El Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia condenó el 24 de marzo al ex presidente de la Republika Srpska de Bosnia-Herzegovina, Radovan Karadžić, a 40 años de prisión. ¿Se hizo justicia?
Sábado 26 de marzo de 2016
Karadžić fue principalmente considerado responsable por el genocidio de Srebrenica en julio de 1995, al fin del conflicto más sangriento de Europa desde la Segunda Guerra Mundial (más de 100.000 muertos y 2 millones de desplazados) entre 1992 y 1995.
Responsable por crímenes de guerra y contra la humanidad, de deportaciones, de torturas y por el sitio de Sarajevo que duró 44 meses, lo mínimo que se podría decir es que esta condena llega bastante tarde: mas 20 años después del fin de la guerra. Karadžić fue declarado culpable de diez de las once acusaciones en su contra por crímenes cometidos durante la guerra de Bosnia en los años 1990. De este modo, por más que es considerado culpable por crímenes en las municipalidades de Bratunac, Foča, Ključ, Prijedor, Sanski Most, Vlasenica et Zvornik, en 1992, el tribunal consideró que no había intención de llevar a cabo un genocidio en estas localidades. El abogado de Karadžić por su parte ya declaró que su cliente apelará esta condena.
Antes de su detención en 2008, Karadžić pasó 13 años prófugo. Hay razones para pensar que tanto Karadžić como Ratko Mladić, jefe de guerra de los serbios de Bosnia, pudieron esconderse de la justicia internacional durante largos años gracias a la complicidad de los servicios secretos serbios y al consentimiento de las potencias occidentales. En efecto, el costo político y social de la impunidad de los criminales de guerra en esta región sensible fue sin ninguna duda considerado inferior al de la captura y castigo de éstos.
Esta condena del Tribunal Penal Internacional para la ex Yugoslavia (TPIY) es la primera de una serie de sentencias que habrá próximamente para “peces gordos” de las guerras en ex Yugoslavia en los años 90. Pronto será el turno del nacionalista serbio y presidente del Partido Radical Serbio, Vojislav Šešelj, y luego la de Ratko Mladić. Sin embargo, es muy probable que la condena de estos dirigentes conocidos no resuelva nada las fracturas nacionalistas que existen en los países de la ex Yugoslavia.
No obstante, con estos procesos mediáticos las potencias occidentales intentarán declarar que se hizo justicia y así ocultar su propia responsabilidad en los crímenes y en la impunidad de los genocidas de las guerras de ex Yugoslavia. En efecto, son los dirigentes imperialistas los que erigieron a Karadžić, a Milošević y a Mladić en “socios privilegiados” en el proceso de negociación de “paz” (como lo hacen actualmente con Bashar Al Assad en Siria). Son ellos los que, con los Acuerdos de Dayton (1995), avalaron la partición reaccionaria de Bosnia-Herzegovina en base a la limpieza étnica.
Así, por más que Karadžić, Mladić, Šešelj y los otros sean condenados, su principal invención, la Republika Srpska que se transformó en entidad oficial en Bosnia, fue más que legitimada por los poderes internacionales. ¿Qué efectos tendrán estas condenas en las relaciones entre los diferentes pueblos de la región si la herencia de la limpieza étnica y del nacionalismo sigue en pie no solo en Bosnia sino también en Serbia y Croacia? Continúa habiendo en esos países dirigentes de Estado y “multitudes” para recibir a los criminales de guerra como “héroes” o para denunciar la “injusticia” cuando se los condena.
El hecho de que Karadžić haya sido condenado es sin ninguna duda una buena noticia, sobre todo para sus víctimas y para la familia de éstas. Sin embargo, estamos lejos de poder afirmar que se hizo justicia. Las guerras de los años 1990 en la ex Yugoslavia tuvieron como consecuencia no solo la dispersión nacionalista de los pueblos que la componían, sino que también han preparado el terreno para que arribistas se apropien de las riquezas producidas colectivamente durante varias décadas.
En ese sentido, no puede haber justicia hasta el final en la región ex yugoslava sin un cuestionamiento global del orden social, político y económico de la posguerra de los años 90; sin un cuestionamiento del orden posyugoslavo. Dicho de otra manera, para que haya verdadera justicia no solo hay que capturar y castigar a los responsables materiales e intelectuales de los crímenes de guerra y contra la humanidad, sino que hay que cuestionar la Bosnia de Dayton (basada precisamente en esos crímenes) y el proceso de privatización de la economía que arrojó a la pobreza a millones de personas. Sería una forma también de romper las divisiones nacionalistas y crear la unidad de clase de los trabajadores bosnios, serbios y croatas contra las clases dominantes locales, independientemente de su origen étnico, y contra el imperialismo.