¿Cómo funciona, para millones de jóvenes de todo el mundo, el “algoritmo” entre nuevas tecnologías y viejas formas de explotación? El capitalismo de plataformas y la salida de la izquierda.
Lucho Aguilar @Lucho_Aguilar2
Sábado 9 de febrero de 2019 00:28
imagen/Martín Cossarini/Enfoque Rojo
El punto cero del capitalismo de plataformas comienza lejos de nuestras calles y cualquier algoritmo. En la “República” del Congo, pibes de 10 años se escabullen en las minas para sacar cobalto para las baterías de los smartphones. En Alemania, miles de jóvenes corren entre los estantes de Amazon en busca del teléfono que alguien compró solo con un click. En el DF mexicano, una chica pedalea cargada de Big Mac´s; quiere terminar su pedido antes que se le acabe la batería. La energía de sus piernas se agotó hace rato.
La misma escena sucede en Buenos Aires, Córdoba, Rosario, La Plata. Jóvenes pedalean colgando cajas rojas o amarillas. Para algunos es una versión moderna de uno de los oficios más antiguos: el reparto de mercaderías por tracción a sangre. Pero, ¿es así?
Te puede interesar: [Dossier] Rappi y Glovo y las "nuevas" formas de explotación de la juventud
Te puede interesar: [Dossier] Rappi y Glovo y las "nuevas" formas de explotación de la juventud
Las nuevas tecnologías y el “ejército juvenil de reserva”
Frenemos unos minutos para tratar de entender qué hay detrás del nuevo fenómeno.
Primero, la situación laboral de la juventud. En 2017, el 17 % de las y los jóvenes menores de 25 años estaban desocupados en Europa. La cifra llegaba al 40 % en Grecia, Estado Español e Italia. De los que tenían trabajo, la mitad tenía contratos de seis meses. En América Latina, el 20% de los jóvenes menores de 25 está desocupado y la precariedad es todavía mayor. Llegamos a la principal zona metropolitana de Argentina, Buenos Aires. Allí la desocupación entre los pibes de 18 a 24 años llega al 26%; el 60% no está registrado (ni ART, ni obra social, ni jubilación, ni vacaciones). Las mujeres, en todos los casos, están peor, también los inmigrantes. Más allá de las fronteras, una tendencia los une: la desocupación y precarización de cientos de millones de jóvenes.
Segundo, el creciente peso de los servicios en la vida de las grandes ciudades. Como define el economista David Harvey, “el trabajo dedicado a la producción y reproducción de una vida cotidiana cada vez más urbanizada. La cadena de abastecimiento dentro y fuera de las ciudades supone un movimiento continuo, sin interrupción”. Porque cuanto menos tiempo entre producción y circulación de la mercancía, lo que Marx llama tiempo de rotación del capital, más ganancia para las empresas. Y ese flujo de bienes y servicios, señala Harvey, “es realizado cada vez más por trabajadores eventuales, a menudo a tiempo parcial, desorganizados y mal pagados”. Así, en ciudades donde las clases medias y altas siguen ampliando sus consumos y cada vez hay más problemas de movilidad, los servicios “de última milla” se han convertido en un rentable negocio.
El tercer elemento para entender cómo funciona el capitalismo de plataformas es la masificación del uso de los celulares, internet y las plataformas socio-digitales. En Argentina, 8 de cada 10 habitantes usa teléfonos inteligentes y 7 de cada 10 accede a internet. A fines de este año habrá en el mundo 3000 millones de smartphones. En ese marco se han desarrollado todo tipo de plataformas y apps (aplicaciones). Para relacionarte con gente, escuchar música o pedir todo tipo de servicios.
Por eso han sido, sobre todo a partir de la crisis de 2008, uno de los nichos de inversión capitalista. Algunas usando la gigantesca masa de información que captan de sus usuarios (big data) para vender publicidad (Google, Youtube, Facebook), otras sumando suscriptores (Netflix, Spotify) o haciendo logística y comercio electrónico (Amazon, Mercado Libre). Hasta llegar a las plataformas de trabajo que “conectan clientes y colaboradores”. Algo así como hacer un click y que una “rappitendera” te traiga una pizza o un Uber te rescate en la puerta de tu casa.
La masificación de las nuevas tecnologías, las “necesidades” de la vida urbana y la precarización juvenil: así nacen Uber, Glovo, Rappi
El mundo según Rappi
Ingresemos a ese mundo por su propio sitio web. “¿Querés ser tu propio jefe? En Rappi manejás tu tiempo y sacás provecho de él. Activate cuando quieras”. “Tu ganancia se establece por cada entrega, más propina”. ¿Por qué? “Porque somos una comunidad llena de pasión”.
Sin jefes, con ganancias y pasión. Así es el Mundo Rappi; ponele.
En esa misma página, ya con cierto tono leguleyo, la empresa explica que “RAPPI facilita la intermediación entre repartidores independientes y personas físicas que requieren de servicio de cadetería mediante el uso de una plataforma tecnológica y móvil de RAPPI”. Su gerente Matías Casoy lo dice en criollo: "los repartidores son importantísimos pero no son empleados: no están en relación de dependencia”.
Según ellos, son parte de la llamada “economía colaborativa”, donde las empresas solo serían mediadoras para conectar “colaboradores”, usuarios y comercios.
Por esa “conexión” la empresa se queda con una comisión del 17%. Pero a sus “colaboradores” les depositan sus trabajos dos o tres semanas después de realizados. El dato no es menor. En una época de altas tasas, aprovechan esos días para meter la plata en la bicicleta financiera, la única que pedalean los CEO.
Te puede interesar: [VideoInforme] Rappi - Glovo: plataformas de precarización
Te puede interesar: [VideoInforme] Rappi - Glovo: plataformas de precarización
Rappida para los negocios
La colombiana Rappi desembarcó en Argentina en octubre de 2017, poco después lo hizo la española Glovo. Aprovechando una ley impulsada por el macrismo, se inscribió como Sociedad por Acciones Simplificadas (SAS). Las SAS tienen varias ventajas: pueden constituirse con un solo socio, menores costos, más flexibilidad de funcionamiento y facilidades para “incorporar inversiones”. ¿Por ejemplo? Rappi Argentina tiene un administrador, Lucas Asad, que fundó la empresa con solo 17 mil pesos. Pero detrás de los “emprendedores” de Rappi están, a nivel internacional, fondos de inversión como DST Global (Israel-Rusia), Sequoia Capital (EEUU) y Andreessen Horowitz (EEUU), que en los últimos tres años le aportaron 462 millones de dólares.
Según la revista Apertura, “en julio Rappi procesó más de 200.000 pedidos y la empresa espera cerrar el año con una facturación de u$s 5 millones por mes y niveles de crecimiento de entre 30% y 50% mensual”. También se ha asociado a grandes cadenas de distintos rubros como Mc Donald’s, Disco, Vea, Farmacity o Volta.
La Nación festeja que Rappi es una de las empresas que en 2018 superó los 1000 millones de dólares de valor, a nivel global. Zarpado.
Rappi espera cerrar el año con una facturación de u$s 5 millones por mes y niveles de crecimiento de entre 30% y 50% mensual
Las plataformas de trabajo llegaron a la Argentina durante el macrismo. Además, impulsa un Plan de Empleo Joven junto a McDonald’s y un régimen de pasantías como parte de la reforma laboral. El plan del “gran bigote” ya tuvo resultados. Según la Superintendencia de Riesgos de Trabajo (SRT), en 2017 la juventud de 16 a 24 años alcanzó una tasa de empleo no registrado del 60%, un 7% más que cuando asumió Macri. Las consecuencias son brutales: según la misma SRT, las y los jóvenes de esa edad tienen un 50% más de accidentes y enfermedades laborales. El salario bruto promedio de los jóvenes está en $ 14.512, la mitad que los adultos. ¿Ellas? 25 % menos.
Así y todo, no es un invento de Cambiemos: Menem lo hizo, lo sostuvo el kirchnerismo y el macrismo esta vez sí defendió la “herencia recibida”. Las cúpulas sindicales han garantizado todo, como parte de la fragmentación de la misma clase trabajadora.
Te puede interesar: Esclavos del Siglo XXI: “Pasé por 40 fábricas en 12 años”
Te puede interesar: Esclavos del Siglo XXI: “Pasé por 40 fábricas en 12 años”
Cuando el “algoritmo” se pone el bigote: 5 historias ráppidas
La realidad es que, tras la supuesta relación libre entre “plataformas” y “colaboradores independientes”, se esconde uno de los fraudes laborales más grandes que se conozca: negarle la condición de trabajadores y sus derechos a quienes realizan esa actividad de circulación tan necesaria para la realización del capital.
¿Cómo funciona ese fraude? Ya lo explicaron los propios “rappitenderos” a La Izquierda Diario.
Somos trabajadores. “Cuando entrás te dicen que sos un trabajador independiente, pero la realidad es que trabajas para ellos, cumples sus órdenes, kilómetros, tiempos de espera, o sea que no somos independientes: somos trabajadores que estamos subordinados a la empresa. Que se decidan, o somos “independientes” o que nos reconozcan la relación laboral”. (Roger, venezolano, referente del sindicato APP “bloqueado” por la empresa)
Horas, músculos, monedas. “Pedaleo de lunes a lunes, 10 horas por día. Ayer hice 290 pesos en todo el día. A veces nos piden pedidos para Vicente López, tenés que pedalear 7 u 8 kilómetros por 50 pesos. Otra vez me llamaron y era un chango entero. Como no lo podía llevar me suspendieron una hora” (Pablo).
El bigote contra los inmigrantes. “No podemos dejarnos explotar así. Tenemos que exigir un trabajo y un sueldo justo y digno. La mayoría de nosotros, venezolanos y colombianos, estamos muy explotados porque pasamos más de 15 horas en la calle, exponiendo nuestros celulares, bicicletas y hasta nuestras vidas por una empresa que no da la cara” (Rodolfo, trabajador venezolano despedido por Rappi).
Somos trabajadoras. “Quiero poder formar un sindicato, que busque las demandas de los trabajadores: un monto decente de pago, que vea a qué zonas se puede ir y cuáles no, tener una ART y obra social. Somos trabajadoras y esa tiene que ser la principal concepción”. (Arianna, estudiante, dejó Rappi Córdoba porque la empresa no se hizo cargo de su salud, remedios y bicicleta tras un accidente).
Ellos salen ganando siempre. “Yo además tengo otro trabajo. Hay días que vuelvo de cuidar chicos, descanso una hora y me conecto, de 17 a 24. Quiero estudiar psicología pero con laburos así no sé si puedo. La empresa juega con la necesidad de la gente, muchos jóvenes que necesitamos laburar. Ellos salen ganando siempre” (C, 20 años, argentina).
Para tener una idea, durante 2018 fueron más de 20 mil jóvenes los que trabajaron en estas condiciones, solo en Rappi Argentina.
Nuevos negocios, viejas costumbres
Ya escuchamos a los bigotes del Mundo Rappi y los pibes y las pibas que los desmienten. Escuchemos también a quienes han estudiado el capitalismo de plataformas.
Para Patrick Cingolani, Director del “Laboratorio de cambio social y político” de la Universidad París Diderot “la cuestión sigue siendo la asimetría de las relaciones sociales que instituye la apropiación del poder tecnológico por parte de las empresas. No hay ninguna colaboración. La empresa se cobra una comisión y se desentiende de sus responsabilidades referidas a las condiciones de trabajo y eventuales accidentes”.
Natalia Suazo plasmó una muy buena investigación en su libro “Los dueños de internet”. Allí revela, entre otras cosas, que “en realidad se trata de compañías tradicionales que utilizan internet para intermediar y extraer las ganancias de muchos individuos conectados. No son los algoritmos los que comienzan a definir las tarifas o las condiciones para los trabajadores. Son los mismos dueños de las empresas. Aunque ejercen el mismo poder, hoy no son tan visibles”.
Paula Abal Medina y Karol Morales se hacen una interesante pregunta sobre los “pequeños y grandes robos” que realizan Rappi o Glovo. “¿Cuánto ganan con el dinero que incautan temporalmente a los repartidores y que se acrecienta en los circuitos financieros? ¿Cuánto ganan por el uso y el desgaste de medios de producción que pertenecen a los trabajadores? ¿Cuánto se ahorran al utilizar la ciudad como espacio de trabajo? ¿Cuánto obtienen por la venta de datos extraídos de sus clientes que alimentan la big data? El repartidor contribuye a muchos de estos circuitos de valorización que quedan invisibilizados al momento de imaginar la retribución de su trabajo y el reconocimiento de sus derechos”.
En la revista Ideas de Izquierda, Julian Tybor reseña el último libro de Nick Srnicek, Capitalismo de plataforma. “Las define como plataformas austeras: Uber no tiene flota de taxis, Rappi no tiene bicis, el único capital fijo relevante es su software. Operan a través de un “modelo hipertercerizado”. La hipótesis de Srnicek es que son una burbuja similar a la de las punto-com en los años ’90: la inversión en ellas responde más bien a una expectativa de ganancias futuras que a ganancias reales. Pero en el horizonte hay problemas: un gran límite a su rentabilidad es la organización de los trabajadores”.
Te puede interesar: Reseña de Capitalismo de plataformas
Te puede interesar: Reseña de Capitalismo de plataformas
¿Hacia dónde vamos?
Según un estudio del Banco Mundial, en 2013 había 48 millones de trabajadores registrados en estas plataformas de servicios. Para 2020, se espera que el 40% de la clase trabajadora en EEUU sean “contratistas independientes”. Un informe de la Comisión Europea dice que en los últimos años el sector ha duplicado ingresos en ese continente, facturando 28.000 millones de euros. En la Argentina ya hay 100 mil personas empleadas por las apps en Argentina.
Esa precarización y fragmentación, obviamente, no es un invento de las plataformas sino una tendencia más general del capitalismo. Hoy en el mundo solo una de cada cuatro personas empleadas tiene un trabajo full time y estable, y los nuevos puestos son generalmente en peores condiciones. En esa realidad, los jóvenes, las mujeres y los migrantes son los más castigados.
Plataformas de lucha
Pero así como crece el capitalismo de plataformas, también vemos ejemplos de organización y resistencia.
Las duras huelgas de Amazon en España y Alemania, con acciones comunes “internacionalistas”. O las de los riders de Deliveroo en España, Francia y otros países, que durante diciembre hicieron protestas en distintas ciudades europeas. Las primeras rebeliones en Rappi, Pedidos Ya y la formación del sindicato APP (Asociación de Personal de Plataformas) en nuestro país, que ya ha sufrido el ataque antisindical de las empresas.
Es que, como dice Marx en el Manifiesto Comunista, “la burguesía produce, ante todo, sus propios sepultureros”. Y sepultureras.
Te puede interesar: Nuestras vidas valen más que sus ganancias
Te puede interesar: Nuestras vidas valen más que sus ganancias
Por eso es tan importante cada paso en la organización de la juventud precarizada, de las nuevas plataformas pero también de los pequeños talleres, las grandes fábricas o los call centers. Una organización que permita unir más allá de las fronteras, los gremios y las formas de contrato a esos cientos de millones que hacen funcionar el mundo, y también pueden transformarlo. Levantando nuevas banderas que exijan trabajo bajo convenio, el pase a planta de los contratados, un salario que cubra la canasta familiar, iguales salarios y categorías para las mujeres, y el derecho de tener delegados. O peleando por 6 horas de trabajo 5 días por semana para poder estudiar, descansar y disfrutar la vida, como ha planteado Nicolás del Caño en la última campaña del Frente de Izquierda.
El desarrollo de las nuevas tecnologías, que podría ayudar alivianar y reducir la jornada de trabajo, en manos de los empresarios se transforma en más explotación. Por eso, la lucha contra estas “nuevas formas de precarización” tarde o temprano tiene que asumir una perspectiva anticapitalista. Como dice Josefina Martínez en su crónica sobre las huelgas de Amazon, “la posibilidad de utilizar el desarrollo de las redes sociales y nuevas apps para generalizar una colaboración social entre las personas, sin mediación del capital, es posible solo una vez que se superen los límites del capitalismo. Entonces sí, la cooperación entre productores libres puede potenciarse mediante nuevos desarrollos tecnológicos y aplicaciones colaborativas para planificar y organizar la vida en común”.
Para pelear por ese futuro: paso a la juventud trabajadora.
Fuentes y artículos
Lucho Aguilar
Nacido en Entre Ríos en 1975. Es periodista. Miembro del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001. Editor general de la sección Mundo Obrero de La Izquierda Diario.