mujeres, en la que éstas y todo lo que socialmente se está subordinado a los deseos y voluntades de aquellos en tanto sujetos de derechos y detentores del poder (ya sea de las armas, de las decisiones o de los recursos humanos y materiales). Surgido, además, con las sociedades de clases –es decir, de aquellas donde existe la propiedad privada de los medios de producción–, el patriarcado se configura como sistema de opresión y organización social antes de las sociedades con Estado, particularmente en aquellas donde las actividades productivas estaban más desarrolladas, frente a las que tenían a la agricultura como principal fuente de supervivencia.
Es un sistema de opresión que se basa en el control de la sexualidad y reproducción de las mujeres para imponer un control sobre el conjunto del colectivo femenino, extendiendo el dominio patriarcal del marido sobre la esposa, al peso de la decisión de los adultos varones sobre las mujeres, jóvenes, niños y niñas, configurando las diferencias entre los sexos como jerarquías que ordenan el mundo. Pero es fundamental partir de que la sujeción generada por el patriarcado no se constriñe a la relación entre varones y mujeres en una dimensión individual, sino a un entramado de relaciones opresivas que atraviesan el racismo y la sexualidad enmarcadas en un sistema capitalista que encarna su dominación en el Estado burgués.
El patriarcado, en el capitalismo, se reconfigura a partir de dos mecanismos funcionales para la acumulación del capital: garantiza un gran ahorro a los capitalistas a partir de imponer el trabajo reproductivo (trabajo doméstico no remunerado) como tarea propia de las mujeres, asegurando la reproducción gratuita de la fuerza de trabajo al servicio de la explotación capitalista; y profundiza la explotación del conjunto de la clase trabajadora aprovechando los prejuicios patriarcales para justificar menores salarios y peores empleos a las mujeres, presionando a la baja los salarios de todos los trabajadores y sumando millones a las filas del gran ejército de reserva mundial que conforman las y los desocupados.
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Entonces ¿qué es el pacto patriarcal?
A partir de esto podemos entender la definición que tienen algunas feministas sobre el pacto patriarcal. Se refiere a esa colaboración consciente de los varones con aquellos mecanismos sociales y comportamientos que expresan activamente dicho dominio patriarcal; es decir, el silencio cómplice frente a los chistes y comentarios machistas de compañeros de trabajo o estudio, la pasividad cuando se presencian actos de agresión y violencia contra las mujeres, la desestimación y displicencia frente a la denuncia que puedan hacer las víctimas, minimizando sus vivencias, etc. Son ejemplos de una actitud machista que calla estas vejaciones como parte de un pacto que prefiere no denunciar ni tomar partido contra la violencia patriarcal como moneda de cambio por los privilegios de los que goza el colectivo masculino en una sociedad patriarcal.
El límite de esta definición es que presenta al patriarcado –y los mecanismos en los que opera como dominación masculina– individualiza la relación entre varones y mujeres, y que deja fuera que las instituciones del Estado en su forma burguesa (o, en el mejor de los casos, las equipara al alcance de la acción machista de los individuos), reduciendo el rol activo que juegan en la reproducción de la violencia. Pues así como no da lo mismo salir a movilizarnos por nuestros derechos que no hacerlo, no da lo mismo que el Estado, aprovechando el matrimonio bien avenido entre el capitalismo y el patriarcado, apuntale instituciones reaccionarias a las que financia, como las Iglesias, para reproducir a gran escala una campaña reaccionaria contra las mujeres y LGBT, y despliegue políticas sistemáticas que reproducen la desigualdad social, la pobreza y la súper explotación de la mitad de la población mundial.
Como dice Andrea D’Atri, en Patriarcado, crimen y castigo “frente al logro histórico del feminismo que consiguió el reconocimiento social y público de que la violación marital es violencia y no un derecho del cónyuge; que el abuso sexual es violencia y no una costumbre cultural; que el acoso callejero es violencia y no una ofensa intrascendente”, acabando con la naturalización que existe de la violencia patriarcal y disminuyendo la tolerancia frente a la misma, no basta con que los varones reconozcan la responsabilidad que tienen en la reproducción cotidiana de la violencia, particularmente en la vida privada, y rompan el silencio que la mantiene bajo sombras, si no se cuestiona el confinamiento desde el que viven millones de mujeres enfrentando solas las penurias de un sistema político, económico y social que ha mercantilizado sus cuerpos y hasta sus muertes. Que azota con el látigo del feminicidio, que restringe su acceso a los derechos, en particular a decidir sobre sus cuerpos, y que les roba la vida en jornadas de 12, 14 o 16 horas.
Macedonio es la punta del iceberg
La postulación de Macedonio a la gubernatura de Guerrero abrió un nuevo flanco al gobierno a partir de la denuncia que se extendió, abriendo aguas, en la militancia del Morena, con Citlalli Hernández y feministas de la 4T a la cabeza de un repudio que cuenta con el apoyo de más de cien diputados y senadores de su propio partido y alcanzó amplios círculos sociales. Se instaló en redes el hashtag #Rompaelpacto, dirigido al presidente López Obrador, particularmente después de su “Ya chole”, que debería crispar a todx aquellx que se reivindique feminista y se posicione contra todo tipo de violencias hacia las mujeres. La Comisión Nacional de Honestidad y Justicia del Morena ordenó la reposición del proceso que designó a Salgado Macedonio como candidato, luego de haber desechado las acusaciones en su contra declarándolas improcedentes, pero no ha recibido respuesta de la dirección del partido. Sin embargo, el repudio es apenas una expresión de las aspiraciones que el gobierno prometió cumplir, y cada vez demuestra estar más lejos de poder hacerlo. Así lo manifiesta la confirmación, este viernes 5 de marzo, de la candidatura de Salgado Macedonio para competir por la gubernatura de Guerrero por parte del partido en el gobierno. Esto, independientemente de que la dirección de este partido dijo que se respetará el resultado de la encuesta en curso.
Es verdad que partidos de la oposición conservadora están aprovechando este flanco débil para golpear al Morena, buscando recomponerse a costa de atraer el voto femenino y juvenil. Esto los obliga a tener política para el movimiento de mujeres, enormemente dinámico y con un gran potencial para convertirse en la piedra en el zapato de un régimen que profundiza sus lazos con las Iglesias y busca avanzar sobre los derechos de las mujeres, poniéndolos a consulta y manteniendo las condiciones estructurales que generan la violencia feminicida. Pero por más que se pinten feministas, nosotras no olvidamos que son los partidos que desde el Pacto por México votaron todas las reformas en contra de la clase trabajadora y los sectores populares, avanzando en desmantelar las conquistas sociales, como la seguridad social, el sistema de jubilaciones o la estabilidad en el empleo. También entregaron nuestros recursos al imperialismo, profundizaron el despojo y, ahora, en nombre de la “sustentabilidad”, son los voceros de las trasnacionales que buscan explotar las energías renovables con afán de lucro. Además, sacaron al ejército a las calles y se negaron a legalizar la marihuana y otras drogas, para cortar de tajo con la violencia, junto a lo que se disparó el feminicidio y se fortalecieron las redes de trata.
No es difícil identificar qué tipo de feminismo levantan estos partidos, uno liberal, profundamente antiobrero y que buscará a toda costa dividir la lucha contra la violencia patriarcal de la lucha contra la explotación capitalista utilizando todos los recursos de los que goza el Estado, incluyendo la cooptación. Para ellas, la emancipación de las mujeres sólo significa el privilegio de romper el “techo de cristal” de unas pocas, mientras millones se hacinan en el sótano del capitalismo. Por eso, por mucho que exijan que se “rompa el pacto”, o presenten candidatas mujeres y LGBT estas elecciones, su programa y perspectiva política busca mantener y profundizar los ataques contra la clase trabajadora y los sectores populares que vimos en sexenios anteriores. No es casual que los personajes menos potables del Morena provengan de sus filas, como el propio Salgado que hasta el 2017 formó parte del PRD.
Otra reflexión aparte merece el embrollo que atraviesa Morena por la candidatura de Salgado Macedonio. Por un lado, hay cinco denuncias (dos son penales) por abuso sexual y violación contra él, incluyendo la de Basilia Castañeda, militante del Morena y pionera de la construcción de comités de base en su localidad, en el estado de Guerrero, que lo acusa de haberla violado a los 17 años. El presidente ha dicho que hay intereses ocultos detrás de esta denuncia, echando un manto de sospecha sobre su propia militante, en función de defender a ultranza a su candidato. Esto se inscribe además en las incontables ocasiones que el ejecutivo y figuras de su partido han volteado la cara, insultado y denostado al movimiento de mujeres acusándolo de responder a los intereses de la oposición conservadora.
No es sólo la nefasta decisión de proponer, primero, y consultar, después, la candidatura de Salgado Macedonio, ni el “ya chole” de López Obrador. Es la desestimación de AMLO de las denuncias sobre violencia de género, acusándolas de antemano de ser falsas la gran mayoría. Es su provocadora posición de poner nuestros derechos a consulta cuando se trata del aborto, negándonos nuestro derecho a decidir. Es el voto en contra de la despenalización del aborto, su rechazo explícito o el silencio cómplice frente al avance de los antiderechos de diputados y senadores del Morena (y, desde ya, de los partidos conservadores) en Aguascalientes, Tlaxcala, Michoacán, Hidalgo, Puebla, Guanajuato, San Luis Potosí, Sinaloa, Nuevo León y más recientemente Quintana Roo, donde queda claro que no importa que el Morena tenga mayoría en las cámaras, en su agenda no está legalizar el aborto. Es la visita de Beatriz Müller, su esposa al Vaticano a entrevistarse con el papa Francisco (Jorge Mario Bergoglio) que señaló a las mujeres que interrumpen sus embarazos como asesinas, es acusado por encubrir abusos sexuales y colaborar con la dictadura argentina.
Es el silencio frente a la golpiza que otorgaron simpatizantes de AMLO a Yolitzin Jaimes mientras protestaba con feministas contra la nominación de Salgado Macedonio. Es la profundización de la militarización del país que disparó el feminicidio, con la Guardia Nacional. Son las Fiscalías y Agencias Especializadas en Delitos Sexuales que han sido absolutamente impotentes para frenar la violencia contra las mujeres, particularmente cuando se trata de políticos, funcionarios y empresarios los involucrados. Pero más aún, el hecho de que el gobierno y el Estado no hagan absolutamente nada para evitar a toda costa que el acoso y violencia sexual, la desigualdad y la precarización laboral terminen en feminicidios, negándose a atender las denuncias, a implementar un plan integral contra la violencia que contemple refugios para víctimas o a garantizar salarios dignos para que las mujeres no dependan económicamente de sus agresores, priorizando financiar a los cuerpos represivos o la infraestructura para que los empresarios multipliquen sus ganancias.
Es la negativa a prohibir los despidos en la pandemia, la clasificación de las actividades industriales como esenciales que arrancó la vida de cientos de obreras y obreros en la línea de producción. Es la desastrosa gestión de la pandemia, en la que el gobierno no pudo garantizar mecanismos de bioprotección a quienes la enfrentaron en la primera línea, trabajando hasta el agotamiento, las y los trabajadores del sector salud, causando la muerte de 2470 trabajadoras y trabajadores del sector. Es la indolencia tras un año de huelga de las trabajadoras del SUTNotimex con una mujer al frente de la Secretaría del Trabajo.
Es el hostigamiento sistemático de la Guardia Nacional contra las bases zapatistas y su uso faccioso para garantizar el despojo necesario para los megaproyectos de la 4T. Es la represión policial y la criminalización política contra las jóvenes que protestan en calles, como fue el pasado 28 de septiembre, orquestada bajo el gobierno de Claudia Sheinbaum. Es la oportuna y merecida detención del ex “gober precioso” de Puebla, Mario Marín, quien se mantuvo en libertad después de que los ministros de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, entre ellos Olga Sánchez Cordero, secretaria de Gobernación, votaron a favor de su libertad. Claramente, el escándalo de Salgado Macedonio es sólo la punta del iceberg y puede convertirse en un enorme factor de desprestigio y cuestionamiento del Morena, con consecuencias imprevisibles en la división de una militancia heterogénea donde la base se vislumbra cada vez más lejana de su cúpula dirigente.
Por eso, es urgente impulsar un movimiento de mujeres, que, organizado en cada centro de trabajo y estudio, se organice con una política independiente del gobierno y las derechas. Que no caiga en las maniobras de cooptación y desvío que implementan los partidos del régimen, y arranque con la movilización todas sus exigencias al Estado, al gobierno y a la patronal, sin depositar confianza alguna en las Instituciones estatales, que hacen lo mínimo indispensable para acabar con la violencia que enfrentamos las mujeres, LGBT y sectores populares.
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El verdadero pacto es con el capitalismo patriarcal
Es evidente que no es suficiente con poner a consulta la candidatura de Salgado Macedonio, ni el sacarlo del juego en estas elecciones en caso de que la consulta expresara este resultado. La causa de la violencia machista y feminicida y de la precarización laboral que enfrentamos las mujeres es este sistema capitalista patriarcal y el Estado burgués que sienta y perpetúa las bases de la violencia estructural contra nosotras. Porque, lo que por un lado se presenta como un actuar sistemático de las instituciones, funcionarios y políticos, que se ubican indolentemente frente a los casos de violencia, mofándose de denunciantes, dando la espalda a las familiares de víctimas y, en muchos casos, cooptándolas para que fortalezcan una política de confianza en las instituciones que jamás les otorgarán justicia ni reparación del daño, profundizando el pacto con las Iglesias, que representan una tradición reaccionaria y misógina que encabeza verdadera campaña contra el derecho a decidir sobre los cuerpos y vidas de mujeres y la comunidad LGBT. Por otro lado, como contracara, es un pacto contra el conjunto de la clase trabajadora y el pueblo pobre del campo y la ciudad, un pacto con los empresarios que se enriquecen a costa de nuestro trabajo y de los beneficios que otorga el gobierno (éste y los anteriores) a las grandes patronales.
El feminismo reformista, como el de la 4T, se ha encerrado las últimas décadas en un callejón impotente y sin salida al convertir en objetivo último de su pelea la lucha por enfrentar la violencia a partir de una estrategia de confianza en las instituciones del Estado. Un feminismo que se plantee como objetivo la emancipación del conjunto de las mujeres no puede conformarse con conquistar derechos para unas pocas, y tampoco puede renunciar a una perspectiva que pelee por la liberación del conjunto de la humanidad si su compromiso es pelear contra todo tipo de violencia y opresión. La 4T nunca romperá el pacto patriarcal porque su verdadero pacto es con un sistema político y económico que utiliza el patriarcado para profundizar la explotación y la pobreza sobre millones, afectando doblemente a las mujeres trabajadoras. Muchos menos los partidos de la oposición burguesa, que ya mostraron, como dijimos antes, que más allá de sus candidatas mujeres y LGBT, son promotores y defensores de la opresión y la explotación capitalista.
Para romper este pacto, es necesaria una perspectiva política que busque la transformación radical de la sociedad, que enfrente a los capitalistas y sus gobiernos y rompa con la subordinación al imperialismo. Que pelee por la más amplia unidad de los sectores en lucha, para que triunfen en sus justas demandas, pero también del movimiento obrero y el movimiento de mujeres, y de todos los que enfrentan las miserias de este sistema, que tienen como único enemigo a los capitalistas, los partidos y burocracias sindicales y políticas a su servicio. Sólo destruyendo la maquinaria capitalista y las formas de existencia degradada que produce, podremos enfrentar de manera efectiva al sistema patriarcal, sentando las bases para acabar con la desigualdad, miseria y violencia que el capitalismo descarga sobre millones de mujeres pobres y trabajadoras en todo el mundo, fortaleciendo al patriarcado.
Desde un feminismo socialista y revolucionario, queremos aportar a este debate, fijar la mira en la perversa relación entre el capitalismo y el patriarcado, que muchas feministas olvidan y que los capitalistas celebran, para fortalecer la lucha de las mujeres, particularmente de las trabajadoras, y empujar el desarrollo de un movimiento de mujeres combativo, independiente del gobierno y los partidos del régimen, y que se apueste a construir un mundo sin opresión ni explotación, donde todas y todos tengamos derecho al pan, pero también a las rosas.
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