Al calor de la revuelta de los jóvenes de las periferias de las ciudades francesas contra la violencia policial, después del asesinato racista de Nahel, publicamos esta reseña del libro de Paul Rocher. La reseña fue publicada en el suplemento Dimanche de Révolution Permanente en enero de este año. El libro de Rocher ha sido publicado recientemente en castellano por la Editorial Katakrak.
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Mientras en Francia Macron acaba de conceder 15.000 millones más a la policía, el libro de Paul Rocher ofrece una descripción precisa del "control policial" de la sociedad. Este libro desmonta una serie de ideas preconcebidas sobre la institución policial y trata de proponer algunas hipótesis estratégicas para superarla.
En Que fait la police ?et comment s’en passer (Qué hace la policía y cómo vivir sin ella, Katakrak, 2023) publicado en francés por La Fabrique, Paul Rocher, economista y autor de otro ensayo titulado Gasear, mutilar, someter (Katakrak, 2021) se propone una doble empresa: deconstruir las ideas preconcebidas sobre la policía en Francia y en otros lugares, que constituyen un verdadero "mito policial", y reinscribir la institución policial en la historia del desarrollo del capitalismo y del Estado capitalista moderno para revelar su verdadera naturaleza.
La fuerza del libro de Paul Rocher reside en este enfoque didáctico y en su inclusión en un proceso histórico. Con ello, el autor no redefine la institución policial, pero nos recuerda claramente que el papel de la policía nunca ha sido proteger a la viuda y al huérfano, sino mantener un orden establecido y garantizar los intereses de una clase explotadora.
En su libro, Paul Rocher no se limita al análisis de la policía, ya que en las últimas partes del libro esboza algunas perspectivas políticas para responder a la pregunta que plantea el subtítulo, "cómo vivir sin ella". El interés de este libro es que pretende entrar en los debates tanto programáticos como estratégicos que (re)abrieron los poderosos movimientos contra la violencia policial y el racismo sistémico que estallaron en Estados Unidos en 2020 con el movimiento Black Lives Matter.
Deconstruir el mito de la policía
Para ceñirnos al enfoque pedagógico, podríamos resumir en dos puntos las principales ideas transmitidas por la propia policía, por el Estado, los medios de comunicación y la clase política, que Paul Rocher propone deconstruir:
Primera idea preconcebida: "La policía carece de recursos".
Paul Rocher demuestra, con cifras que lo avalan, que esta afirmación es sencillamente falsa. Describe lo que denomina el "control policial" de la sociedad. Utilizando tablas estadísticas y datos oficiales, el autor demuestra que desde 1995 la parte de los gastos policiales en el presupuesto del Estado francés no ha dejado de aumentar, mientras que, por ejemplo, la parte del presupuesto asignada a la educación ha disminuido en relación con el presupuesto global del Estado.
Del mismo modo y en el mismo periodo, el número de policías ha aumentado considerablemente desde mediados de los años 90 y "desde 2015, cada año se ha registrado un nuevo récord de agentes de policía en Francia, que asciende a 282.637". Una dinámica confirmada por la agenda del segundo mandato de Emmanuel Macron y la ley de programación del Ministerio del Interior (LOPMI).
Segunda idea preconcebida: "Más policía es menos delincuencia".
Basándose en diversos estudios, Rocher demuestra que no existe relación alguna entre el aumento de los recursos asignados a la policía y la reducción de las infracciones y los delitos. El autor subraya la contradicción entre el aumento creciente de las fuerzas policiales y su financiación, y el estancamiento objetivo de la delincuencia en los últimos treinta años. Esto cuestiona fácilmente las narrativas de los medios de comunicación y el discurso político, desde el gobierno hasta la extrema derecha, sobre el supuesto "asalvajamiento" de la sociedad. Estos discursos no tienen otra función que estigmatizar aún más a las personas racializadas y a los barrios obreros, al tiempo que piden cada vez más policía.
Al desmontar el mito policial, Paul Rocher también nos recuerda que, si la policía no protege a mucha gente aparte del Estado y la burguesía, reprime y se ensaña con los oprimidos, y en primer lugar con las mujeres y las personas racializadas. De hecho, Rocher nos recuerda que la policía practica sistemáticamente la discriminación racial y sexista: controles por portación de cara, negativa a escuchar a las mujeres que se quejan de violencia sexista, casos frecuentes de violencia machista y agresiones sexuales por parte de agentes de policía. Todos estos son fenómenos mencionados por el autor, que define a la policía como una institución fundamental de opresión de género y racial.
Revelar su naturaleza: una herramienta para mantener el orden social capitalista
El método empleado por Paul Rocher consiste entonces en reinscribir la institución policial en la historia del desarrollo capitalista en Francia. Muestra que las profundas transformaciones sociales engendradas por la formación del capitalismo francés, la más llamativa de las cuales es sin duda la aparición de una masiva clase obrera y relaciones sociales de clase, generarán nuevas necesidades en cuanto al mantenimiento del orden establecido. Serán los orígenes de la policía moderna.
Mediante este proceso de reinscripción de la policía en una realidad económica e histórica más amplia, el autor nos recuerda que:
Nacida con el capitalismo, la policía no es un fenómeno transhistórico que haya acompañado a las sociedades humanas desde los albores de los tiempos, ni fue creada para garantizar la seguridad de toda la población. Su tarea es mucho más circunscrita: mantener el orden establecido.
Reutilizando las definiciones marxistas del Estado, Paul Rocher muestra que, a pesar de su posicionamiento como supuesto mediador "situándose por encima de la sociedad", el Estado no es una herramienta neutral o independiente de los antagonismos de clase. Es un Estado capitalista en el sentido de que su función es garantizar los intereses fundamentales de la clase dominante. La policía es, por tanto, capitalista como rama coercitiva del Estado.
Este enfoque material de la institución policial permite al autor explicar el peso creciente que el Estado concede a las fuerzas policiales desde los años noventa. Al establecer el vínculo entre el refuerzo de la seguridad y el neoliberalismo, el autor muestra una importante contradicción de este último: al desmantelar los servicios públicos de sanidad y educación, al destruir las conquistas obtenidas por el movimiento obrero y al precarizar a sectores enteros de la clase trabajadora, el neoliberalismo ha generado al mismo tiempo su propia crisis y también la posibilidad de un desafío creciente por parte de sectores cada vez más amplios de la clase trabajadora y de las clases medias empobrecidas. Al mismo tiempo, para hacer frente a la expresión de este creciente descontento desde abajo, el Estado tiene que recurrir cada vez más a soluciones coercitivas. Por ello, necesita cuidar su principal herramienta represiva.
Sobre la imposible reforma de la policía
De la naturaleza capitalista de la policía y de su función como garante de los intereses de la clase dominante, Paul Rocher extrae dos importantes conclusiones políticas. La primera es la imposible confraternización entre las luchas sociales y la policía. El autor dialoga con un sector de los movimientos sociales en los que existe la idea de que determinados momentos críticos de las grandes movilizaciones sociales podrían permitir inclinar a los miembros de la policía del lado de la protesta y hacer así que éstas triunfen. Es lo que propone Éric Hazan en su obra colectiva Police, también publicada por La Fabrique.
Según Paul Rocher, la policía contemporánea está tan inextricablemente vinculada y es tan leal al Estado que es imposible esperar ninguna confraternización de las fuerzas policiales con los movimientos que luchan por la emancipación. Además, la modernidad capitalista de la policía se caracteriza por su desapego y estricta separación del resto de la población, lo que la hace impermeable a las reivindicaciones de los movimientos de lucha de clases.
Si Rocher se detiene en dos ejemplos en los que estos fenómenos de confraternización estuvieron a punto de producirse, es para subrayar su carácter particular y excepcional, durante el gran movimiento de los viticultores en 1907 y durante las huelgas de 1947 en Francia. Esta imposibilidad de confraternización es un recordatorio importante ante la aparición de los llamados "sindicatos policiales” en algunas movilizaciones contra la reforma de las pensiones en Francia.
La segunda conclusión que saca Paul Rocher del carácter estructuralmente capitalista de la policía es su imposible reforma. El autor explica que pretender formar a la policía para "mejorarla" o para reestablecer el "vínculo policía-población" mediante la policía de proximidad o por medio de una mayor "diversidad" en sus filas, son callejones sin salida. Es totalmente ilusorio, considerando la propia naturaleza de la policía como institución, ya que su papel es mantener un orden establecido profundamente desigual.
Esas reivindicaciones que presuponen que sería posible imaginar una "mejor policía" en realidad sólo sirven para relegitimar una institución policial cuyo verdadero papel y naturaleza capitalista se pone cada vez más de relieve, ya sea por la brutal represión del movimiento de los Gilets Jaunes, por el gran movimiento contra la violencia policial en 2020, o más, recientemente la brutal represión policial a los manifestantes.
Acabar con la policía. Sí, pero ¿cómo?
Tras descartar la hipótesis de una reforma de la institución policial, Paul Rocher intenta, en los últimos capítulos de su libro, responder a la pregunta "¿cómo prescindir de la policía?" Esta cuestión candente afecta tanto a la estrategia para acabar con la policía como a las posibles alternativas a esta institución.
Paul Rocher identifica dos perspectivas estratégicas. La primera, que compara con el movimiento abolicionista, consiste en sustituir o hacer innecesaria a la policía creando prácticas y comunidades en las que ésta ya no tenga cabida. Rocher señala los límites de esta estrategia retomando un argumento de Frédéric Lordon, según el cual "tomarse en serio la materialidad de una institución implica reconocer que no se queda obsoleta por el mero hecho de eludirla". La segunda perspectiva parte de la idea de que la superación de la policía implica en primer lugar "un cambio de sociedad", en este caso, con el fin de las relaciones sociales de propiedad capitalista, la institución policial desaparecerá "mecánicamente" con el orden que la vio nacer. Para Rocher, ninguna de estas dos hipótesis estratégicas es suficiente en sí misma.
Sintetiza así su planteamiento del problema: "En la medida en que la policía es inseparable del Estado capitalista, un orden postcapitalista implica no sólo una reorganización de la relación entre las instituciones de gestión colectiva y la sociedad civil, sino también una nueva concepción del orden público. Parafraseando la observación de Marx sobre la Comuna de París, la clase subordinada no puede simplemente tomar la máquina policial ya hecha y dirigirla en su propio nombre".
En otras palabras, acabar con la institución policial requiere tanto una transformación social como el desmantelamiento de la forma policial, entendiendo que "una sociedad sin policía no es una sociedad sin regulación institucionalizada del orden público". Por tanto, sería necesario imaginar una cierta institución de gestión del orden tras la superación del orden capitalista, de ahí el interés que el autor concede en su libro a dos experiencias históricas que representan, según él, modalidades alternativas de gestión del orden: los comités de calle en Sudáfrica, surgidos en los años ochenta, y los comités de defensa ciudadana organizados por el Ejército Republicano Irlandés (IRA) en Irlanda del Norte en los años setenta.
La función de estas narrativas de "orden sin policía", según Rocher, es ayudar a sentar las "bases" de un "orden popular". El autor identifica una serie de salvaguardias para explorar las vías por las que podría establecerse una institución alternativa de gestión del orden: "rotación periódica de los cargos, elección, vinculación orgánica con la comunidad local y equilibrio entre hombres y mujeres".
Llegados a este punto, nos gustaría destacar un punto de acuerdo y otro de polémica con el argumento de Rocher. Al igual que él, no pensamos que la hipótesis de eludir la institución policial sea una perspectiva realista para acabar con ella. La policía es una institución absolutamente central en la reproducción capitalista. No puede ser sustituida ni disuelta hasta que se transformen las relaciones sociales capitalistas. Por lo tanto, acabar con la policía capitalista requiere necesariamente una transformación de las relaciones sociales capitalistas.
Pero la policía no es sólo un aparato de gestión del orden, es ante todo una institución de clase, en este caso encargada de defender por la fuerza los intereses de la clase en el poder: la burguesía explotadora. Esta institución es tanto más necesaria cuanto que la burguesía es por esencia una clase minoritaria. La policía es, por tanto, el "brazo armado del capital", por utilizar una frase conocida. En consecuencia, pensar en los "fines" (un "orden popular") sin pensar, al mismo tiempo, en la articulación de los "medios", no permite pensar en una "salida" al problema policial. Por el contrario, de lo que se trata es de anclar este problema en una reflexión más general sobre la estrategia revolucionaria de conquista del poder, es decir, sobre los medios de organizar y preparar el enfrentamiento con la clase burguesa, incluso en el plano militar.
Paul Rocher recupera el ejemplo de la Comuna de París y la lectura que Marx hace de ella para dibujar los hitos de su "orden popular". Sin embargo, la reflexión de Marx sobre las formas de poder experimentadas por los comuneros no está desconectada de los problemas de estrategia planteados por esta revolución obrera. Uno de esos problemas fue el enfrentamiento armado y la guerra civil, iniciados por la reacción de Versalles y que los comuneros se negaron a asumir, lo que contribuyó a su caída durante la Semana Sangrienta de mayo de 1871.
A este respecto, habría sido interesante que el autor mencionara el ejemplo histórico más notable de "policía popular": el de las milicias obreras y los Guardias Rojos que se desarrollaron, bajo el impulso de los bolcheviques, después de febrero de 1917. Es a partir de este marco estratégico (el de la toma del poder por la clase obrera y las clases populares) que hubiera sido interesante reflexionar sobre las formas y los principios de estas nuevas instituciones. En este sentido, parece que el término "postcapitalista" oscurece más que aclara las cuestiones en juego. De hecho, el problema no se planteará necesariamente de la misma manera según nos encontremos en el momento de la toma y defensa del poder (donde la intensidad del enfrentamiento con la reacción exige una mayor centralización) o en un momento de estabilización y construcción comunista.
Por último, el libro de Paul Rocher resulta muy útil para disipar un mito policial especialmente tenaz. Como tal, también puede ser una herramienta interesante para el debate político con aquellas voces de la izquierda que defienden a las fuerzas policiales, defienden reformas policiales o reclaman una policía de proximidad. Ya se trate de La Francia Insumisa (LFI) de Melenchon, que reclama la refundación de una "policía republicana", o de Europa Ecología Los Verdes (EELV), el Partido Socialista Francés (PS) o el Partido Comunista Francés (PCF), cuyo programa a favor de la policía encontró su punto culminante en 2021, cuando representantes de estas formaciones políticas, ahora unidas en la NUPES, se apresuraron a participar en manifestaciones organizadas por "sindicatos policiales” reaccionarios.
En cuanto a cómo acabar con la institución policial, parece que Paul Rocher no resuelve el problema, prefiriendo imaginar los contornos de una institución de gestión del orden para una sociedad "postcapitalista" que, a falta de una reflexión estratégica para llegar a ella, parece un "más allá" difícil de alcanzar. Esto nos recuerda que, para llevarse a cabo hasta el final, la reflexión sobre la forma que pueden tomar nuevas instituciones, por muy interesante y necesaria que sea, debe estar vinculada a una reflexión estratégica global que plantee la cuestión de la toma del poder. Sobre este punto, el debate sigue abierto.
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