En un país estallado, el 27 de diciembre de 2001, durante la efímera presidencia de Adolfo Rodríguez Saá, llegó a la meta el paso a paso de Mostaza Merlo, el mantra con el que el entrenador afónico trató de controlar la ansiedad de un pueblo que hacía 35 años esperaba por ese instante.
Alejandro Wall @alejwall
Miércoles 28 de diciembre de 2016
Y todo pudo haber sido parte de una broma: los diarios del día de los inocentes, los del 28, finalmente, dijeron esa vez que Racing era campeón. “Todo milagro es posible”, tituló Página/12. “Si Racing –agregó- consiguió salir campeón después de 35 años y atravesando todos los círculos del infierno, hasta las utopías más audaces, como que la Argentina salga de una vez de esta crisis, parecen ahora menos disparatadas”.
Clarín y La Nación también le dedicaron sus tapas, rodeadas de títulos que daban un contexto: “Masiva cancelación de las vacaciones en el exterior”, “Autorizan a pagar en pesos 1 a 1 las deudas en dólares”, “Bajan a la mitad el peaje para ir a la Costa”. Y ahí estaba Racing campeón. Era verdad. Eso, al menos, porque eran horas en las que en la calle se repetiría una consigna: “Nos mean pero los medios dicen que llueve”.
Para algunos, hinchas de Racing, podía ser toda una contradicción. Para otros, también hinchas de Racing, el paisaje no podía ser otro, el de un diciembre revuelto, los días del Argentinazo. El cineasta Flavio Nardini, ideólogo de la estatua de Mostaza, siempre recuerda que esa noche, después de que Racing empatara con Vélez 1-1 en Liniers, se festejó en el Obelisco, uno de los escenarios de la represión policial con la que se había despedido el gobierno de la Alianza una semana antes.
Martín Sharples sentía algo parecido. El 19 de diciembre a la noche miraba la tele con su amigo el Lobo en Berazategui cuando decidieron salir para la Plaza de Mayo. Y el 20 volvieron. Martín recorrió la zona del Obelisco con su camioneta para levantar heridos. Fue y vino varias veces entre el Argerich y la 9 de Julio. Una semana después, volvió al Obelisco. Ahora, para celebrar por Racing. “A mí me decían ‘se estaba prendiendo fuego la Argentina y ustedes están festejando’. Yo creo que fue la peor contradicción y por eso llevé la remera. Pero también era una descarga ante tantos golpes”, dice Martín, que llevaba puesta la camiseta de Racing que había preparado para ese partido. Sobre la publicidad de Rosamonte, decía: “Basta de matar al pueblo”.
En el Obelisco, Martín se encontró con José Luis Salazar, un militante trotskista al que conocía de la resistencia en el gremio ferroviario durante el menemismo. José Luis, socialista revolucionario, había llorado en la cancha de Vélez, bajo ese cielo raro, apenas terminó el partido. “Es la felicidad completa –decía- terminamos un año increíble, el pueblo en las calles y Racing campeón”. En el Obelisco, Martín y José Luis se reecontraron y se abrazaron y volvieron a sentirse en la lucha.
“No había contradicción –dice Mariano Katz, militante de la Corriente Clasista y Combativa-. Porque esos días era sentirse dueño de las calles. Lo había logrado el pueblo y ese día era parte de una fiesta popular. Y no sentía que tapara nada. Había un comic que yo leía que decía que cuando Racing saliera campeón iba a explotar una bomba nuclear y desaparecería el mundo. Un amigo me cargaba con eso años antes. Eran días completos. Ese día era perfecto”. Mariano había hecho la cola –un acampe que duró tres días- junto a otros amigos para sacar su entrada para ver a Racing campeón. El 19 de diciembre, el mismo día en que pudo tenerla, salió de Avellaneda y entró al Argentinazo: asambleas, barricadas, agite y piedrazos. Cada tanto, en plena calle, Mariano se tocaba el bolsillo del jean para saber si la entrada seguía ahí.
Hubo 39 asesinados por la represión en todo el país, los muertos de un pueblo que el 19 de diciembre por la noche salió a las calles a enfrentar el estado de sitio de Fernando de la Rúa y sus políticas hambreadoras. También Martín Vitali y Francisco Maciel, a punto de ser campeones con Racing, salieron a sumartse a las protestas. No vivían en una burbuja. Pero después, cuando con la huída de De la Rúa en helicóptero, se anunció la suspensión del partido, querían jugar. “(Los jugadores de Racing) saben bien que acabar con la violencia en todas sus formas (la del que rompe comercio pero también la del que evade impuestos por millones y, más aún, la violencia de la desigualdad) es más importante para la salud de un país. Pero mañana no habrá para ellos nada más importante que salir campeones”, escribió Ezequiel Fernández Moores el día previo en el diario Olé. Hinchas de Racing también enfrentaron el estado de sitio en la calle, aunque para reclamar que el partido se jugara. Lo hicieron el 21 de diciembre, en la puerta de Agremiados, el sindicato de los futbolistas que se negaba a que sus afiliados salieran a la cancha. “Me hacía acordar a Malvinas”, decía Sergio Marchi, secretario general.
Esa misma noche, Fernando Marín, gerenciador de Racing, llamó a su amigo Mauricio Macri, presidente de Boca, y le pidió que hiciera una gestión con Ramón Puerta, senador a cargo de la presidencia. Puerta reunió el sábado por la mañana en la Casa Rosada a Marín, Marchi, Julio Grondona y otros dirigentes del fútbol argentino. El comisario Rubén Santos, el jefe de la Policía Federal que había comandado la represión en la Capital unas horas antes, dio el visto bueno para que se jugaran los dos partidos de los que dependía el campeonato: Vélez-Racing y River-Central. “Inmediatamente lo cacé para el lado político.
Era volver a un país normal”, dijo Puerta. Dos datos erróneos se repitieron durante mucho tiempo: 1) que se necesitó levantar el estado de sitio y 2) que se le pidió a Grondona poner una terna arbitral. Ambos son falsos. Nunca se levantó el estado de sitio y la terna (formada por Gabriel Brazenas y los asistentes Alberto Barrientos y Oscar Olagüe) ya estaba designada desde antes de la suspensión. Barrientos, hincha de Racing, jura que no haber levantado la bandera en el gol de Gabriel Loeschbor fue un error de oficio. Aunque no niega que el contexto condicionó todo: “¿Sabés cuándo me di cuenta? –dijo tiempo después-. Cuando lo veo a Grondona entrando a la Casa de Gobierno para que Racing jugara. Nadie me dijo nada pero yo sabía que tenía que salir campeón sí o sí”.
Racing campeón fue también, para algunos sectores, una forma de mostrar que las gestiones en el fútbol podían ser exitosas. Marín se paseó por programas de televisión para contar su modelo, el modelo que buscaba Macri para el fútbol argentino, las sociedades anónimas deportivas. El gerenciamiento era apenas parte del laboratorio. Quince años después, Macri, ahora como presidente, vuelve a la carga. Y otra vez con Marín de ladero.
Y con varios de los planta permanente delarruistas en distintas áreas del gobierno, entre ellos Patricia Bullrich, Hernán Lombardi y Oscar Aguad. Quince años después, no se fueron todos. Están ahí. Pero quince años después también están ahí Martín, José Luis, Mariano y tantos otros, hinchas de Racing o no, otra vez listos para salir a la calle.
(*) Autor de Academia, carajo. Racing campeón en el país del que se vayan todos