Yo crecí con la historia política de mi padre presente, él fue un preso político en 1968 y me resultó habitual saber de las aberraciones del PRI de entonces, pero nunca imaginé que la barbarie vivida por su generación, se extendería hasta nuestros días.

Sandra Romero México | @tklibera
Domingo 2 de octubre de 2016
Cuando eres hijo de un ex preso político dispuesto a compartir su experiencia, ciertos temas se vuelven habituales. En mi infancia mi padre revivía sus relatos con emoción, sin desmoralización, confiado en la fuerza de una generación con la que actuó en las calles de forma contundente, con certeza de que esa fuerza volvería a repetirse en la historia, a pesar de la represión y la dura derrota.
Esa certeza se convirtió en la mía, sacar lección me dijo mi padre.. lo intentamos todos los días, él transmitiendo su historia, a través de mis palabras.
Pensar en el 68 tiene distintas aristas. Está la parte viva, creativa, de alegría desbordada, con una generación que rompió cánones en su andar firme, hasta trastocar su entorno de opresión y conservadurismo cotidianos. Mientras la juventud estudiantil peleaba por sus reivindicaciones, abría paso a nuevas libertades que serían conquista para las nuevas generaciones. La simpatía lograda en la población radicó en el cuestionamiento al poder político de algunos aspectos del priato, entre ellos el papel del ejército y la policía.
Sin duda una de las mayores lecciones del movimiento estudiantil del ’68 es la formación del Consejo Nacional de Huelga (CNH), que permitió la realización de asambleas por escuela y escuchar todas las voces, tomar decisiones democráticas, con votación a mano alzada y dar paso a una politización importante durante todo el proceso. Mi padre siempre reivindicó el impacto que puede tener la participación de la juventud y los trabajadores en la lucha social y reconoció como clave en ese logro al rol que jugó el CNH.
En 1999 cuando surge el movimiento estudiantil contra el alza de cuotas en la UNAM, con sus tres hijos en la lucha, no dudó en celebrar la formación del Consejo General de Huelga (CGH) y entonces decía, "a pesar de todos los ataques en su contra, lo veo más firme que nuestro CNH en 1968, menos ingenuo", la falta de ingenuidad y contundencia que percibía, era la independencia política que comenzó a adquirir el CGH en la UNAM, respecto al control del PRD, a través del Consejo Estudiantil Universitario (CEU), dispuesto a negociar el pliego petitorio con rectoría, como lo había hecho en otras luchas y un movimiento asqueado de las traiciones del pasado.
Otro aspecto que relata con emoción mi padre, es el papel de las mujeres, con mis tías participando en el movimiento junto a él y siendo huérfanos de padres, fue la mayor apenas 8 años mayor, quien salió al llamado del CNH, para encabezar junto a madres de familia una protesta en repudio al mensaje de Díaz Ordaz, cuando solicitó en radio y prensa contener a sus hijos en las casas "por su bien".
Al caer preso mi padre, antes del 2 de octubre, mis dos tías se convirtieron en parte el Comité de madres de familia por la libertad de los estudiantes presos, la más joven, como muchas estudiantes de la época vestía minifaldas y hablaba en los camiones y asambleas, para agitar por la libertad de los presos políticos. Fueron dos de las voceras más jóvenes entre las madres de familia.
Con su detención a los 19 años, durante las protestas del 23 de septiembre luego de la renuncia del Rector Barros Sierra, se convirtió en uno de los presos más jóvenes del movimiento. El mismo día fue consignado, procesado y supuestamente sentenciado, según los expedientes, junto a 50 estudiantes por los delitos de daño en propiedad ajena, lesiones y disparo de arma de fuego. Sin embargo, el proceso penal apenas iniciaba. Así eran las absurdas contradicciones legales de un sistema represor que actuaba a su voluntad contra el movimiento estudiantil.
El gobierno comenzó a realizar detenciones a diario en pequeños grupos. Con el aumento de la represión se volvieron habituales las pequeñas persecuciones y enfrentamientos policiales contra estudiantes que siempre derivaban en más detenciones. La llegada a prisión siempre venía después de un peregrinar por ministerios públicos, hasta el Campo Militar Número 1, de donde algunos compañeros salían y unos otros ya no. Se suman a la lista de desapariciones forzadas del priato.
Desde Lecumberri, además de la incertidumbre y las precariedades, se sentía el aumento de la represión; casi diario llegaban nuevos detenidos, que pasaron por distintos grados de represión o tortura en las galeras policiales. Hasta la noche de Tlatelolco, donde reinó la impotencia y la rabia, con la llegada de estudiantes aterrorizados, algunos albañiles que presenciaban el mitin y hasta el vendedor de churros, sobrevivientes todos a la masacre, fueron a parar a prisión, para salir meses después en su mayoría, algunos otros en algunos años.
Durante la noche el gobierno disponía de algunos dirigentes a su antojo. Las torturas eran moneda corriente para los principales delegados del CNH, que eran arrojados de regreso antes del amanecer, golpeados y humillados, entre la rechifla y el repudio que a modo de solidaridad y repudio mostraban todos los estudiantes. A pesar de la masacre, el ánimo en prisión era alto, precipitado por la fuerza alcanzada los meses previos y aunque no había aún conclusiones más acabadas, los estudiantes adaptaron una crujía "escuela" donde tomaban clases de marxismo e historia.
Los llamados a proceso eran una tortura para las autoridades y el manejo artesanal de los expedientes de la época, más las intenciones del gobierno por retener a los presos lo más posible para poder asentar la derrota del movimiento estudiantil. Los jóvenes pasaban largas horas esperando ser llamados a un lado del juzgado. No faltaban los más arrojados que furiosos comenzaban a agitar hasta ser sometidos por la policía para entonces seguir esperando. En el terreno legal, así transcurrieron los meses siguientes.
Mi padre salió libre un año después, como miles, quedó con antecedentes penales que no les fueron retirados hasta la amnistía en 1978, una década en que las desapariciones arreciaron y a la fecha no han sido aclaradas, el Comité Eureka registra al menos 400 desapariciones políticas de entonces. En tanto a mi padre le resultó difícil obtener un empleo, el gobierno y la patronal se aliaron para segregar a los participantes en el movimiento, mientras algunos dirigentes sobrevivientes tuvieron que exiliarse para evitar ser detenidos o desaparecidos.
De niña creía que los relatos de mi padre eran parte de un pasado de barbarie que no volvería. Pero mientras lo pensaba, organizaciones de madres como el Comité Eureka, fundado en 1977, buscaban a sus hijos desaparecidos la década previa y durante la guerra sucia presente, dentro de lo que era un pasaje negro vigente de represión contra los luchadores sociales, que se enquistó en nuestro país de la mano del ejército y el PRI, durante los sexenios de Luis Echeverria y López Portillo principalmente. El papel de estas madres determinadas a dar con el paradero de sus hijos es fundamental hasta nuestros días, sus primeras huelgas de hambre, sus múltiples apariciones en los actos públicos presidenciales y de funcionarios policiales no sólo eran valientes, sino que le impedían al gobierno imponer su barbarie en silencio y sin protestas.
Pensar el ’68 es crucial para las nuevas generaciones, adoptar una identidad como luchador social en México no puede ser sin analizar este capítulo hermoso y a la vez terrible de la historia donde una generación fue cercenada con la masacre, la persecución, la cárcel, la desaparición y el exilio. Es la historia también de la barbarie de un gobierno contra su generación de jóvenes, la que nunca creí que se extendería hasta nuestros días.
México ha cambiado, es cierto: el narcotráfico juega un papel fundamental si de violencia se trata, pero los vínculos que encubren el nuevo entramado de represión, desapariciones y violencia, son los mismos. El ejército, las instituciones policiales y políticos que dan la cara por ellos, hoy como parte de un régimen de la alternancia que ha cambiado, pero que de fondo sigue siendo el mismo, con más partidos implicados en la imposición de los planes de hambre y miseria. Pero hoy como ayer, Ayotzinapa, Tlatlaya, Aguas Blancas, Atenco, Nochixtlán y una larga y lamentable lista que parece que no acaba, lo confirman: Fue el Estado.
Justicia a los compañeros caídos en el 68, basta de impunidad, castigo a los responsables.
Presentación con vida de los 43 normalistas.