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(Artículo publicado en el libro Rebelión en el Oasis, marzo 2021).
“Quienes luchan más enérgica y constantemente por lo nuevo son quienes más sufren a causa de lo viejo”
León Trotsky (1923)
El proceso abierto el 18 de octubre del 2019 en Chile, con sus aciertos y contradicciones, es claramente la convulsión histórica más grande de las últimas décadas en nuestro territorio. Y esto es así, precisamente porque la impugnación al régimen venía desde el odio a los “30 años” de administración de la herencia de la dictadura por los partidos políticos, tanto de la derecha como la Ex-concertación. Las mujeres y disidencias sexuales y de género nos hicimos parte de la protesta popular; desde las brigadas de salud; en la “primera línea” contra la policía; denunciando la represión y la impunidad; elaborando discursos y posicionamientos. Nuestro pañuelo verde, nosotras mismas y nuestras consignas, fueron elementos decisivos del paisaje en la lucha por la dignidad que emprendimos en la primavera del 2019.
Cuando desde el gobierno asesino de Sebastián Piñera hablan preocupados de las mujeres, intentan dialogar con un elemento político fundamental de los últimos años, y que durante la pandemia de COVID-19 volvió a aparecer con fuerza: el movimiento de mujeres, un factor revulsivo y catalizador de la lucha. Saben que somos precisamente nosotras las que vivimos cotidianamente una de las facetas más rudas del capitalismo: su violencia patriarcal. A nivel mundial, el 70% de la población más pobre son mujeres y niñas [1]. Entramos al mundo laboral para hacernos cargo de una jornada de trabajo que no termina nunca. Nos cansamos ya de soportar tanta miseria. ¿Las mujeres despertamos? Sí, definitivamente.
I: Previo despertar
Veníamos de años de cuestionar la violencia que vivimos por el solo hecho de ser mujeres; por lo que nos impone la sociedad capitalista y patriarcal. De luchas nacionales e internacionales, como la campaña por el derecho al aborto legal, libre, seguro y gratuito; “Ni una menos” contra la violencia machista que nos asesina todos los días; y el llamado “Mayo feminista” del 2018, que remeció universidades y liceos cuestionando la violencia sexual en los espacios educativos, para instalar los feminismos y la situación de las mujeres como un debate público. De conmemoraciones cada vez más masivas del 8 de marzo.
Estos procesos, significaron para muchas compañeras salir del mundo de lo privado, al que hemos estado forzadas históricamente, en un salto a lo político.
En ese marco, el rol que cumplimos mujeres y disidencias sexuales y de género durante la revuelta, es necesario analizarlo críticamente. La activación política profunda ha decantado en un movimiento real; si bien aún carece de arraigo en los lugares de trabajo, de estudio, en los barrios, tiene una potencia que se mantiene latente. La propuesta inicial de este escrito es pensar(nos) desde esa potencia, para sacar lecciones y aprendizajes que permitan desarrollar una estrategia y así vencer al gran titán que gobierna nuestras vidas: el capitalismo patriarcal y racista.
Las mujeres y LGTBIQ+, en el Chile neoliberal, sabemos de qué hablamos cuando decimos que el país heredado de la dictadura cívico militar nos expone a la pobreza y a la violencia sistémica. Precarizan nuestra vejez con las peores pensiones; tenemos a la moral de la Iglesia sobre nuestros hombros; vivimos la violencia machista de este Estado que viola y mata mujeres. Cada vez somos más las mujeres que nos atrevemos a denunciar, cada vez habemos más mujeres que nos organizamos para luchar en contra de esta violencia: y es que el despertar de las mujeres es un fenómeno internacional.
Venimos articulando movimiento desde mucho antes de la revuelta; no es de extrañarse que hayamos formado rápidamente parte de sus filas. Podemos hablar de un “feminismo de masas” [2] que permitió politizar la vida de muchas compañeras. El movimiento de mujeres y feministas, desde su denuncia correcta a la violencia machista, pasó a la denuncia de la precariedad de la vida. Hemos avanzado en la visibilización, en nombrar y reconocer. La palabra “feminismo”, como nunca, aparece en todas partes. El “mayo feminista” del 2018, si bien fue cooptado por autoridades universitarias y gubernamentales, fue expresión de esta transformación subjetiva radical, donde las mujeres nos empezamos a reconocer como sujetas políticas.
En estas luchas, para muchas se hizo evidente que ni las mujeres de la burguesía, ni la policía son nuestras compañeras. El Estado chileno, al servicio de los empresarios y las Iglesias, nos odia, y es profundamente anti-mujeres, aunque pongan mujeres en cargos públicos para lavarle la cara al régimen con jabón lila. Vivimos en un país donde criminalizan el derecho al aborto libre y los gobiernos de turno nos ven como una sumatoria de bonos. Sostienen una educación sexista, autoritaria y con filtros de clase. El Estado chileno es nuestro enemigo; persigue y encarcela mujeres mapuche en pie de lucha por sus territorios, y ya vimos durante este proceso iniciado el 18 de octubre que no dudan en utilizar la violencia político-sexual, la tortura y el asesinato para acallar nuestras demandas [3].
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