La campaña presidencial de la segunda vuelta estuvo marcada por una alta dosis de racismo impulsada por los seguidores de Keiko Fujimori. El racismo es un viejo recurso que las clases dominantes han utilizado desde la colonia para justificar la explotación y la opresión de las grandes mayorías. En la actualidad el racismo sigue siendo moneda corriente con la cual las denominadas élites pretenden mantener sus privilegios.
Jueves 17 de junio de 2021
Foto: Luis Javier Maguiña
El Perú es un país multicultural y plurilingüe, sin embargo, el punto de referencia para tomar decisiones importantes e implementar políticas públicas, no se basa precisamente en esa diversidad cultural que caracteriza a nuestro territorio, sino más bien se busca salvaguardar los privilegios de los cuales gozan una minoría vinculada al sector empresarial.
Estas desigualdades que tienen que ver, entre otras cosas con criterios discriminatorios por cuestión étnica o racial, se apreciaron con mucha claridad en las Elecciones Presidenciales 2021, sobre todo en la segunda vuelta donde se evidenció la mirada racista que se tiene hacia las y los votantes que se encuentran fuera de Lima, quienes fueron señalados como los “culpables” de los resultados electorales que colocaron en segunda vuelta a Castillo, a quien estos sectores consideran muy perjudicial para la democracia, entre otras cosas, por su procedencia provinciana y por el hecho de no pertenecer a las denominadas “élites cultas” limeñas.
Para este grupo que ha manifestado comportamientos discriminadores solo existe una visión válida de progreso y desarrollo y aquella visión que difiera de ésta se la considera como consecuencia del resentimiento o la ignorancia, clasifican la sociedad en dos grupos: uno que supuestamente ostenta superioridad moral e intelectual, y otro grupo primitivo, incivilizado e incapaz de tomar decisiones sensatas, a quienes incluso se les buscó anular sus votos con argumentos altamente discriminadores como el asumir que la población indígena pudo haber cometido errores al procesar actas por su bajo nivel académico, que las firmas no coincidían con los de sus DNI y sospechas respecto a que personas del mismo pueblo tengan el mismo apellido, dejando en evidencia que no conocen la composición de las comunidades pertenecientes a la sierra y selva del Perú.
Vemos pues que, a pesar de los importantes avances científicos a los cuales ha arribado la humanidad en estos últimos tiempos, los comportamientos racistas siguen vigentes y son relevantes para algunos sectores de la sociedad, como ha quedado evidenciado con el comportamiento de algunos sectores políticos vinculados a la derecha e intelectuales como Mario Vargas Llosa quienes han hecho del racismo su principal arma para descalificar a su rival de turno. Esto nos lleva a la necesidad de profundizar en el estudio del racismo como hecho social, cultural y político.
Luisa Velásquez, explica que la categoría raza, es una clasificación que se inventa con la colonización. Recordemos que luego de que Europa dominara América a través del despojo y genocidio, se inventa una argumentación ideológica, con la finalidad de alargar las consecuencias y los privilegios que significo para los europeos poder contar con las riquezas y la mano de obra semi esclavizada de los pueblos originarios de América. A partir de ese momento se empezó a asumir que determinados grupos tienen ciertos rasgos distintivos de personalidad, capacidades, corporeidad, moralidad, intelectualidad, que los hacen inferiores a otros. Se aduce que esas características son “innatas” a determinados grupos sociales, donde, por ejemplo; el blanco proveniente de Europa (España en nuestro caso) es el bueno y es portador de la civilización, mientras que el aborigen de piel oscura es la expresión del atraso y la barbarie que debe ser civilizado.
Sin embargo, los avances de las ciencias sociales nos han demostrado que la raza no es más que una construcción social, cuya finalidad es seguir perpetuando una jerarquía social. No obstante que la raza sea una categoría inventada, no significa que no existan características corporales diferentes, por ejemplo, el color de nuestra piel depende de la cantidad de melanina que se haya segregado, sin embargo, estas características fueron leídas, como ya lo dijimos, según la clasificación del grupo dominante y el contexto colonial y clasista. Es así como la raza blanca se asoció a ideas de alta cultura, civilización, inteligencia, fuerza y, por tanto, quienes pertenecían a esta “raza” eran considerados evolutivamente superiores, mientras que la demás población originaria que no era blanca tenía connotaciones negativas, de menor valor social, inferiores, con destreza física o “comportamiento animal”.
Es a partir de estas concepciones que se va construyendo la figura del racismo, el cual existe cuando una determinada identidad étnica y/o física se ha creado como blanco de una exclusión sistemática en la sociedad. No es necesario que exista una persona ejerciendo una discriminación directa o explícita, sino más bien es la condición en si misma de ser indígena, afrodescendiente o de pertenecer a algún grupo étnico, lo que lleva a que sobre esas personas o grupos de personas pesen mecanismos discriminatorios que sirven para justificar o validar formas de explotación económica y de dominio político. Se va naturalizando así la idea que los “cholos”, los negros o los indios son violentos, vagos, resentidos y tendientes al terrorismo (terruqueo)
El racismo se expresa así a través de la discriminación, la cual se da a nivel de la interacción entre individuos y tiene que ver con las creencias, prejuicios, actitudes y acciones concretas que ejercen ciertas personas frente a otras. La forma más evidente de discriminación es la exclusión, rechazo o trato desigual en base a las diferencias por grupos raciales. Esto se puede ver evidenciado en los cánones de belleza que seguimos (“las mujeres y los hombres considerados como guapos o bellos físicamente, son generalmente blancos o blancas), las bromas que hacemos también tienen un alto contenido racista, como se aprecia con claridad en programas como “La paisana Jacinta” o la “Chola Chabuca” o en frases coloquiales que se suele utilizar cotidianamente como “trabajas como negro”.
Para entender la realidad en la que vivimos es importante reconocer que nos encontramos en un contexto empobrecido y racista, fruto de la herencia colonial que se basó en el usufructo de nuestros territorios y la opresión cultural y política de nuestros antepasados, lo cual permitió el aprovechamiento por parte de la metrópoli de la mano de obra de los pueblos originarios. El actual sistema capitalista ha mantenido bajo nuevas formas, la opresión racial y la explotación económica de las grandes mayorías. Y si bien, ahora destaca menos que antes el color de la piel, las características físicas, el nombre, la forma de hablar o de vestirse siguen siendo significativas en la interacción social.
El cuestionar el racismo es un análisis que no podemos omitir, ya que nos ayuda a comprender que somos parte de un sistema que ejerce violencia sobre otras personas a través de mecanismos como la explotación de clase o la opresión de raza: Mujeres acaudaladas que tienen en sus casas esclavizadas a mujeres empobrecidas, ejercen esa violencia cobijada por clase y raza, o la gente rica que vive de la explotación de la gente empobrecida. No es discriminación individual sino un sistema que se integra a la estructura de la sociedad para producir y reproducir este tipo de desigualdades.
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