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Red Internacional
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OPINIÓN. ¿Qué hacer después de octubre?

Todas, o casi todas, las fuerzas políticas nacionales se han lanzado de lleno a la campaña electoral. Por ahora, las masas trabajadoras parecen mucho más atentas a la lucha cotidiana y gris por la supervivencia, que a los avatares de las batallas internas de los partidos políticos que se preparan para las PASO.

Miércoles 7 de junio de 2017

Por su relevancia, la interna del PJ atrapa las miradas, los debates en la pantalla chica y los ríos de tinta que vuelcan los medios masivos de formación o de deformación de la mal llamada opinión pública.

A esta altura ya es casi una obviedad que CFK se presentará a dar la batalla en las Paso del justicialismo. El FpV o su resabio, es una maquinaria electoral y en tanto tal su existencia misma se explica por la competencia en esa arena política. Una maquinaria que se nutre y retroalimenta del combustible y los recursos que produce una campaña. Pero esto solo no basta para explicar el inminente lanzamiento de la candidatura de la ex presidenta (esa candidatura que viene anunciando de distintos modos desde hace un largo tiempo).

Las fuerzas que componen la alianza que opera, hasta hoy, bajo el sello del FpV, necesitan como el agua que Cristina encabeza la lista a senadores y empujan decididamente en esa dirección. Si ganan en octubre, los jefes municipales podrán seguir presionando a Vidal por el reparto de los recursos o al menos estará en mejores condiciones de resistir sus ataques. Si pierden quedan en una franca debilidad ante el poder central de la Provincia. Los “goberna”, a excepción de Rodríguez Saá, no han aparecido jugando con fuerza en esta disputa por los cargos en la interna del PJ, quizás porque su destino político depende definitivamente de su alianza táctica con Macri.

La encrucijada del candidato papal

Los que parecen estar en una difícil encrucijada son los que se agrupan alrededor de la figura de Randazzo. Si van a la interna y pierden por goleada (como indican todas las encuestas y el sentido común), quedan como furgón de cola de “la jefa” y encima se comen el señalamiento de haberle regalado una foto ganadora a Cambiemos en la Provincia (Randazzo le “restaría” votos a CFK en las PASO que le permitirían a Cambiemos mostrar una victoria pírrica pero de efecto mediático). Si se allanan a un acuerdo con Cristina para evitar las Paso, ponen en riesgo el apoyo de muchos de los grupos económicos y del Papa Francisco, que empiezan a ver al ex ministro como un posible recambio de cara a 2019. Si van por afuera del PJ estarían chocando con Massa para ocupar un espacio en la cada vez menos ancha avenida del medio (hoy apenas un boulevard).

Pero el sector de la clase dominante que había apostado a Massa, ya sabe, como marca la historia, que ningún peronista ha llegado al gobierno compitiendo, a la vez por fuera y en contra del PJ. La vio clara hasta Alberto Fernández, un saltimbanqui de la política que ha hecho del oportunismo su programa y ya se ha acomodado en el bando donde juega la nueva estrella que asoma en el firmamento de 2019. Porque, convengamos, CFK podría aparecer como recambio para volver a gobernar el país, solo si el fracaso de Macri es claramente estrepitoso y abre un escenario de salida anticipada del gobierno. Bajo un contexto de revuelta popular, tal vez sea posible ensayar un nuevo GAN (Gran Acuerdo Nacional, plan de Lanusse para que Perón vuelva y evite la revolución), donde la ex mandataria funja de salvadora.

Un nuevo round del ajuste se anuncia después de octubre

¿Pero qué pasa si el gobierno es derrotado en las urnas en octubre? ¿El ritmo del ajuste depende de los resultados electorales? Sí y no. El ajuste es la salida a la crisis del capitalismo y la política económica de un gobierno burgués está determinada por los intereses de la burguesía. La burguesía no tiene plan B para recomponer su tasa de ganancia. El único plan es más de lo mismo. La brutalidad o la desaceleración de la aplicación del ajuste sobre las espaldas de las mayorías trabajadoras, puede estar ligada a los resultados electorales, pero ciertamente es muy poco probable que esto suceda, a menos que Cambiemos reciba una derrota aplastante en octubre, y esto sí que es muy difícil que pase (ceteris paribus, como dicen los economistas).
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Ni bonapartismo ni anomalía

El peronismo, desde mi punto de vista, es un movimiento político ambivalente y sistémico. Su base social tiene un carácter general progresivo, en tanto su dirección política y sindical es mayoritariamente conservadora y hasta reaccionaria. Dependiendo el momento histórico, las relaciones de fuerza entre estos polos (que tampoco son puros) pueden determinar que el movimiento adquiera un carácter más progresista o más reaccionario.

El kirchnerismo, que no es el hecho maldito del país peronista, ni una anomalía histórica, sino una fracción de la casta política tradicional que supo interpretar mejor que nadie las coordenadas de su época para ofrecerle a la burguesía una salida, con un programa de gobierno que lograría recomponer la gobernabilidad y con ella todos los resortes de la dominación de clase, indispensables para imponer cualquier plan económico que, en el fondo, garantiza la reproducción in aeternum de esa dominación.

Del intento bonapartista a la institucionalización de la lucha política

Néstor Kirchner vio fracasado su intento bonapartista en 2008, cuando los “camperos” lo desafiaron a dirimir la disputa por el excedente de la renta agropecuaria en la calle. Perdió esa batalla porque no se animó a llevarla a fondo y bajo las cenizas de la derrota quedó enterrado también su plan de construir una fuerza transversal que le diera al PJ un carácter definitivamente progresista, incluso limando su costado más dogmático para atraer a los sectores pequeñoburgueses que se venían entusiasmado con su política. Esa derrota terminó de configurar un FPV que volcaría todo su empeño político en reconstruir las instituciones del estado, respaldandose en el PJ, al tiempo que intentó dotarlas de una impronta progresista.

Ese costado progresista de Néstor y Cristina, explican, en parte, su difícil relación con el poder de la burocracia sindical peronista, mucho más conservadora y reaccionaria e incluso decididamente macartista. Los sindicatos peronistas sostienen aún cierto grado de conciencia de clase en sí de la clase obrera, al tiempo que la burocracia sindical se afirma en los rasgos más conservadores, corporativistas y nacionalista de muchos trabajadores. Esos rasgos los alejan de los discursos característicos del kirchnerismo alejados la retórica clásica del peronismo.

Si el primer peronismo apoyó decididamente a la clase obrera para construir su poder desde el Estado, conduciendo y desviando su movilización, estatizando los sindicatos para utilizarlos con ese fin, y otorgando concesiones para configurar los que Daniel James llamó la “ciudadanía social”, la experiencia kirchnerista, en cambio, se dirige a una especie de mixtura social indeterminada, donde el sujeto político ya no es la clase obrera, sino una “nueva mayoría” despojada de todo carácter de clase.

El FpV y la ilusión de los límites al macrismo

El programa de la dirección política del FPV es ofrecerse como personal político de un sector de la clase dominante, hacerse del gobierno por la vía electoral y continuar la senda del “crecimiento con inclusión” sin salirse un milímetro de los límites del capitalismo. Más allá de las pulsiones de cambio de su base social, hoy contenida bajo el incuestionable liderazgo de CFK.

Por eso los “límites” al macrismo que pudiera imponer una eventual bancada mayoritaria del FPV no serán de ningún modo límites estructurales que pongan en riesgo la columna vertebral del ajuste. Porque el parlamento es una institución de la democracia burguesa, que, como decía Lenin, es la mejor envoltura que ha inventado el capital.

Después de octubre

Ante el avance casi inexorable del ajuste después de octubre y sus consecuencias de miseria planificada sobre la vida de los trabajadores y las clases oprimidas, se impone como tarea de la izquierda y los revolucionarios, seguir peleando con la táctica del frente único de resistencia por abajo, con una clara estrategia de delimitación política por arriba, que abra nuevamente caminos de alternativa para una lucha por el poder político de la clase obrera, en la perspectiva de construir una sociedad sobre nuevas bases, una sociedad comunista.