A la luz del tarifazo y la apropiación privada de los recursos naturales y desarrollos tecnológicos, los planteos del biólogo Alfred Rusell Wallace tienen enorme actualidad.
Sábado 26 de mayo de 2018 00:45
Los aumentos de alrededor de 1500 % en luz, gas, agua y transporte que viene aplicando el gobierno de Macri desde su asunción, sumado al nuevo anuncio de vuelta al FMI y sus exigencias de austeridad, viene acompañado del pedido de “esfuerzo” dirigido exclusivamente a la clase trabajadora. Por supuesto, la entrega de los recursos y la privatización no nacen en este gobierno, solo quedan más expuestos: el gobierno kirchnerista mantuvo las privatizaciones previas y subsidió a las privatizadas. Entre 2007 a 2015, 86.000 millones de dólares fue la entrega en subsidios energéticos, recursos que se podrían haber usado para mejorar las jubilaciones, la educación, salud y vivienda de las mayorías. Más allá de las diferentes vías, ambos gobiernos proponen que sea la clase trabajadora la que sostenga las ganancias de las empresas. Solo el Frente de Izquierda cuestiona esta apropiación de nuestros recursos naturales y productivos, planteando la nacionalización de los servicios y su gestión en manos de los propios trabajadores.
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Con diferentes niveles de entrega, tanto los gobiernos autodenominados populares como los liberales administran y preservan un sistema donde una clase disfruta del confort, placer y ocio que proveen los desarrollos tecnológicos, mientras la otra –la inmensa mayoría– trabaja para producirlos. Los liberales, bajo la idea que para acceder a estos bienes y productos hay que hacer mérito; los “nac&pop”, desarrollando algunos bienes y servicios de segunda categoría a los que las clases populares accederán a duras penas.
No es un invento argentino, es el Capitalismo
Por supuesto, las inequidades descriptas no se reducen a Argentina ni a las últimas décadas. Los avances tecnológicos en salud, comunicación, fuentes de energía, han extendido los años de vida de una gran proporción de la población mundial. Entre el siglo XVIII y XX, las estadísticas muestran que los países industrializados de Europa incrementaron 20 años el promedio de vida, pasando de 30 a 50 y, en el siglo XXI, 20 años más, siendo hoy el promedio de vida mundial 71 años.
Planes de vacunación, educación básica obligatoria, cloacas, agua potable y una alimentación a base de carbohidratos para reproducir la mano de obra que permite al 1% de la población buena salud, estética corporal, acceso al amplio conocimiento del mundo, viajes a paisajes y culturas diversas, tiempo de ocio y recreación, experiencias culturales diversas y abundancia en novedades tecnológicas.
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El siglo maravilloso: sus triunfos y fracasos
Alfred Russel Wallace nació y vivió en el Reino Unido durante los años 1823 a 1913. Aparece en varios libros escolares por ser el “otro” científico que propuso la Teoría de la Evolución por selección natural. Tanto Darwin como Wallace cuentan en sus biografías que Wallace le envió una carta a Darwin compartiendo sus ideas y estudios. Frente a esto la resolución de Darwin fue adelantar la publicación de su obra El origen de las especies.
Sus ideas socialistas y los fuertes cuestionamientos al capitalismo son poco conocidas. Hacia fines del siglo XIX Wallace publicó una revisión de los avances en ciencia y tecnología y cómo estos fracasaron en mejorar las condiciones de vida de la clase trabajadora. Lo llamó El siglo maravilloso: sus triunfos y fracasos.
Wallace presenta el libro con la siguiente afirmación:
“acompañando nuestro enorme aumento de la riqueza, ha habido un aumento correspondiente de la pobreza, de la locura, del suicidio, y probablemente incluso del crimen, junto con otros indicadores de deterioro moral y físico.”
Y comienza el capítulo “El demonio de la codicia” señalando que:
“Una de las características más destacadas de nuestro siglo ha sido el crecimiento enorme y continuo de la riqueza, sin ningún aumento correspondiente en el bienestar de todo el pueblo [...] Este aumento de la riqueza individual es demostrado más claramente por el ascenso y el aumento continuo de millonarios, quienes por diversos modos han tenido éxito en apropiarse de vastas cantidades de riquezas creadas por otros, empobreciendo así necesariamente a a aquellos que las crearon”.
Acto seguido analiza en 1898 las causas de la desigualdad entre los que más y los que menos tienen para Inglaterra y las colonias americanas y concluye que:
“En nuestro país, el producto anual del trabajo, del cual necesariamente proviene todo el gasto del pueblo, se estima en 1350 millones de libras esterlinas; y esta cantidad está tan desigualmente dividida que un millón de personas entre los ricos reciben más del doble de estos ingresos que los 26 millones que constituyen la clase trabajadora. En Estados Unidos, la desigualdad es aún mayor: hay 4047 familias de ricos que poseen aproximadamente cinco veces más propiedades que 6,599,796 familias de los pobres.”
Y continua apuntando que:
“Las causas de esta enorme desigualdad de distribución, y de todos los males que fluyen de ella, son parecidas en ambos países: el práctico monopolio de la tierra y toda la riqueza mineral que contiene, por una sección de los ricos, y de lo que es usualmente llamado capital, por otro; resultando en el monopolio de estas dos clases, que pueden ser llamadas ambas capitalistas, de todos los productos de la industria y de todas las aplicaciones industriales de la ciencia.
Esto surge del hecho de que aquellos que no tienen la tierra o el capital están obligados a trabajar, compitiendo por el salario, para los capitalistas; quienes, por la misma razón, tienen el manejo de todos los descubrimientos científicos y toda la capacidad inventiva de la nación, e incluso de todo el mundo civilizado.”
“Si el incremento en diez veces de la riqueza hubiera sido distribuido de forma que todos fueran igualmente beneficiados, de esa manera cada trabajador hubiera tenido diez veces más satisfechas sus necesidades y confort en sus vidas, incluyendo ocio y entretenimiento; y nadie pasaría hambre, nadie estaría esclavizado 14 o 16 horas por día para una existencia vacía, nadie tendría sus vidas acortadas por trabajos insalubres o peligrosos; e incluso los capitalistas y terratenientes también tendrían su proporción de ganancias. […] ¿Se ha siquiera sugerido alguna vez que en la primera parte del siglo (XIX) más de un tercio de los habitantes de Londres no tenga sus necesidades básicas para vivir satisfechas? […] “Y esto se mantendrá así, mientras los trabajadores aprendan que van a salvarse solos, [en lugar de] tomar el asunto en sus propias manos. Los capitalistas no accederán a nada salvo unas pocas mejoras, que quizás mejoran las condiciones de sectores selectos de trabajadores, pero dejarán a la mayoría de la clase tal cual está.”
Un siglo y medio después...
El nacimiento de la teoría que propuso un mecanismo natural para la evolución de los seres vivos y el de la teoría económica que explicó el funcionamiento del capitalismo no solo comparten su época. Existieron intercambios de cartas entre Marx y Darwin, y sobre todo Marx y Engels siguieron de cerca la obra de Darwin. Wallace no hace ninguna mención al marxismo en su obra, y siendo, a diferencia de Darwin, de condición social trabajadora conoce de cerca la realidad que describe.
El siglo XX nos dejó de legado numerosas experiencias en las que la eliminación de la ganancia capitalista permitió a la clase trabajadora mejorar sus condiciones de vida. Por ejemplo, la Revolución cubana que permitió a la clase trabajadora acceder y desarrollar la cultura, salud y educación. La Revolución rusa, además, muestra cómo la eliminación de la clase propietaria permitió incluso mayores avances productivos y un desarrollo científico, técnico y cultural impresionante aún en condiciones durísimas. La burocracia que reprimió la participación de la clase trabajadora, y abandonó la lucha revolucionaria internacional, a su vez, constituyó un límite de estos procesos, sobre el cual es necesario sacar lecciones estratégicas. Pero de ninguna manera anula la posibilidad y necesidad de una perspectiva revolucionaria.
La actualidad del legado de socialista de Alfred Wallace corre pareja la urgencia de profundizar las ideas y la lucha por el socialismo.