Jueves 26 de marzo de 2015
Hace pocos días se cumplieron 39 años del último golpe militar en nuestro país que, fue por lejos, la dictadura más sangrienta y genocida de nuestra historia, donde se violaron sistemáticamente todos y cada uno de nuestros derechos. Genocidio planificado, meticuloso, que dejó un saldo de más de 30.000 desaparecidos, miles de detenidos y torturados, niños y niñas expropiados sin identidad. No sólo eso, dejó a su paso miseria y pobreza para las futuras generaciones.
Recuperar nuestra historia, es parte fundamental para saber quiénes somos. Como obreros, entender el verdadero significado de la dictadura del ’76, nos ayuda a pensar dónde estamos y hacia dónde podemos ir. Las cúpulas sindicales se dedicaron a borrar esa parte de la historia, de mantenernos ignorantes, atribuyéndose las grandes conquistas de los años 70’ acusando de "agentes subversivos" a aquellos trabajadores que lucharon (y a los que hoy luchan) por sus derechos.
El SMATA es un ejemplo. Con la dirección de Rodríguez, firme colaborador de los militares, se encargó de borrar de la historia del SMATA las conquistas de los metalúrgicos cordobeses, la Comisión Interna de Mercedes Benz o los secuestros en Ford y mucho más. Lo mismo todos sus sucesores hasta hoy con Pignanelli, encarnizado contra los obreros de Lear por haber defendidos su convenio colectivo; o Dragún, perseguidor de todo obrero combativo, como mi compañero Hernán Puddu en Iveco o los 19 compañeros de la Lista 2 en VW. A los que luchan les dicen "agentes del caos" que suena parecido a “subversivo”.
Pero la historia real fue que la dictadura no vino a expulsar a un grupo minúsculo de "guerrilleros", "apátridas" o "subversivos", sino que venía por las conquistas obreras. El Cordobazo y Villazo demostraban que la clase obrera no estaba dispuesta a entregar sus conquistas. Organizada en sindicatos clasistas y con delegados y Comisiones Internas combativas, habían luchado por conservar el sábado inglés y las paritarias libres. Su lucha no se limitaba a lo sindical. Reclamaban contra la entrega al imperialismo, por la democracia y la libertad sindical.
Las patronales fueron conscientes de que la única manera de acrecentar sus ganancias era descabezar al movimiento obrero, eliminar a sus dirigentes combativos, desaparecer a los activistas y, para eso, armó la dictadura del ‘76. La realidad es que en el primer año de la dictadura los efectos ya eran fulminantes. Una cita de la carta de Rodolfo Walsh a la Junta militar es más que explicativo: "En un año han reducido ustedes el salario real de los trabajadores al 40%, disminuido su participación en el ingreso nacional al 30%, elevado de 6 a 18 horas la jornada de labor que necesita un obrero para pagar la canasta familiar, resucitando así formas de trabajo forzado que no persisten ni en los últimos reductos coloniales. Congelando salarios a culatazos mientras los precios suben en las puntas de las bayonetas, aboliendo toda forma de reclamación colectiva, prohibiendo asambleas y Comisiones Internas, alargando horarios, elevando la desocupación al récord del 9% prometiendo aumentarla con 300.000 nuevos despidos".
Esta era la verdadera finalidad de la dictadura, esta fue, la realidad que nuestros sindicatos nunca quisieron contar. Recuperar nuestra memoria, recuperar nuestra historia, no sólo para rendirles honores a esos valiosos compañeros sino para retomar sus pasos, su legado, sus lecciones, para ser más fuertes en nuestras luchas, para completar las tareas que ellos no pudieron.