Película británica de culto, estrenada en 1979, basada en su homónima, la ópera rock lanzada en 1973 por el grupo The Who, Quadrophenia, es un referente de la subcultura mood y un paseo por los sentimientos identitarios y a veces arrebatadores de jóvenes que viven convulsa y rápidamente.
Ser “alguien”, ser un “nadie”
Trajes hechos a medida, motocicletas scooters, sexo, anfetaminas y trabajos duros, así transcurre la vida de los protagonistas de este filme, entre refresquerías y fiestas, con pulcros crepés en el cabello y metiéndose en líos constantemente.
El ambiente aparentemente impecable de los moods, colmado de accesorios sofisticados y elegantes conjuntos, está plagado de contradicciones y dificultades que no se expresan en las barberías caras ni en los bailes, sino en la vida íntima de cada personaje. El protagonista, Jimmy, se ve envuelto en las inquietudes que representa ser joven, de su momento histórico y su vida: ganarse un sitio en la comunidad, “ser alguien” para su círculo social, a la par que intenta arraigarse a algo para desentrañar quién es él y qué rol le toca jugar en su entorno.
Tales inquietudes lo llevan a formar su nombre junto a los nombres de chicos pertenecientes a una banda de moods, de rasgos notoriamente patriarcales, racistas y clasistas, en la que existen símbolos marcados de prestigio (como acostarse con las chicas más lindas) y honor (como el hecho de ir montado en una motocicleta).
Sin embargo, Jimmy se ve enfrentado a las presiones de su familia, conservadora y poco displicente, que ante la incomprensión del mundo desde la perspectiva de un joven, ajenos al frenesí de las anfetaminas y sin la mínima idea de cómo comunicarse con las generaciones más recientes, acaban sesgando todo contacto humano con nuestro protagonista.
Humillación a cambio de plata
Un rasgo común entre los moods es el aprecio por el poder adquisitivo y monetario de sus compañeros, lo cual se traduce en estatus. Pero no podría decirse que la mayoría de moods pertenecen a familias adineradas; todo lo contrario, los personajes de Quadrophenia son jóvenes que tienen trabajos lamentables, que deben esforzarse toda la semana para tener una Pepsi y unos cigarrillos el sábado en la noche. Gran parte de las cosas que se ostentan son robadas o pagadas con semanas de sueldo. Jimmy, por ejemplo, es “el muchacho de los recados”, llevando paquetes todo el día a oficinistas.
Jimmy es un gran ejemplo de la deshumanización a causa de estar siempre expuesto a escenarios violentos: un patrón arrogante, pornografía, represión policial, abuso de su padre hacia su madre, competencia excesiva en su grupo de amigos, riñas y drogas duras.
Los moods representan un tipo de contracultura visiblemente proletarizada, despolitizada, que, al igual que sus padres, trabajan sin descanso y después consumen para pretender que la vida es placentera. Los moods consumen todo tipo de moda, presente en íconos juveniles fabricados por las televisoras, cuerpos de mujeres diseñados por el marketing. Consumen lo que el capitalismo vende para vadear la realidad miserable que el mismo capitalismo creó para ellos: una vida hueca disfrazada de destellos.
¿Rivales o aliados?
Un aspecto central de la película es la persistente competencia que existe entre los moods, cimentada en valores radicados a la derecha, como la potestad de menospreciar a otros en función de su posición económica, los roles de género que enemistan tanto a varones que quieren demostrar coraje y virilidad, como a las mujeres que buscan exhibir ser complacientes y satisfactorias.
Como parte de este plano, existen enfrentamientos entre moods y rockers, disputas basadas en un simbolismo guerrero, que rellena un hueco vital en la existencia de los personajes: en un mundo occidentalizado, en el que los jóvenes ya no creen en Dios ni en valores como la fidelidad y el respeto a los mayores, es necesario crear tradiciones propias, tener un arraigo a valores diferentes, como los son las refriegas contra rockers y contra la policía.
En donde las generaciones antañas ven rebeldía sin causa y trifulcas callejeras sin sentido, Jimmy y el resto de sus colegas ven un ardiente propósito de ser, una forma de dignificar sus vidas, la respuesta a la eterna pregunta “¿Quién soy yo?”, la identidad: ¿para qué ser moods, si no, para reventarle la cara a un rocker con un palo? ¿Y para que vivir si no es para ser mood? ¿Y qué es ser mood, si no, la manera más real de hacerle frente a la vida, con todo lo que ello implica?
Los moods en ese sentido, se asemejan a los jóvenes de la S13, a los niños reclutados por el Cartel de Jalisco NG, a los adolescentes que se unen a las filas de la prostitución, porque hacen lo que pueden por aferrarse a la vida, echando mano de las alternativas que este sistema fabrica para eso: ser pandillero, ser un asesino, ser parte de un grupo, “ser alguien”. El imperialismo se esfuerza en suprimir las diferencias entre clases a la vez que inventa barreras entre proletarios para que nos matemos entre nosotros. Al poder no le molesta la homosexualidad o el traje que lleve puesto el otro, pero han hecho que a nosotros nos enfurezca lo suficiente como para estar en contra.
¿En que se parecen las peleas entre moods y rockers a las balaceras entre maras? ¿En qué se parecen las luchas entre maras a las contiendas entre prostitutas de una esquina y otra? Todos son planos en los que miembros de un solo estrato social son adiestrados para exterminar a sus compañeros de clase. Barreras creadas para dividirnos y evitar que veamos que el culpable de nuestra tragedia no son los negros, ni los chicos de la otra calle, ni el trabajador de al lado que, al igual que nosotros está siempre preocupado por hacer rendir los centavos de su sueldo, sino el capitalismo y sus aristas.
¿Y porque es conveniente que se nos olviden estas cosas? ¿Por qué es fantástico que pensemos que no podemos hablarle a los migrantes o a los habitantes de calle? ¿Por qué es fenomenal que Jimmy crea que no puede ser amigo de Kevin solo porque éste es un rocker? Porque esto sirve para que no nos demos cuenta de que tenemos más cosas en común de las que nos han hecho ver, porque pensar en los otros como rivales impide que los veamos como aliados contra el orden social imperante, contra la ideología dominante.
El cielo no existe: es infierno maquillado
Como enuncia Marx en el Manifiesto del Partido Comunista, “llega un momento en el que todo lo sólido se desvanece en el aire y las personas se ven entonces forzadas a cuestionar serenamente sus condiciones de existencia y sus relaciones recíprocas”. Aquello le pasó a Jimmy, quien después de varios sucesos, se ve nuevamente perdido en la bruma, ha dejado de ser un mood y vaga sin honor, sin chicas, sin dinero, sin todo lo que anteriormente le formaba como “alguien” válido en el mundo, irreverente y clandestino, pero alguien al fin y al cabo.
Todo lo sólido se desvanece porque bajo el capitalismo no existe tal cosa como la paz. El arraigo se vuelve sectario, la libertad se vuelve desarraigo. La tradición se hace contradicción y la vida se vuelve insufrible, se acaba la fantasía.
Por eso vale la pena poner en pie a toda la juventud, bajo una organización de clase, que pueda respaldarnos en los brutales momentos que cosecha el capitalismo, pero no solo para eso. No podemos aspirar a organizaciones laxas y temporales que únicamente sirvan para agruparnos y sufrir juntos, para ser asesinados juntos. Podemos —y es una responsabilidad histórica— poner en pie a una organización que no olvide que la guerra no es entre pueblos, sino entre clases.
Una organización para tener alguien de verdad, con quien compartir el mañana, sí, pero también una organización que nos ayude a convertir ese amanecer de dolor en un amanecer de lucha, porque si el presente es de lucha, entonces el futuro es nuestro.
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