En el marco del debate público que hemos abierto desde La Izquierda Diario para discutir qué hacer frente al plebiscito del 26 abril, diversas posiciones se han expresado. Reproducimos a continuación una columna escrita por Simón Agüayo.
Sábado 7 de marzo de 2020
Acaba de comenzar Marzo. Esto significa que se viene la huelga feminista, el día del joven combatiente, y ya llega Abril. Comienzan las campañas por el apruebo y por el rechazo. Comienzan también las discusiones políticas en torno a este tema en los distintos espacios de organización popular.
Respecto a esto último, la opción más llamativa para estos sectores, a priori, es el apruebo y la convención constituyente. Esto sustentado en, primero, la posibilidad de cambiar (por fin) la constitución de Pinochet, que ha impedido desde que se volviese a la “Democracia”, un montón de cambios sociales importantes, y también en la desvalidación que tiene actualmente la clase política, lo que genera que el grueso de la población ya no vea en el parlamento (3,2 % de aprobación en Noviembre, según 24 horas) un ente apto para una tarea tan importante como lo es redactar una constitución.
Teniendo esto claro, cabe remontarse al origen de este plebiscito. El día 15 de Noviembre, tras 29 días de movilizaciones populares violentas en todo el país, partidos tanto del oficialismo como de la oposición se sientan durante largas horas a discutir cómo darle cierre al conflicto. De esta discusión, se obtiene como síntesis el bautizado “Acuerdo Por la Paz Social y la Nueva Constitución”. Este documento fue firmado por personajes como Jacqueline van Rysselberghe (UDI), Hernán Larraín (EVO), Mario Desbordes (RN), Catalina Pérez (RD), Heraldo Muñoz (PPD), entre otros. Llama la atención que este acuerdo está validado por representantes de casi todos los sectores políticos institucionales (el PC se mantuvo al margen). De esto, la conclusión más importante es la siguiente:
El acuerdo por la paz responde a la desesperación de los sectores políticos institucionales por cuidar SU institucionalidad, la cual se vio puesta en tela de juicio con más fuerza que nunca.
En definitiva, el plebiscito es la forma en la que el bloque en el poder le hace (una vez más) creer al bloque popular que votando en una urna cuando el mismo bloque en el poder le dice que lo haga, va a darles un poco de poder político que, como es evidente, el bloque popular hoy por hoy no posee. En la historia, los poderosos nunca han cedido su poder (o parte de él) por las buenas. Esto significa que, si existe la chance de hacer una nueva constitución (aunque ellos pongan las reglas del juego), es porque de esa forma siguen manteniendo su poderío y su opresión. De lo contrario, simplemente, esta posibilidad no existiría, y el mecanismo de cierre de conflicto buscado por la burguesía y la clase política chilena sería otro.
Por lo anterior, la opción del apruebo y convención constituyente, la más llamativa como se decía al comienzo del presente documento, lo es porque la burguesía chilena (o los poderosos en general), se preocupan de que así sea, haciéndole creer al sector popular que mediante ese mecanismo va a tener incidencia en la toma de decisiones (o sea, poder político). Por tanto, cabe hacerse la pregunta del millón:
¿Qué debe hacer, el pueblo organizado, para no seguirle el juego a la burguesía? En este escenario, un boicot a las votaciones surge como opción interesante, aunque vagamente discutida en los espacios de organización popular (territorios, organizaciones sociales y políticas, etc.).
Si bien es una apuesta muy arriesgada, ya que no tenemos precedentes históricos de cómo podría actuar la burguesía en caso de concretarse, es una opción muy tentadora si queremos construir organización popular paralela a la institución. Esto visto bajo 3 ejes:
1. En la coyuntura iniciada en Octubre, aumentan drásticamente los niveles de conciencia del pueblo chileno, ya que, además de la validación de la violencia política, se ponen en tela de juicio las instituciones del Estado como no había pasado antes. Frente a esto, que el pueblo no acepte los intentos de estas mismas instituciones para cerrar el conflicto, es otro empujón a ese aumento de los niveles de conciencia.
2. Día a día siguen aumentando los presos políticos, siguen habiendo muertos, y mientras no se resuelvan los problemas históricos, no habrá paz, aunque la burguesía la intente imponer mediante sus acuerdos institucionales.
3. Por último, de concretarse, el pueblo estaría mandando una señal política muy potente a los poderosos de este país, diciendo que no se va a aceptar nunca más que pretendan tomar decisiones que le competen a todos, y que de ahora en adelante solo el pueblo ayuda al pueblo. No la burguesía que solo quiere mantener su poder.
Por todo esto, es fundamental que se vuelvan a dar discusiones en todos los territorios y organizaciones en general, para cuestionarse nuevamente si es lo mejor ir por el apruebo y la convención constituyente. Si la síntesis de esas discusiones es nuevamente ir a votar, que así sea, pero no hay que permitir que esas decisiones tan importantes se tomen sin hacer este tipo de análisis, ya que así es precisamente como la burguesía pretende que sea.