“Refuzniks” es el nombre hebreo por el que se conoce a los jóvenes israelíes de ambos sexos que rehúsan hacer el servicio militar en su país, oponiéndose a la maquinaria estatal y policial del Estado de Israel.
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Eduardo Nabal @eduardonabal
Jueves 18 de enero de 2018 19:41
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Un pequeño librillo editado ya hace tiempo por Bardo y disponible en la red recoge, con brevedad, algunos testimonios de estos hombres y mujeres que, por razones diferentes, se negaron y se siguen negando (particularmente en la actualidad) a tomar las armas contra un pueblo diezmado en una tierra expoliada, aún a riesgo de enfrentarse, no solo a meses o años de cárcel (dependiendo de su posición social y situación personal), sino también a un estigma indeleble frente a una patria y un “estado” presuntuoso que les educó defensores de una “tierra prometida” y venidos de un infierno histórico.
Estudiantes, profesores, periodistas, escritores, albañiles, agricultores… rechazaron que hasta tres años de su vida estuvieran dedicados a avasallar, invadir, matar o amedrentar al pueblo palestino en una situación de desigualdad absolutamente evidente.
El mismo lavado de cerebro que sufrieron algunos de los que apoyaron a Hitler (creyendo que los muertos en los campos de exterminio eran extras de Hollywood) se hace a los niños judíos en Israel por parte de las instituciones del Estado, inculcándoles un patrioterismo que va incluso más allá del nivel de creencias religiosas hasta un afán expansionista azuzado por una educación guerrera e imperialista.
La frase “sin dinero no hay guerra y sin guerra no hay dinero” les lleva a expandirse cual “pueblo elegido” como si el sitio donde llegaron estuviera despoblado o sus habitantes fueran invisibles o “no humanos”. No lo estaba, son humanos y no eran invisibles.
Un proceso de deshumanización que lleva a que los palestinos de la edad que sea sean vistos como enemigos potenciales, cuando no como una raza inferior o como animales salvajes, que rondan alrededor su nuevo vallado, sus muros de cemento, sus terrenos ocupados, sus burbujas inmobiliarias y relucientes chalets electrificados.
La creación del estado de Israel nunca se hubiera logrado de no ser por el nazismo, pero en vez de aprender lecciones de paz o solidaridad, recibimos y recibieron lecciones de guerra. Una guerra por otra.
El odio y el uso de la fuerza al servicio de grandes capitales y expropiación de terrenos de gente desfavorecida continúa desde mediados del siglo pasado con el respaldo internacional a la creación unilateral del Estado de Israel, y el inicio de guerras desiguales. Con la ayuda de potencias ajenas, intereses macroeconómicos y de grandes fortunas se crea un estado que no deja de ser, urbanísticamente, una caricatura grotesca de las ciudades occidentales. Edificado deprisa y mal, pero además, desplazando a los que estuvieron allí, estaban allí. El sionismo tiene raíces europeas, pero en la actualidad el veto de EEUU o Alemania es decisivo en su toma de decisiones como la más grotesca de todas emprendida por Trump de situar la capital de Israel en la ciudad dividida de Jerusalén, causando no poco revuelo en la zona.
En algunos casos se han intentado vender el lugar colonizado como un paraíso para nuevas generaciones, mujeres de nueva mentalidad, minorías sexuales… pero ni siquiera eso es cierto, y menos si eres árabe sin papeles. Entonces el estigma es doble y la discriminación más intensa.
La construcción de la masculinidad hegemónica israelí no dista mucho de la de un marine al servicio de potencias occidentales, sus fuerzas sirven a los mismos que los tiran a la papelera de reciclaje cuando ya no son útiles a los poderosos. No obstante, muchas personas se han ido quitando la venda y dando cuenta de las falacias que les contaban sus gobernantes; han visto imágenes terribles de gente indefensa lanzando piedras contra misiles, niños contra soldados con intensos lavados de cerebro, adiestrados y armados hasta los dientes.
También censura informativa en muchos puntos del lugar y fuera del mismo. Hay jóvenes que han nacido en distintas familias (incluso dentro de castas diferentes creadas por su propio pueblo nada integrador) se plantean ante evidencias visuales o verbales la masacre del estado de Israel sobre los territorios palestinos. Una masacre que cada vez recuerda más las fotos de los campos de los que ellos vienen como “pueblo escogido”
La guerra no la gana nadie del todo, ya que hay generaciones enteras de jóvenes israelíes que dedican años a matar o conquistar en vez de amar, vivir o construir, convertidos ya en máquinas de matar, destruir o no pensar, asumiendo valores militaristas y un miedo irracional a la furia explosiva de los que están detrás de las vallas, incapaces de soportarlo todo.
Para llegar al acto político de los Refuzniks, muchos de ellos luego se forman como militantes de izquierda. Hace falta una limpieza e higiene mental tan grande que estos desertores objetores u opositores a la ocupación no suponen una verdadera amenaza para el poderío israelí. No son muchos. A pesar de todo se los persigue, como está sucediendo ahora con un grupo que se ha significado contra la participación en la “ocupación”.
Hay algunos israelíes que viven en la miseria, pero la mayoría de la gente sin casas, sin alimento en esa zona son palestinos. Muchos tienen familiares muertos sin enterrar. Una guerra mercenaria que se manifestó en las matanzas de Shabra y Chatila (documentadas por gente como Genet en sus viajes y libros) y que ahora se reduplica en la franja de Gaza, mientras Trump añade más leña al fuego con sus extravagantes concesiones a no se sabe qué sector del fundamentalismo sionista.
Es cierto que un sector de las izquierdas europeas también miró y mira hacia otro lado con la matanza de gente LGTB en Rusia, con sus característicos giros oportunistas y electoralistas, pero el llamado conflicto palestino-israelí tiene ya demasiada historia, pocas voces valientes en el escenario político y pocos visos de solución atendiendo al posicionamiento ambivalente de la comunidad internacional. Ninguna potencia occidental está por la labor de mojarse en el asunto. Más bien al revés, frente al servilismo israelí no solo a su propio imperialismo sino también a los modelos culturales occidentales, les causa tranquilidad a las grandes familias judías que viven en otros lugares.
Los disidentes siguen siendo pocos para producirse, ahora mismo, un cambio importante, un alto el fuego significativo. Es cierto que hay representantes de una nueva generación que quiere paz (en la literatura, la música, el cine) pero esos no llegan casi nunca al Parlamento israelí.
Las fuerzas de izquierdas israelíes son tan endebles o más que la izquierda en el estado más conservador de EEUU o Europa, entre los que se encuentran países maltrechos económicamente como el nuestro.
Algunos “Refuzniks” – una palabra con un origen etimológico ya lejano- se han librado aduciendo razones psiquiátricas -reales o ficticias- o han optado por el exilio temprano con o sin regreso, pero se exponen a ser marginados dentro o a no poder volver a pisar suelo israelí con total seguridad. Como dice un realizador de cine de por allí: Israel es un país de derechas con un cine o una cultura de izquierdas, pero que solo llega a un sector minoritario de la población o a lugares de fuera del país. Películas realizadas normalmente gracias a co-producciones con sectores progresistas denuncian lo que sigue ocurriendo, desenmascaran las mentiras cotidianas, pero no es suficiente, muchas veces no gritan tan alto.
Las grandes potencias ofrecieron una tierra ya habitada por otras gentes, judíos y árabes, a esa gente que estuvo en los campos de concentración nazis. Pero el gesto nunca fue desinteresado y por eso no hacen nada por buscar soluciones.
Al principio incluso en Israel no se permite hablar de su experiencia de los campos. Los libros de Primo Levi, las impopulares declaraciones de Hannah Arendt sobre los campos de concentración y el colaboracionismo de las grandes fortunas judías, todos ellos sacaron a la luz su dolor, y no siempre su heterodoxia fue bien recibida. Hubo muchos ataques de amnesia, pero sobre todo de ceguera, al ver a los que allí estaban de distinta forma si eran judíos y árabes, empezando enfrentamientos y colonialismo sin miramientos.
Dentro de la propia sociedad israelí existe un gran racismo entre unos y otros que se convierte en asesino cuando se trata de esos pueblos “salvajes” y sin dinero conocidos como “palestinos”, al otro lado de enormes muros de hormigón o vallas electrificadas. La idea de una tierra prometida es ya una idea peligrosa. ¿Qué haríamos si los árabes reclamaran Córdoba o Granada?
Todo es muy complejo pero lo sencillo es la idea del enemigo común: el pueblo palestino o árabe que ni siquiera forma un todo unitario y que muchos de ellos ni siquiera podemos distinguirlos como muestra el filme “El hijo del otro”. Las fuerzas sionistas que se alarmaron un poco cuando se presentó “Paradise Now” en los Òscar ya no ven una amenaza en “Omar” (la siguiente película del mismo director, con un final igualmente desesperanzado), porque aunque toda la izquierda europea y algún literato, cineasta o activista israelí no comparta esas ideas, los que tienen el dinero y las armas siguen siendo los que cortan el pastel sociopolítico.
Un holocausto lento, pero holocausto al fin y al cabo que además hace que el fundamentalismo árabe se refuerce en sus líderes religiosos, que ven sus tierras destruidas por armamento de última generación. En EEUU todo el mundo conoce a Spielberg, pero cuatro películas de denuncia apenas tienen público.
Los Refuzniks –como los anarquistas contra el muro, o los queers contra el apartheid- son una promesa en una sociedad militarista y esquizofrénica pero, de momento, una esperanza de paz muy lejos de cumplirse. Estremece la vigencia de esta carta hermosa y lúcida escrita hace décadas por un palestino a un amigo judío:
"Estás por descubrir, estoy convencido, a retazos, la dura realidad: la de un Israel conquistador que pronto será incontrolable.
Más que cualquier discurso, la imagen de ese hospital de Gaza, pletórico de adolescentes mutilados, no puede haberte dejado impasible.
Lo afirmo, porque adivino el tumulto en tu conciencia. Por lejos que esté.
Llegará el día en que una nueva generación de israelíes se alce y rebele.
Esos no habrán detectado el menor sentimiento de vergüenza o de culpabilidad en sus padres. Estarán condenados a enfrentarse sin ayuda con la profundidad de esa culpabilidad, cuando descubran que sus padres han matado o que vivían en casas confiscadas a hombres deportados.
Esa generación se considerará víctima de sus padres.
Muchos de sus miembros circulan ya por las calles de Tel-Aviv.”
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Eduardo Nabal
Nació en Burgos en 1970. Estudió Biblioteconomía y Documentación en la Universidad de Salamanca. Cinéfilo, periodista y escritor freelance. Es autor de un capítulo sobre el new queer cinema incluido en la recopilación de ensayos “Teoría queer” (Editorial Egales, 2005). Es colaborador de Izquierda Diario.