Hay indicios de que estamos a las puertas de un acuerdo con el Fondo Monetario Internacional para la reestructuración de la descomunal deuda externa argentina. Pueden aparecer “cisnes negros” o sorpresas, pero hasta ahora todo indica que más temprano que tarde se arribará a un acuerdo. Probablemente existan muchas personas que olvidaron u otras pertenecientes a las nuevas generaciones que no conocen directamente lo que es vivir bajo un régimen de “co-gobierno” con el Fondo Monetario. No sólo por lo que implica desde el punto de vista económico —que seguro es lo más relevante—, sino por el vasallaje que significa que burócratas de potencias extranjeras que ni si quiera fueron votados por nadie, auditen hasta la más mínima cuenta. Decidan las monedas que hay que sacarle de los bolsillos a jubilados o jubiladas, el aumento “posible” de salarios, los tarifazos “necesarios”, los gastos y recorte en obra pública o vivienda. ¿Y todo esto para qué? Para pagar una deuda histórica que nunca benefició a las mayorías y una parte reciente, tomada en el último tiempo y que el Fondo Monetario otorgó para financiar la campaña electoral de Mauricio Macri. El préstamo más grande de la historia. ¿Qué pasó en el medio? Lo recordó Pablo Anino en la entrega del newsletter El juguete rabioso de hoy (jueves): “El porcentaje de personas pobres pasó de ser el 27,3 % en el primer semestre de 2018 al 35,5 % en el segundo semestre de 2019. En los 19 meses que van desde junio de 2018 (primer acuerdo con el Fondo) a diciembre de 2019 (fin del mandato), el poder de compra del salario retrocedió 13 puntos porcentuales en el sector privado registrado, 10 puntos porcentuales en el empleo público y 19 puntos porcentuales entre los trabajadores y trabajadoras informales”. Lo más loco de la situación actual es que lo que en otro tiempo implicaba una argumentación más complicada que había que demostrar con números, ahora está a la vista de todos y es reconocido por los propios protagonistas. Digo, uno viene impugnando esta deuda hace mucho tiempo e históricamente tenía que ir a los grandes empréstitos que vienen de larga data, recurrir a informes e investigaciones (como los elaborados por los Olmo Gaona, padre e hijo) etc., y demostrar que era una deuda fraudulenta. Pero ahora no: los funcionarios del macrismo, el mismo Macri, la burocracia del Fondo, sectores del kirchnerismo lo denuncian y dicen a cielo abierto: fue una deuda fraudulenta y se la llevaron los especuladores. La diferencia radica en que, incluso los que dicen todo eso, creen que no se puede hacer otra cosa que conceder, que con todos esos hechos aberrantes hay que pagar igual. Y no solo pagar, no hay que confrontar de ninguna manera. Es impresionante el consenso que existe en este punto en las superestructuras políticas, mediáticas y empresariales: el otro día escuchaba a alguien en la radio que decía “Si no se le paga al fondo se viene el caos” o algo así y dije “¿Quién es Alfonso Prat Gay Nicolás Dujovne?” Y no, era Leandro Santoro. Desde esa posición de resignación, discuten —y a veces intensamente— contra quienes plantean una línea más de confrontación. Y utilizan varios recursos. Uno de esos recursos muy utilizado para polémica, se usa especialmente en las redes sociales y es el conocido como el “hombre de paja”. Esto es: me invento un “hombre de paja”, construyo un adversario a medida, caricaturizo una posición política y discuto contra ese engendro que yo mismo me inventé. Aplicado a quienes nos oponemos a un pacto con el FMI se usa de dos maneras: Una es igualar el planteamiento de una resistencia ante el pago de una deuda fraudulenta del principio al fin, “odiosa” según una doctrina jurídica internacional, con el mero default, “son militantes del default” dicen (es decir, del no pago en seco), cuando el planteamiento está íntimamente relacionado a un conjunto de medidas económicas que deberían cambiar para oponer al plan de ajuste diseñado por el Fondo otra perspectiva, no simplemente el no pago. Pero, otro recurso o “refutación” simple que se tira así contra quienes proponemos que hay que activar, movilizar, reunir fuerzas etc. es: “Una marcha no puede frenar al FMI”. Y dicho así es irrefutable, una marcha no puede frenar al FMI. Pero, planteado en esos términos, lo mismo le podrían haber dicho a las estudiantes que iniciaron la rebelión chilena hace dos años y empezaron a gritar “no son treinta pesos, son treinta años”, que “un salto de molinete no va a tirar abajo al régimen pinochetista”; o a los obreros que salieron el 29 de mayo de 1969 desde los barrios de Ferreyra o de Santa Isabel en Córdoba, le podrían haber dicho “una marcha al centro no va a cambiar la historia de la provincia o incluso no va a terminar con el régimen militar de (Juan Carlos) Onganía”; o, el último ejemplo: en diciembre del 17 cuando salimos a protestar con la reforma previsional, podrían haber alertado “una marcha no va a terminar con el macrismo y su ajuste”. Sin embargo, en todos esos casos fue así y no fue así. Las marchas, en sí mismas, no terminaron con el pinochetismo, el onganiato o el macrismo, pero conjugadas con otros elementos para los cuales las movilizaciones aportaron, dieron esos resultados. Porque se trató de una predisposición política, de intentar cambiar la famosa “correlación de fuerzas”, de generar un clima de resistencia y de oposición. Para no hacer eso y querer convencernos de que pagar y pagar es el único camino, se inventan el “hombre de paja”. Este es el sentido de la movilización del próximo 11 a Plaza de Mayo convocada por más de cien organizaciones. La apuesta a una resistencia, a un comienzo, a un despertar. Es un posicionamiento político contra la integración bajo las condiciones que impone el Fondo. Con las cartas echadas sobre la mesa, con el futuro en juego de varias generaciones, con la burocracia del FMI afilando el cuchillo, quedan dos opciones más allá de los “hombres de paja”: la resistencia o la integración. Desde este espacio, optamos por la resistencia.