La visita anunciada de Andrés Manuel López Obrador a Washington, el 8 de julio, levantó un gran revuelo en México. Intelectuales y políticos del MORENA defendieron la decisión del presidente. Opositores de todo calibre criticaron su “falta de oportunidad”, aunque la mayoría sin cuestionar las raíces profundas de la visita.
La decisión de reunirse con Donald Trump, en momentos en que enfrenta grandes movilizaciones, es una evidente confirmación que -en tiempos de pandemia y de la profunda crisis que azota a México-, se pretende profundizar los lazos que atan al país a los Estados Unidos. Lo que hay detrás de esta visita es un historial de subordinación que el gobierno de AMLO mantiene en pie.
Cuarta Transformación, en los marcos de la subordinación
Como ya explicamos en artículos previos de IdZmx, la política y las decisiones gubernamentales en México están atravesadas por la relación con Estados Unidos. Hay una larga historia de dependencia económica, política, militar y diplomática que cruza los 3000 kilómetros de frontera común, signada por los acuerdos comerciales y la integración productiva transnacional, así como por la imposición de las políticas (anti)migratorias y la “guerra contra las drogas”, desplegadas durante las últimas décadas por demócratas y republicanos.
Todo esto marcó la agenda de la Cuarta Transformación [1] y una relación bilateral que AMLO preservó en los términos marcados por los anteriores gobiernos priistas y panistas. Esto, bajo un gobierno que se define como progresista.
A este panorama hay que sumarle que la llegada de Trump a la Casa Blanca, en el 2016, implicó, a tono con su “America First”, cambios en los tratados comerciales y la imposición a México de las “normas de origen” sobre los componentes de las exportaciones, con la intención de disminuir sensiblemente la presencia china en la producción de la zona, y privilegiar a las trasnacionales estadounidenses. Esto se tradujo en la exigencia de renegociar el TLCAN, que abrió el camino para el flamante Tratado México Estados Unidos Canadá, que entró en vigor este 1 de julio. Y también supuso una agresividad humillante contra México, que se expresó fuertemente en el terreno migratorio, con la amenaza del muro fronterizo y otras medidas similares.
La preocupación de López Obrador por cuidar la relación con el habitante de la Casa Blanca lo llevó a cultivar una forma amistosa, aceptando todas las exigencias de Washington. A tal punto que los desplantes mediáticos de Trump fueron interpretados por el gobierno mexicano bajo formas diplomáticas “aceptables”. Como ocurrió a fines de 2019, cuando la amenaza estadounidense de una intervención fue presentada por AMLO como un “amable ofrecimiento” de ayuda en el combate al narcotráfico. [2]
López Obrador justificó constantemente, como “acciones soberanas”, decisiones tomadas de acuerdo a las imposiciones trumpianas. Un ejemplo de esto fue el acuerdo migratorio suscrito —hace justamente un año— entre ambos países, elaborado a gusto y placer del presidente estadounidense. En ese momento, éste había amenazado con mayores impuestos a las exportaciones nacionales, en caso de que el gobierno mexicano no “actuase enérgicamente” contra la migración que ingresaba por la frontera con Guatemala. A partir de entonces, la recién creada Guardia Nacional actuó como muro de contención contra las caravanas de migrantes centroamericanos. Y se puso en práctica el programa “Quédate en México”, que convirtió al país en una estación de tránsito para los migrantes devueltos por Estados Unidos, en tanto éste decidía si los aceptaba o no.
Como resultado de esto hoy hay dos muros: uno a la altura del río Bravo y el otro al sur, en la frontera con Guatemala, en los contornos del río Suchiate, ambos con el mismo dueño.
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Goods friends en tiempos de pandemia
Los gestos de sumisión respecto a Trump dieron un salto durante la pandemia, hasta llegar a la actual visita a Washington.
En los últimos meses, Estados Unidos deportó a decenas de miles de migrantes mexicanos, quienes fueron puestos en gran riesgo sanitario, al ser expulsados hacia sus comunidades de origen, desde uno de los países con mayor tasa de contagio. Trump instituyó nuevas medidas draconianas, suspendiendo en los hechos el derecho de asilo.
Además, para millones de migrantes en EEUU, la situación se volvió cada vez más crítica, debido a la pérdida de empleos y falta de acceso tanto al seguro de desempleo como a la “ayuda” que emitió por única vez el gobierno y a los servicios de salud. El gobierno mexicano no sólo aceptó esto sin protestar; colaboró también con el traslado a sus países de origen de alrededor de 20 mil centroamericanos deportados del vecino del norte.
Y, después de esto, ¡AMLO le agradeció sobradas veces a Trump su supuesto “apoyo” durante la pandemia! Quid pro quo, Trump dijo que López Obrador “es un buen tipo”. Dos verdaderos buenos amigos.
Además, el presidente de México impulsó una apresurada reapertura de la industria maquiladora y automotriz, consideradas “esenciales” desde el 18 de mayo. La Casa Blanca y las trasnacionales, así como las cúpulas empresariales nativas, obtuvieron lo que querían: una reactivación que alimente las cadenas de valor que cruzan los pasos fronterizos y a la industria estadounidense.
La urgencia estaba motorizada por el arranque del T-MEC y por el rol de la industria maquiladora, “con su inserción en el modelo de cadena de valor global, en donde funcionan como suministradoras de partes o productos, parciales o terminados”. [3] La situación de los trabajadores mexicanos, obligados a volver a trabajar con riesgo para su salud y la de sus familias, no era una prioridad del gobierno de López Obrador. Como resultado de esta negligencia criminal, aumentaron las muertes obreras por el COVID-19, en particular en los estados fronterizos.
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Como adelantamos antes, el T-MEC se inscribe en la búsqueda, por parte de la presidencia Trump, de condiciones aún más ventajosas para el capital imperialista. Desde hace décadas, el ya extinto TLCAN fue la mejor expresión de la subordinación que mencionamos, en el terreno productivo y comercial. Desde los primeros años del neoliberalismo, México se convirtió en una plataforma de exportación orientada hacia las necesidades de las trasnacionales. Esa fue la “gran empresa” de la clase dominante nativa, impulsada por los gobiernos previos, cuya continuidad preserva la Cuarta Transformación.
El T-MEC profundiza esta realidad, a tono con las necesidades actuales de EE.UU. Por ejemplo con los cambios que se aplicarán en las llamadas reglas de origen, en beneficio de las empresas estadounidenses, los que se establecen en el terreno de la la propiedad intelectual, y también “los cambios a la Ley de Propiedad Industrial sobre el manejo de patentes de la industria farmacéutica (que le otorgan, N. del A.) un enorme poder en Estados Unidos, impone mejores condiciones para las trasnacionales de aquél país y ponen en duda todavía la producción de medicamentos genéricos en México”. [4] Para el arranque del Tratado se requerían las llamadas leyes secundarias: el 30 de junio, el oficialismo y sus aliados acordaron con los partidos de oposición y las aprobaron rauda y unánimemente.
Dos amigos en apuros
La llamada “cumbre” AMLO-Trump se realiza entonces en medio de una crisis económica, cuyas consecuencias para México son muy duras. Se espera una retracción de más del 10% del PIB, con todos los indicadores comerciales y productivos en una baja muy pronunciada; siendo una de las economías latinoamericanas más golpeadas por la crisis. Además, la crisis sanitaria está lejos de amainar, y la curva de fallecimientos y contagios continúa al alza. Todo esto podría afectar la popularidad del presidente, que ya experimentó una caída desde los inicios de la pandemia, aunque manteniéndose arriba del 53%.
Puede esperarse que esto repercuta en la lucha de clases: en 2019, sectores de la clase obrera maquiladora en el norte del país se pusieron en movimiento; luego, durante la pandemia, vimos nuevas protestas y manifestaciones de sectores de trabajadores. En un nuevo escenario de crisis económica y social, el descontento puede volver a expresarse activamente.
Si a esto le sumamos que la inseguridad es uno de los temas sensibles para amplios sectores de la población, y que los cárteles del narcotráfico volvieron al centro de la política nacional con el reciente atentado contra el secretario de seguridad pública de la CdMx, la situación, para AMLO, se vuelve más compleja. El escenario previo a la pandemia, de un gobierno fuertemente hegemónico y con altos niveles de respaldo social, enfrenta perspectivas de inestabilidad.
Es evidente que López Obrador apuesta a que la entrada en vigor del T-MEC y el reinicio de actividades industriales, ayuden a contrarrestar la caída económica. En ese marco se inscribe la reunión del 6 de julio, por la que pretende aceitar aún más la relación con Trump.
Pero, a la par, es también un espaldarazo para el presidente estadounidense, que entra en una campaña electoral donde su reelección tiene pronóstico reservado. Trump enfrenta una situación convulsa de la lucha de clases como no se ha visto en décadas en Estados Unidos, motorizada por las movilizaciones antirracistas que cruzaron de este a oeste el país.
López Obrador acude a Washington. Y nada dice de la rebelión contra el racismo estructural y constitutivo del estado imperialista cuya ola expansiva ha recorrido el mundo. Ni de las medidas antiinmigrantes de la Casa Blanca, que recientemente declaró que buscará la suspensión del programa DACA (Acción Diferida para los Llegados en la Infancia), un nuevo ataque contra los llamados “dreamers” y que además, a través del ICE (Inmigración y Control de Aduanas) se infiltró en las recientes movilizaciones para detener y deportar migrantes. Una nueva muestra de subordinación al imperialismo por parte de la Cuarta Transformación.
Hay analistas que plantean que Trump aprovechará la visita de AMLO para fortalecerse electoralmente, en particular entre la comunidad latina, contrarrestando así el costo político de sus medidas antimigrantes. Otros, que luego de utilizar a AMLO, volverá de inmediato (incluso durante la misma reunión) con amenazas y desplantes respecto al muro fronterizo y el rol de México como contención de la migración centroamericana, en atención a su base social reaccionaria. Sin duda, son escenarios posibles, y ominosos, para un gobierno que decidió profundizar el camino de sus antecesores respecto a la Casa Blanca.
Los verdaderos aliados, en las calles y los centros de trabajo al otro lado de la frontera
Lo que relatamos es resultado de los límites profundos del “progresismo” de López Obrador. Negarse a romper con las cadenas de la dependencia imperialista y la dominación de las transnacionales y los grandes organismos financieros —lo cual está indisolublemente ligado a preservar los intereses de los grandes empresarios nativos— sólo lleva a sucumbir a las exigencias del poderoso vecino del norte.
Así como no se puede “gobernar para ricos y pobres” —como se mostró durante la pandemia- tampoco es posible mantener una relación de “amistad” con la administración estadounidense, para el cual México es parte de su patio trasero. La Casa Blanca sólo acepta la sumisión de sus “socios” menores.
El progresismo lopezobradorista es incapaz de ofrecer una salida, favorable al pueblo trabajador, ante la dominación imperialista, la causa del saqueo, la explotación y opresión que sufren las grandes mayorías obreras y populares.
Conquistar una independencia y una soberanía efectiva requiere enfrentar al imperialismo estadounidense: repudiar su injerencia y su política xenófoba y racista contra los migrantes -a la par que disolver la Guardia Nacional y garantizando el libre tránsito y plenos derechos para aquellos por México-, así como atacar los intereses de las grandes empresas de capital estadounidense y dejar de pagar la deuda externa.
Implica asumir además un camino claramente internacionalista. Los amigos y aliados de los trabajadores y campesinos de México están en las movilizaciones que sacudieron las ciudades y pueblos de Estados Unidos contra la violencia policial y el racismo sobre los afroamericanos, lo cual también golpea a latinos e inmigrantes.
Está en la clase obrera multiétnica, conformada por blancos, negros, latinos, afrocaribeños y de todas las nacionalidades, que en los últimos meses protagonizó distintas luchas y manifestaciones, como las y los trabajadores de la primera línea —como en el sector salud y entre los trabajadores precarios—, y se ha extendido por todo el país.
Están en los trabajadores y los pueblos de Centroamérica y el Caribe, que enfrentan la opresión imperialista y las consecuencias del vasallaje del gobierno mexicano. Esos son los verdaderos aliados, con los que hay que construir, más allá de las fronteras, una poderosa alianza internacionalista y antiimperialista. Evidentemente, se trata de una política muy distinta a la que sostienen AMLO y el Morena.
Para todo eso hay que poner en pie una poderosa organización socialista y revolucionaria en México, que inscriba férreamente en sus insignias la lucha contra la opresión imperialista, lo cual está indisolublemente vinculado a acabar con la explotación capitalista. Y que frente al T-MEC, también plantee una salida anticapitalista y socialista, que apunte a una integración política, social, económica y cultural de la población de la región en una Federación de Estados Unidos Socialistas de América del Norte. Esto requiere de la construcción de una organización revolucionaria en Estados Unidos -una perspectiva por la que luchan nuestros camaradas de Left Voice— que levante una perspectiva internacionalista, que hoy no puede más que ser antiimperialista, ya que, como decía Carlos Marx, un pueblo que oprime a otro pueblo, no puede ser libre.
Entonces, nuestro desafío es construir un gran partido, nacional e internacional, de los explotados y oprimidos, que en México impulse la movilización contra el saqueo y la subordinación a los Estados Unidos, imposiciones esclavizantes en las que coinciden tanto la oposición de derecha como el gobierno del MORENA. Tomar el camino de una lucha revolucionaria, antimperialista, internacionalista y socialista, para que México no siga siendo una estrella más de la bandera yanqui.
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