Mientras Putin, el superhéroe de Al-Asad, bombardea en Siria generando preocupación en los medios franceses, los usurpadores de la revolución en Túnez reciben el premio Nobel generando entusiasmo.
Domingo 11 de octubre de 2015
Putin, el malo de la película
Putin decidió ayudar a su aliado, el dictador sirio Bashar Al-Asad. Bajo la excusa de la lucha (casi) universal contra la encarnación del diablo, el Estado Islámico, la aviación bombardea a los opositores al régimen facilitando su ofensiva terrestre.
Le Figaro titula su editorial del viernes “El método Putin”. Philippe Gélie analiza la política rusa, que implica la conformación de una nueva coalición “siria-rusa-iraní y del Hezbollah libanés”. Esta coalición competiría con la de los EE.UU. y las monarquías del golfo. Frente a esta competencia, la situación es alarmante, sobre todo porque la mayoría de los ataques rusos se concentrarían en “los opositores al régimen [sirio] no afiliados al Estado Islámico, incluso en guerra contra éste, y sostenidos por los países del Golfo y la CIA”. Así, sin meterse demasiado en la disputa ruso-norteamericana, pintan a Putin como el malo de la película, ya que el riesgo de esta política no sería, al menos en los inmediato, una tercera guerra mundial, sino “de federar la oposición al régimen detrás del grupo armado más fuerte – que podría ser fácilmente el Estado Islámico – por ahora perdonado por los ataques rusos”. Así, la política imperialista rusa tendría las mismas consecuencias que la norteamericana en Irak : El fortalecimiento del diablo en persona, el Estado Islámico. Se deja entender entonces la justeza de la política imperialista francesa, quien bombardea a quien tiene que bombardear sin que su intervención desestabilice la región (Libia no cuenta) y sin apoyar a los dictadores (África y el golfo tampoco cuenta). Por una vez Le Figaro encontró alguien peor que Hollande para apuntar sus misiles.
Por su parte una de las editoriales de Libération del sábado se titula “La revancha de la URSS en Siria”. Hélène Despic-Popovic analiza la intervención rusa no desde el punto de vista de la situación geopolítica en medio oriente sino desde el punto de vista del fortalecimiento mundial de Rusia. Así, poco a poco, Putin vuelve a transformar el país en una potencia mundial, primero con la intervención en Georgia, luego en Ucrania y ahora en Siria. Para Despic-Popovic, como la última vez que el país intervino en el exterior fue durante la invasión en Afganistán, cuya derrota coincidió con el inicio del derrumbe del Estado Soviético, ahora estaríamos en presencia de la revancha de la URSS. “Llegó el tiempo para que Rusia vuelva a ocupar el lugar de potencia mundial que piensa merecer”. Ciertamente es una editorial “neutra” y de análisis, pero su lectura empuja a preguntarse ¿La vuelta de Stalin y de la Guerra Fría? ¡Qué malo que es Putin!
Premio Nobel para los usurpadores de la revolución tunecina
Este sábado Libération le cede el espacio de la editorial central a Kamel Daoud, escritor argelino, ganador del premio Goncourt. Nadie mejor que en argelino para hablar del mundo árabe, mayor legitimad para defender lo indefendible: el premio Nobel a los usurpadores de la revolución.
Para Daoud, tres preguntas son recurrentes luego de las revoluciones “árabes”. 1) “¿Es posible la democracia en el mundo árabe?”, 2) “¿La revolución es buena para esos países?” y 3 “¿Existe una solución entre islamismo y anti-islamismo?”. Las primeras dos no las responde, pero sí las analiza. La primera sería una mezcla de “crítica sana, ligada a una observación prudente de este mundo ’árabe’ que mostró una resistencia a la democratización” y “prejuicios casi racistas”. En realidad sólo se trata de la segunda. ¿Como es posible siquiera aceptar la pregunta de si un pueblo es capaz o no de ser democrático?. La única posibilidad es echándole la culpa al pueblo de sus dictadores, como si fuese la culpa, por ejemplo, de los trabajadores argentinos de haber aceptado a un Videla o a un Onganía. La única posibilidad de aceptar la pregunta es olvidar, consciente o inconscientemente, el rol del imperialismo para orquestar los golpes de estado o sostener a los dictadores. Habría que decirlo bien alto, la culpa de la dictadura de Ben Alí es del Estado Francés (y de su burguesía) y no del pueblo tunecino.
El análisis de la segunda pregunta tiene los mismos problemas. Porque hace referencia a las catástrofes de Libia, Siria y el Yemen. Como estas revoluciones tuvieron malos resultados (y esto no sería la culpa de la intervención imperialista), tal vez la revolución no es el buen camino. Solo leer la pregunta (y la anterior), es indignante.
La última pregunta lleva a Daoud a justificar el régimen tunecino y el premio Nobel. El problema de la realidad tunecina – y del resto del mundo árabe – ya no sería la dictadura – mucho menos el imperialismo o el capitalismo – sino el islamismo. Poco importan las razones de su surgimiento, de sus culpables, lo que importaría es cómo combatirlo. Así Túnez sería el punto medio entre la solución egipcia – represión – y la argelina – compromiso y la cooptación por parte del régimen. “El premio Nobel recompensó una solución posible, y lo ha hecho bien: Las elites de nuestro mundo llamado ’árabe’ tienen que confiar en sí mismas y ser reconocidas”. Evidentemente eso hace el premio Nobel, reconocer a las elites, como a Obama, en sus intentos por estabilizar una región (luego de haberla ellas misma desestabilizado), en su propio beneficio. Quien sabe, tal vez el año que viene se lo den a Putin.