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Red Internacional
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Opinion. Represión, racismo y crisis capitalista

La represión al pueblo qom: Minneapolis no está tan lejos como parece. El empoderamiento de las fuerzas de seguridad como respuesta a una crisis social cada vez más profunda. La rebelión en el corazón del imperio que abre un futuro de lucha.

Fernando Scolnik

Fernando Scolnik @FernandoScolnik

Jueves 4 de junio de 2020 22:07

“Qom Lives Matter. Lo pongo en inglés a ver si así la cachamos”.

El tuit, clarísimo, rápidamente se difundió por miles en las redes sociales.

Porque daba en el clavo. La violencia y la discriminación policial que asesinaron a George Floyd e indignó a millones, también está en casa. Minneapolis no está tan lejos como parece.

En la provincia de Chaco, donde gobierna Jorge Capitanich, el pasado sábado la policía ingresó violentamente a una vivienda y golpeó a hombres y mujeres de la comunidad qom. También hubo balas, tormentos y abuso sexual.

En la comisaría tercera, esposados, los encerraron en una pieza donde los rociaron con alcohol, apagaron la luz y los amenazaron con prenderlos fuego. “Indios infectados, ustedes son unos malacostumbrados”, les gritaban.

Los videos y los testimonios del hecho son dramáticos y nos eximen de mayores comentarios. Eso pasa en esta “democracia” en pleno siglo XXI.

Pero no es solo en la provincia del ex jefe de Gabinete de Cristina Kirchner. En la vecina Formosa gobierna desde hace 25 años Gildo Insfrán, quien la semana pasada estuvo abrazado a Alberto Fernández y fue llenado de elogios públicamente por el presidente. En ese territorio gestionado como un feudo, la violencia contra los qom también es moneda corriente. En 2010, la policía provincial y la Gendarmería Nacional asesinaron a Roberto López en la comunidad La Primavera para defender los negocios empresarios en esas tierras. Entre otros hechos aberrantes.

Pero si esta violencia estatal y discriminatoria es estructural, con la crisis del coronavirus la represión tiende a agravarse cada vez más hacia distintos sectores de la población explotada y oprimida.

Así lo denunció este jueves Nicolás del Caño, quien presentó un pedido de informes en el Congreso Nacional, ante esta cruda situación.

La cuarentena, como en otros países del mundo, es aprovechada en Argentina para empoderar a las fuerzas de seguridad federales y provinciales y redoblar el control social. El punitivismo alrededor de la discusión carcelaria, y la presencia del Ejército en algunos barrios populares con la excusa de la pandemia, son parte de esta misma política. Más abajo nos referiremos a algunas de las trágicas consecuencias que ya tienen estos hechos.

Antes, diremos que es imposible desligar esta situación de una gestión de la crisis que está causando un acelerado aumento de la pobreza, por despidos, rebajas de salarios e imposibilidad de trabajar para millones que lo hacen por cuenta propia, mientras al FMI y a los grandes empresarios se les siguen girando verdaderas sumas millonarias..

Allí donde los muy insuficientes planes sociales como la IFE no alcancen para la contención, la represión hará su rol para mantener el orden. La burocracia sindical, alineada casi en su totalidad con el Frente de Todos, jugará también su rol a medida que aumenten las luchas, como preanuncian los municipales de Córdoba, los choferes de Rosario o la juventud precaria que se organiza, entre otros.

El crecimiento de los hechos represivos que estamos viendo es apenas el comienzo de la preparación que hacen los estados y gobiernos capitalistas ante probables episodios de la lucha de clases al calor de esta crisis histórica.

Según un artículo de Pablo Stefanoni en Le Monde Diplomatique, posiblemente “la ‘nueva normalidad’ sudamericana consista en respuestas coyunturales e improvisadas a una sumatoria de crisis, con riesgos renovados de inestabilidad social y política, y ‘presidentes bomberos’ que intentarán apagar los incendios”.

Para esa inestabilidad se prepara también el Gobierno argentino. En abril, la ministra de Seguridad, Sabina Frederic, había adelantado la política de ciberpatrullaje, que finalmente se reglamentó esta semana: “Todas las fuerzas, incluyendo la Gendarmería, realizan lo que se llama ciberpatrullaje, que es esto que mencioné, el patrullaje en las redes sociales para detectar el humor social, y sobre todo detectar las zonas en las que esto es preponderante. Esto nos ha permitido trabajar sobre alertas tempranas para prevenir diversas situaciones”.

Más claro, imposible. El humor social del que hablaba Frederic está empeorando y en ese marco el aval dado a las fuerzas represivas tiene su correlato en un envalentonamiento de las mismas.

Lo mismo cabe decir del renovado protagonismo de un represor xenófobo como Sergio Berni en el caliente conurbano bonaerense, donde en barrios populares como Villa Azul (o ahora en el Barrio Cabezas de Berisso y Ensenada) el Estado no tiene más respuesta que construir guetos del siglo XXI, cercando a la población con las fuerzas de seguridad, mientras que en otros barrios, cerrados voluntariamente, son los ricos y poderosos los que se autoaislan de la realidad de millones, en un canto a la desigualdad, la discriminación y la indiferencia.

También podríamos hablar de la represión de las patotas, como en Penta, donde esta semana atacaron a los obreros del frigorífico que pelean por sus puestos de trabajo.

Entre los peores casos de estos días, en Tucumán, una provincia gobernada por otro ex ministro de Cristina Kirchner, Juan Manzur, Luis Espinoza fue asesinado por la policía el 15 de mayo. Como si fuera poco, este 2 de junio la Policía Federal fue descubierta haciendo espionaje sobre una marcha que reclamaba justicia.

En la provincia de Buenos Aires, Alan Maidana y Lucas Barrios fueron asesinados por la policía. El primero en Berazategui, cuando regresaba de la casa de su novia. Al segundo lo acribillaron de dieciocho balazos. En el Barrio 13 de José León Suárez, también policías quemaron casillas de familias.

Y así podríamos seguir.

Una lucha en una crisis histórica

Pero ante la barbarie capitalista, la rebelión que comenzó en Estados Unidos, el corazón del imperialismo, marca que hay un presente y un futuro de lucha, y que hay que prepararse para vencer con los cientos de miles de trabajadores y jóvenes que se están poniendo de pie en el mundo, y que son la continuidad de las protestas que el año pasado conmovieron países enteros, desde Chile al norte de Africa, pasando por los chalecos amarillos en Francia.

Aunque el final de la lucha en Estados Unidos tenga final abierto, ya deja un ejemplo a seguir. Contra el asesinato de George Floyd, que expresa el profundo racismo contra el cual nació años atrás el movimiento Black Lives Matter, se puso de pie una juventud multirracial, que expresa su odio contra esta violencia y discriminación, pero también contra un sistema capitalista que en muy pocos años ya atraviesa su segunda crisis.

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La violencia policial, los altos niveles de desempleo, la precarización laboral o las dificultades para acceder a la salud, están en el trasfondo del pensamiento de una generación que desconfía profundamente del régimen político capitalista, en un país como Estados Unidos donde el llamado “socialismo millenial” ha comenzado a verse con mayor simpatía durante los últimos años.

Así como en Estados Unidos está planteado pelear por un tercer partido, obrero, socialista y alternativo a demócratas y republicanos, en nuestro país también está a la orden del día prepararnos para lo peor de la crisis, que aún está por venir.

No solo por el pico de contagios que en las próximas semanas pondrá a prueba el sistema de salud, sino también porque la negociación con los bonistas, la que viene con el FMI o el ajuste a los jubilados, entre otros temas, preanuncian que se viene un plan de guerra contra el pueblo trabajador.

Unir las luchas contra la represión, contra todas las formas de opresión y las peleas por trabajo y salario, bajo un programa anticapitalista que unifique todas las demandas de todos los sectores explotados y oprimidos, se vuelve una necesidad indispensable para afrontar esta crisis histórica.


Fernando Scolnik

Nacido en Buenos Aires allá por agosto de 1981. Sociólogo - UBA. Militante del Partido de los Trabajadores Socialistas desde 2001.

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