¿Cómo vivió los sucesos del ‘89 una niña de 10 años? Los recuerdos y algunas crónicas desde la infancia, la sensibilidad de entonces, no sin algunas reflexiones sobre el presente.
Andrea González R. @vrodrguez
Martes 27 de febrero de 2018
En este aniversario número 29 de la rebelión popular del 27 y 28 de febrero del ’89, desde La Izquierda Diario invitamos a algunas personas a colaborar con crónicas, recuerdos, caricaturas y reflexiones sobre este importante hecho de nuestra historia. Como parte de esto, publicamos aquí los “recuerdos infantiles” de Andrea González, socióloga graduada en la UCV y profesora de la Universidad Simón Bolívar.
* * *
El Caracazo, sin lugar a dudas es un hito de la historia contemporánea de Venezuela, mucho se ha debatido sobre el impacto de estos eventos en la cultura política, organización social y transformación física de la ciudad. Pero en todos los que tenemos suficiente edad para recordarlo, estos eventos dejaron recuerdos significativos, que afloran con mucha facilidad en nuestra actual realidad de crisis económica.
Por invitación de un buen compañero, me animo a compartir algunos de mis recuerdos, quizás sirvan de detonador para evocar la memoria de otros y pensar las angustias de hoy, sin olvidar que todo pasa, nada dura para siempre y dentro de treinta años seguro alguien intentara escribir una crónica de estos días de hiperinflación.
En febrero de 1989, aún no cumplía 11 años, cursaba el quinto grado y en mi entorno sucedían cosas que no lograba entender. Con los años y la distancia, fui armando eventos que todos respondían a las mismas causas. Una de mis perturbaciones era que cada dos o tres meses cambiaba la maestra, en cuarto grado ya había tenido tres y en quinto grado creo que tuve cuatro maestras y me quedaba absolutamente claro que en la escuela no aprendía nada, la nueva llegaba a repetir o mejor a mantenernos tranquilos sin hacer nada, el único sentido de ir a la escuela era compartir con mis amigos.
El lunes 27 de febrero de 1989, la vida parecía normal, fui a la escuela, mis padres fueron al trabajo y en la noche veían las noticias y comentaban con preocupación, pero eso era normal por esos días, lo distinto fue que me dijeron mañana no vas a la escuela. El martes 28, todo era raro, salieron a trabajar, pero mi abuela que vivía al lado, regreso antes de las 9:00 a.m., y mi mamá llamo por teléfono para que mi papá la buscara en el carro, tardaron muchas horas en poder regresar, a pesar que era un trayecto relativamente corto, llegaron después del mediodía.
Mientras mis padres buscaban como regresar a la casa, en medio de los saqueos y el caos, yo sola me mantenía observando en vivo todas las imágenes de lo que sucedía, sin filtro y sin orientación. Mi abuela se acercó un par de veces, compartía sus angustias, pero no hizo ningún intento por evadirme de lo que estaba pasando. Realmente se lo agradezco, porque no tenía sentido. Desde el balcón se veía el movimiento de policías en motos y por la esquina bajaba gente con productos saqueados en las calles que quedaban detrás del edificio.
Al fin llegaron mis padres, ellos si intentaban de filtrarme la información de lo que pasaba. Cambiaron el televisor o lo apagaron, no lo sé. Pero después que llegaron no vi más esas imágenes, hasta que volvieron con los años en modo documental. Comentaron de los saqueos, intentaron mantenerse calmados y promover cierta normalidad dentro de la casa.
Algunos vecinos, comandados por el adeco del piso 12, bajaron a hablar con unos policías metropolitanos para coordinar el resguardo de los comercios de la parte de abajo del edificio. Mi papá decía con desprecio, “ahí está el adeco, alborotando a los vecinos, diciendo que nos van a saquear los apartamentos, el cree que es dueño del supermercado”.
Llegó la noche y el anuncio de toque de queda me impactó, primero fue hasta las seis de la tarde, después de unos días hasta las ocho, y después creo que hasta las diez, quizás lo sobre estimo, pero me parece que el toque de queda duró como un mes. Desde el 28 de febrero, con ese anuncio de toque de queda, entendí que si estabas en la calle a esa hora te mataban y empecé a pensar en los indigentes, cómo iban a hacer si no tenían a donde ir, esa idea me angustiaba. Los días subsiguientes me aterraba que mi mamá no pudiera regresar del trabajo a tiempo, todas las tardes lo pensaba, no decía nada, pero la preocupación siempre estaba ahí.
Siempre se conmemora el 27 de Febrero, pero desde mi experiencia el día más complicado fue el martes 28, vivía en La Candelaria. Probablemente para los que vivían en Petare o Guarenas el lunes fue el día más complicado.
Una de las cosas que más resentí del llamado Caracazo fue la prohibición expresa de ir a clases y por tanto la separación forzosa de mis amigos. Estudiaba en un colegio privado, barato y bastante malo, que mis padres hacían el esfuerzo de pagar con la intención de que “no perdiera clases”, como sucedía en los públicos. Pero después del Caracazo, la orden fue “se prohíben las clases en todos los niveles en instituciones públicas y privadas”. Después de 15 días llamaron del colegio, indicándonos que fuéramos sin uniforme, solo los de primaria para retomar progresivamente las actividades. Esa idea me encantó, volvía a ver a los amigos, la gran sorpresa fue que cuando llegamos estaban dos policías metropolitanos en la puerta prohibiendo la entrada.
Pasaron los días y al fin, nos dejaron ir a clases, como las maestras no estaban muy pendientes de nosotros, recuerdo largas conversaciones en el salón de quinto grado, sobre los saqueos. Dos de mis compañeros decían haber participado, quizás era una fantasía infantil, una que vivía en Chapellin decía que entró en el saqueo del CADA de La Florida y agarró helados de la nevera, otro que era de Sarría decía haber participado en el saqueo de una tienda por departamentos y haber agarrado portaminas, creyones y cuadernos. El relato era casi de héroes, ahora estoy convencida que era mentira, creo que no saquearon nada. Pero ninguno del grupito se le ocurría cuestionar moralmente los saqueos y eso después de casi 30 años me parece interesante.
Durante los días de saqueo, fantaseaba con ir a una tienda de artículos deportivos, porque quería una balón de voleibol, le decía a mi Papá, pasamos por ahí y si lo vemos entre lo que quedó del saqueo lo agarramos. Mi padre hacia malabares argumentativos para decirme que si iba a la tienda y garraba el balón estaba robando, pero sin criminalizar a las personas que saqueaban. Desistí de hacerle ese tipo de comentarios a mi Papá porque ya tenía suficiente sensibilidad para darme cuenta que lo ponía en una situación incómoda y hasta angustiosa. Cómo logras explicar la complejidad del momento a los niños, sin criar pequeños fascistas, pero también promoviendo responsabilidad y respeto a ciertas normas.
En el camino entre la casa y la escuela quedaron las marcas del saqueo, comercios que nunca se recuperaron, proliferación de rejas y cercos. Pero en lo personal me quedó un gran resentimiento hacia la policía, por prohibirme entrar a la escuela; junto con una gran desconfianza hacia el gobierno, que presentía que había matado mucha gente en la calle.
Si vemos las condiciones actuales, es inevitable preguntar, por qué hoy no ocurre un evento con las características del Caracazo. Desde hace años tengo la hipótesis que la razón por la cual en Caracas no se han vuelto a producir saqueos masivos es porque somos una generación marcada por esa experiencia. El Caracazo, aparece en el recuerdo como un disuasivo, que frena a los que lo vivimos, pero seguro, también en gente más joven que les han podido contar la tragedia de esos días.
Te puede interesar: Cortometraje "La otra mirada (de cómo vivimos el 27)"