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Red Internacional
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Debate. “¿Qué es el socialismo”... para Max Weber?

Repasamos las posiciones políticas del sociólogo Max Weber a partir del texto “El Socialismo”, que fue una conferencia dictada en 1918 al ejército austrohúngaro para la oficina “contra la propaganda enemiga” y reflexionamos sobre la vinculación entre sus posiciones polìticas y sus categorías de análisis como cientista social.

Viernes 7 de mayo de 2021 21:56

Ilustración: @coqueinchaurre.

En esta nota polemizamos con un texto poco conocido llamado “El Socialismo”, escrito en 1918 por Max Weber, uno de los sociólogos del siglo XX más reconocido a nivel mundial. En las carreras universitarias de Ciencias Sociales se busca separar las elaboraciones teóricas y los principales planteos políticos de los autores. En este marco, intentaremos reflexionar sobre las posiciones políticas en sus textos y el contexto en que el autor escribe.

En este texto Weber intenta, desde su concepción teórica y como docente universitario, dar una explicación sobre qué es el socialismo. Dio clases en la Universidad de Viena durante 1918 en la cátedra de Economía política y durante ese período recibió una invitación a pronunciar una conferencia sobre el Socialismo, por la «Oficina de defensa contra la propaganda enemiga» que había creado el ejército de Austria-Hungría. Los objetivos eran contrarrestar las tendencias de disolución existentes dentro del ejército producto de la época que se abría con la Revolución Rusa de 1917 y el rol de Alemania en la primera guerra mundial. En este texto Weber intenta reponer sin mucho éxito los preceptos básicos del Manifiesto Comunista y rebatirlos.

¿Qué dice Weber sobre el socialismo?

Para adentrarnos en lo que el autor concibe como Socialismo, es necesario remarcar uno de sus andamiajes teóricos más importantes que estará presente en toda su obra: el concepto de burocracia como una realidad necesaria de la modernidad; la idea de que a medida que las sociedades se van desarrollando y adquieren un carácter más complejo, necesitan de un proceso de burocratización, tanto en la esfera económica, social y política, que las haga eficientes para su funcionamiento. Esta idea proviene de los cambios producidos a partir de la Revolución Industrial y el surgimiento del Capitalismo: la división del trabajo, el surgimiento de los Estados modernos, los ejércitos centralizados, entre otros.

Como una de las características fundamentales de la burocratización vemos la división y especialización del trabajo. Para aplicarlo al terreno de la política, Weber ve una división necesaria entre el cuerpo de funcionarios profesionales a sueldo que se encarga de la vida política, mientras el resto de la sociedad cumple otros roles. Para el autor, la democracia moderna iría abandonando cada vez más el esquema de una sociedad “(...) administrada de manera barata por gente rica a base de que los cargos sean honoríficos”, es decir gobernada por una casta aristocrática, para pasar a una donde primará la administración “de manera cara por funcionarios profesionales a sueldo”.

Weber deja traslucir algunos prejuicios habituales sobre el socialismo. En primer lugar acusa a los socialistas de ver la enajenación de los trabajadores producto de las relaciones sociales capitalistas, en vez del desarrollo de la burocratización inevitable de la modernidad.

«Esta inevitable burocratización universal es lo que se esconde tras una de las frases socialistas más citadas: la de la «separación del obrero de los medios de producción». ¿Qué significa eso? El obrero, se nos dice, está «separado» de los medios materiales con los que produce, y en esta separación se basa la esclavitud salarial a que se ve sometido. Al decir esto se piensa en el siguiente hecho: en la Edad Media, el trabajador era dueño de los utensilios con que producía, mientras que un asalariado de hoy, evidentemente, ni lo es ni lo puede ser, y ello tanto si la mina o la fábrica en cuestión son explotadas por un empresario privado, como sí lo son por el Estado” (...) El Estado moderno surge a raíz de que el soberano incorpora eso a su propio menaje, emplea a funcionarios a sueldo y con ello consuma la «separación» de los funcionarios de los medios de trabajo. Por todas partes, pues, lo mismo: los medios de producción en el seno de la fábrica, de la administración pública, del ejército y de los institutos universitarios quedan concentrados merced a un aparato humano burocráticamente organizado en las manos de quien rige este aparato.

La separación del artesano de sus herramientas de producción para pasar a ser proletario, es análoga a la separación de los miembros de los ejércitos profesionales de sus medios bélicos. De caballeros que ya no son dueños de sus caballos o lanzas, para pasar a ser ejércitos administrados por un aparato profesional estatal. Lo mismo ve en la producción científica, la universidad y la vida social en general. La alienación entendida por Marx entonces sería un paso inevitable y necesario en la producción “racional”, que existiría en todos los sistemas sociales. En el Socialismo, esta separación del obrero de su producto y medios de producción se perpetuaría a manos del Estado. La “especialización” de la política en una casta profesional, separada de las mayorías trabajadoras, sería parte de este proceso.

Más adelante en el texto, Weber caracteriza la economía planificada como una especie de “estatalización” de la esfera económica:

¿Qué representa el socialismo frente a este sistema? En el sentido más amplio de la expresión, lo que también se acostumbra a denominar «economía colectiva». Esto es: un tipo de economía en que, en primer lugar, no existiría el afán de lucro, o sea, en que no ocurriría que los empresarios seguirían dirigiendo la producción por su propia cuenta y riesgo. En lugar de ello, estaría en manos de funcionarios de una colectividad nacional, que se harían cargo de la dirección. En segundo lugar, desaparecería obviamente la así llamada anarquía de la producción, esto es, la competencia entre los empresarios.

Ésto le permite equiparar al socialismo con cualquier intento de planificación de la economía en los estados burgueses. Por ejemplo, plantea que es similar el socialismo con la política del Estado alemán que, presionado por las necesidades de la guerra, tuvo que tomar medidas de intervención sobre ciertas ramas de la producción. Al equiparar estas dos realidades, ya que se trataría de “una administración correcta” más allá de si es pública o privada, alerta un peligro de control aún mayor sobre el ámbito productivo.

Si bien el texto continúa con algunas apreciaciones muy discutibles, se abren dos debates centrales: ¿Están condenados los trabajadores a que un aparato profesional tome las decisiones políticas y económicas por ellos porque “así es la modernidad”? ¿Es el socialismo una alternativa a eso? ¿O un “estatismo”?

Los mecanismos del Estado Capitalista buscan evitar a toda costa que se exprese la voluntad de las mayorías y que decida siempre la clase explotadora. Para mencionar algunos: los privilegios casi monárquicos del poder judicial, que se vieron más claramente en Brasil, en Argentina la figura presidencial gobernando a través de DNU y la existencia del Senado, que se sostiene en una elección ponderada por provincia (donde los pocos habitantes de Tierra del Fuego eligen 3 representantes y los 18 millones en Provincia de Buenos Aires también), la existencia de la monarquía en países como España que mete preso a quienes critican su existencia; las fuerzas armadas al servicio de la burguesía, como se ve en Colombia actualmente, la irrevocabilidad de los cargos, la existencia de privilegios de casta para el sector que administra el Estado, entre otros. Estos mecanismos son presentados por Weber como una generalidad necesaria e inevitable producto de la modernidad o directamente los pasa por encima. No las plantea, como sí hace el marxismo, como mecanismos impuestos por los intereses de una clase social determinada por la violencia física.

Lo que Weber prefirió no mencionar es la experiencia de los Estados Obreros de ese entonces, que se opondrán a estas dos distorsiones del sentido común tan habitualmente dichas por los liberales. Para el momento en el cual escribió Weber, ya habían sucedido la comuna de París y la Revolución Rusa, que instauraron estados obreros basados en los soviets u organismos de democracia directa de masas. Este último caso, fue el más avanzado ejemplo de un autogobierno de las masas populares, donde millones de obreros, campesinos y soldados tomaban las decisiones sobre la política y la economía, dirigiendo el conjunto de la nación.

La clase obrera empezaba a buscar nuevas instituciones verdaderamente democráticas, que empezaban expresando la voluntad de los trabajadores de organizarse para coordinar las luchas y terminaban sobrepasando los límites de las barreras antidemocráticas que dejaba la vieja maquinaria del Estado burgués (o zarista) llevando adelante los consejos obreros (soviets, Räte, etc.) donde millones de obreros votarían con mandato revocable a sus representantes, que cobrarían como un obrero calificado, cumpliendo funciones ejecutivas y legislativas, dando el ejemplo de que no es necesario los aparatos burocráticos del estado burgués para tomar las principales decisiones políticas de un país.

Weber pone a la economía planificada tan solo como un “cambio de administración” de los medios de producción hacia funcionarios socialistas desde una vieja maquinaria burocrática burguesa. La “economía colectiva” para el marxismo y los bolcheviques que tomaron el cielo por asalto en 1917, no era solamente intervencionismo estatal sino un sistema social donde las mayorías podrían ser dueñas de su propio destino, donde el Estado tendería a desaparecer. Repartiendo las horas de trabajo con los desocupados sin reducir el salario (ya que dejaría de existir la ganancia capitalista), los trabajadores reducirían la jornada laboral y podrían dedicarse a la política, a la organización de la fábrica, votando representantes revocables para organizar la planificación de la economía. La producción dejaría de ser a ciegas para encontrar las necesidades de los consumidores, evitando excedentes productivos que terminan tirándose, como en la industria alimenticia.

Weber intenta, así, transformar la realidad capitalista, con el mote de burocratización, en un desarrollo natural e inmanente de toda sociedad. Hace una inversión en su afán de demostrar que las leyes de funcionamiento del Sistema Capitalista son inmutables y propios de la naturaleza humana y el desarrollo social.

¿Cuál era el interés de Weber en escribir esto?

Como ya hemos mencionado, el texto es una conferencia en junio de 1918 hacia la oficialidad militar contra la “propaganda enemiga”, en la finalización de la primera guerra mundial y tan solo unos meses después de que los Bolcheviques junto al pueblo trabajador ruso se hicieran del poder. Weber no solo se coloca en la trinchera del ejército guerrerista y la burguesía alemana en medio del desarrollo de una revolución triunfante, sino que lo hace desde una potencia imperialista y opresora que busca detener las tendencias comunistas en su país y en el mundo.

Weber teme que el fantasma del socialismo también llegue a Alemania. En el texto podemos podemos advertir el peligro para las clases dominantes europeas que representó la revolución triunfante de Rusia en 1917 que tenía como perspectiva su expansión a escala internacional: "el señor Trotsky, que no quería contentarse con llevar a cabo dicho experimento en su propia casa y con poner sus esperanzas en que, de salir bien, supusiera una propaganda sin igual en todo el mundo a favor del socialismo".

Para Weber la extensión de la insurrección de octubre en Rusia era un problema ya que podía motivar al proletariado Alemán a tomar los medios de producción y expulsar del poder a la burguesía. Por esto mismo, el autor plantea que hay “dos tipos” de comunistas: los socialdemócratas nucleados en el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), de carácter reformista, y los “ortodoxos”, como Trotsky. Toda su ponencia es un intento por reivindicar a los primeros en relación a los segundos. Y con razón: la Socialdemocracia Alemana en 1914 votó los créditos de guerra y mandó al proletariado a morir en una guerra fratricida en favor de los negocios de la burguesía alemana. Ya para 1918 jugó un rol central en aplastar cualquier intento revolucionario del proletariado, que producto de la Guerra Mundial comenzó a expresar un malestar social creciente. La convulsión social en Alemania era palpable, con huelgas generales con la participación de más de 1 millón de trabajadores. Se comenzaron a crear organismos de estilo sovietico llamados los Räte (consejos), para coordinar y organizar las luchas, una herramienta de la clase obrera que posteriormente puso en cuestión el poder del parlamento. En noviembre de 1918 la insurrección en Kiel y la aplastante derrota en la guerra que concluyó en "los tratados de Versalles" pondría en jaque a toda la clase dominante. Sin embargo, el Partido Socialdemócrata Alemán jugó un rol para evitar que esta revolución fuera socialista y finalmente solo se expresara en algunas reformas del régimen político. Apenas unos meses después de estos hechos, serían asesinados los dirigentes comunistas más importantes de Alemania: Rosa Luxemburgo y Karl Liebknetch. El SPD termina siendo un aliado de los partidos políticos para sostener a la burguesía en el poder, al igual que Weber, a quien se le encomienda parte de la redacción de la Constitución de Weimar.

Burocracia, política y capitalismo

Su teoría fue desarrollada no sólo para sostener las supuestas ventajas del Capitalismo, sino que muchos años más tarde, diversos autores retomarían sus ideas para explicar el proceso de burocratización estalinista de la URSS, desde sectores de derecha liberal hasta sectores que desde la izquierda veían la inevitabilidad del desarrollo de este proceso.

El rechazo de Weber hacia el socialismo parte el carácter inmutable de la burocratización. La complejidad técnica producto de las grandes sociedades modernas, obligaría a la especialización de los individuos dentro de distintos aspectos de la vida social. Es así tanto en la política, como en la economía, el ejército, las religiones, y el conjunto de la actividad humana en sociedad.

En estas circunstancias, para el autor ocurre una necesaria separación de quienes se profesionalizan en la política, de quienes cumplen otras funciones particulares en la sociedad. Desde ese lugar es que nos resultaría irrealizable cualquier intento emancipatorio de las grandes mayorías, la idea de un gobierno propio de los trabajadores y el pueblo pobre pasaría a ser una utopía. Y si Weber tuviese que elegir entre su idea de socialismo y el capitalismo, optaría por delegar la producción en empresarios privados antes que en el poco eficiente (según él) Estado fuertemente centralizado.

Sin embargo, contrario a lo planteado por el autor, desde el marxismo se persigue la perspectiva contraria: para la época de Weber vimos enormes gestas de democracia directa de las masas. El hecho de que hoy existan formas mucho más sencillas y eficientes de administración de la gran industria, las cuentas nacionales, la tecnología y el conjunto de la vida social, hacen que la tarea de democratizar la toma de decisiones sea mucho más simple, incluso que en la época de la Revolución Rusa. Gracias a las telecomunicaciones cualquier individuo puede conectarse con todas partes fácilmente, resulta poco realista decir que un trabajador no tendría tiempo para opinar sobre la política de un país. Si los obreros han demostrado una y otra vez que pueden manejar una fábrica democráticamente sin necesidad de un patrón, ¿Por qué no podrían hacerlo a escala nacional o internacional?

En la perspectiva de una sociedad socialista, donde la humanidad se libre de las ataduras de las relaciones de explotación de clase y la persecución de la ganancia individual, el desarrollo de la técnica y la ciencia darían un avance de las fuerzas productivas tal que podría disminuir la cantidad de horas de trabajo de la mayoría de la población, aumentando la capacidad para utilizar ese tiempo en la política, la ciencia, el arte y el ocio creativo. Donde Weber ve que la modernidad viene en una “jaula de hierro”, nosotros vemos que establece las bases fundamentales para ponerle fin a la opresión de la mayor parte de la humanidad.


Celeste O’Higgins

Integrante del Comité editorial de Armas de la crítica. Es Socióloga egresada de la Universidad de Buenos Aires y estudia profesorado de Geografía en el Joaquín V. González.