La filosofía se nos enseña sujeta a los intereses de unos pocos, e igualmente filtrada para acomodarse a la brutalidad del sistema actual. Como decía Karl Marx en las Tesis de Feuerbach: “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de cambiarlo.”
Jueves 25 de enero de 2024
Tras terminar una carrera universitaria como es la de Filosofía, no es poca la incertidumbre que crece en el corazón de los filósofos recién graduados en 2024. Su futuro laboral, tan incierto como deprimente, invita a reflexionar sobre las causas y las consecuencias de una sociedad tan carente de salidas profesionales, becas y ayudas relacionadas con la docencia y la investigación en esta disciplina, así como el resto de materias relacionadas con las artes y las humanidades. Incluso dentro de la propia universidad, la exposición a las ideas y valores defensores del actual statu quo, así como la asunción inconsciente de dogmas y enseñanzas conservadoras sin previa reflexión, son sólo algunos ejemplos que explican la necesidad de la filosofía en nuestra sociedad.
¿Qué filosofía queremos?
Es preciso hacer un apunte sobre qué filosofía reivindicamos: la educación en el sistema actual funciona como instrumento de reproducción ideológica y de creación de “capital humano”. Es un modelo de aprendizaje que mantiene la división tajante entre profesor/sujeto activo de conocimiento y alumno/objeto pasivo. Es la llamada “educación bancaria” que han criticado extensamente filósofos como Paulo Freire en su famosa Pedagogía del Oprimido, y Christian Laval en La Escuela no es una Empresa. En una carrera que hace de la filosofía un mero trámite burocrático, y convierte a sus estudiantes en notas, la memorización y repetición priman sobre la reflexión crítica, especialmente cuando están en juego ayudas y becas de colaboración. Con la subida de las tasas universitarias y con la reducción de becas y oportunidades laborales, las posibilidades de que la clase trabajadora pueda acceder a esta educación son cada vez menores.
Y no se trata de un estado de decadencia que solo afecte a nuestra sociedad en este ámbito epistémico en particular −la filosofía−, sino a toda clase de acción y pensamiento político mínimamente transgresor con el sistema capitalista de nuestra era. Como si de un animal enfermo se tratara, la perspectiva económico-productivista con la que el ser humano ve y conforma el mundo contemporáneo no le permite gozar de una vida feliz, sino todo lo contrario, pues parece haber sacrificado su calidad de vida en aras de un sistema económico que nada tiene que ver con su bienestar.
Véase: TRIBUNA ABIERTA ¿Cómo llegué a odiar la universidad?
A una visión pedagógica que parece equiparar educación con obediencia, y que tiene miedo de “contaminarse” de política, queremos oponer una filosofía verdaderamente crítica, basada en el debate y en el desafío de lo establecido. Una filosofía comprometida con la realidad concreta y en diálogo con otras disciplinas. En definitiva, una filosofía de la praxis.
Esta filosofía es más importante que nunca en una cultura costumbrista, reacia a reflexionar sobre la génesis de toda idea y valor que nos son impuestos; una cultura puramente consumista, que funciona de acuerdo con políticas alejadas de los intereses sociales y de toda clase de actividad que no sea de interés económico, siempre a través de la condena y subordinación de la razón a la lógica irracional del mercado, a la codicia y la costumbre.
Ver también: mi vida y el BOE, ¿es esta la educación que queremos?
Como ejemplos más característicos, cabe a destacar los numerosos intentos de los principales partidos políticos por acabar con la Filosofía en el Bachillerato, las políticas de expansión y privatización en materia de economía y servicios públicos tan básicos como la educación y la sanidad, así como la inexistencia de medidas medioambientales efectivas para combatir la crisis climática.
Una filosofía para cambiar el mundo
Nada más allá de ese control que ejerce la parte más rica de la población para impedir toda solución o alternativa de cambio, todas estas medidas son respaldadas a través de intereses de poder político y económico, desligados de toda ciencia y raciocinio que justifique su justa adecuación con el bienestar de la mayoría social. Además, la radicalidad y el populismo con el que se llevan a cabo estas medidas socioeconómicas es cada vez más alabada por los sectores más reaccionarios, incapaces de reconocer el absurdo de esta situación, así como de entender la injusticia e incompatibilidad con los límites biofísicos de nuestro planeta.
El seguimiento ciego de estas políticas oligárquicas, esto es, ignorando las circunstancias materiales y medioambientales que atañen a todas las personas, se convierte en un caldo de cultivo perfecto para una forma de vida en sociedad que atenta no solo contra millones de especies, sino también contra las personas migrantes, racializadas, LGBT+, mujeres, neurodivergencias, etc.
Véase: Sí, a la clase trabajadora también le preocupa la crisis climática
En esencia, es importante que reconsideremos el uso que estamos haciendo de la Filosofía para lograr una mirada revolucionaria sobre el mundo, es decir, que rompa con los prejuicios y las mentiras que la burguesía mantiene para conservar sus privilegios y explotar a la mayoría. Tal como criticó Kenneth E. Boulding en su obra La economía de la futura nave espacial Tierra (1966), «los economistas siguen pensando y actuando como si la producción, el consumo, los flujos de recursos y residuos, y el PNB (Producto Nacional Bruto) fueran la medida adecuada y suficiente del éxito».
Pese al continuo auge y progreso de la ciencia y la tecnología, seguimos viviendo explotados para producir más de lo que nuestro planeta puede sostener, en una sociedad que banaliza la filosofía, o la instrumentaliza para defender la propiedad privada, el patriarcado y las opresiones sistémicas. Al igual que sucede con la especulación de recursos naturales tan básicos pero indispensables como el agua dulce, la filosofía está sujeta a los intereses de unos pocos, e igualmente filtrada para acomodarse a la brutalidad del sistema actual.
Por eso es importante tomar conciencia de la importancia que tiene pensar críticamente, para entender y responsabilizarnos de estos problemas y, así, llevar a cabo el cambio. Pero el cambio no viene con la simple “deconstrucción” y el estudio, como una suerte de iluminación divina. Como decía Karl Marx en las Tesis de Feuerbach: “los filósofos no han hecho más que interpretar de diversos modos el mundo, pero de lo que se trata es de cambiarlo.”