Entre los numerosos autores del Brasil que han sido traducidos en nuestro país por diversas editoriales (y “sellos”) los últimos años (Corregidor, Beatriz Viterbo, El cuenco de plata, Emecé, Alfaguara, Edhasa, De la Flor, Manantial –que tradujo al vanguardista Hélio Oiticica; libro ya comentado en La Izquierda Diario– y Tinta Limón, entre otras) se encuentra el paulista Ricardo Lísias con su novela, publicada originalmente en 2009, El libro de los mandarines (Adriana Hidalgo, 2014).
Demian Paredes @demian_paredes
Viernes 19 de diciembre de 2014
Entre los numerosos autores del Brasil que han sido traducidos en nuestro país por diversas editoriales (y “sellos”) los últimos años (Corregidor, Beatriz Viterbo, El cuenco de plata, Emecé, Alfaguara, Edhasa, De la Flor, Manantial –que tradujo al vanguardista Hélio Oiticica; libro ya comentado en La Izquierda Diario– y Tinta Limón, entre otras) se encuentra el paulista Ricardo Lísias con su novela, publicada originalmente en 2009, El libro de los mandarines (Adriana Hidalgo, 2014). Allí, con una prosa que utiliza muy inteligentemente –entre otros recursos– algo así como la técnica musical del loop, repitiendo a lo largo de la narración fragmentos, frases, refranes, epítetos y sentencias, se da rienda suelta a una gran parodia del “mundo ejecutivo” de las finanzas a comienzos del siglo XXI.
La historia: Paulo, un joven “experto” de Banco (con sede central en Inglaterra), se postula en el “Área de desarrollo” en la que trabaja para viajar a China, donde se ha abierto la posibilidad de entablar nuevas relaciones (negocio$). En la feroz competencia –que él cree se ha desatado– aprende el idioma mandarín, hace quedarse media hora más tras el horario de salida a sus (fastidiados) subordinados para enseñarles palabras y frases en chino y comentarles la historia y la filosofía de ese país; y comienza a pergeñar –emulando a su ídolo, el ex presidente Fernando Enrique Cardoso– un libro para fomentar el “espíritu” entre sus pares, con reflexiones que mezclarán los lugares comunes de los manuales de “autoayuda”, más algunos clichés de la “filosofía oriental” y las “naturales” (“lógicas”, inevitables, siempre desmesuradas, insaciables) ambiciones de brokers y “operadores” por alcanzar “el éxito”: “Pau** piensa en lo que puede significar para su carrera la experiencia en China. Es un mercado grandioso, infinito, lleno de posibilidades y que está rediseñando el perfil de la economía mundial. Y él, como antes el ex presidente Fernando Enrique Cardoso, va a ser parte de esa transformación histórica en un lugar privilegiado” (p. 68). Todos los delirios del personaje harán que un reportaje lo perfile así: “Pau**, treinta y seis años, considerado uno de los mayores expertos en análisis de futuros y gestión de equipos, ama las palabras y llega incluso a coleccionarlas. Cada semana este ejecutivo ejemplar coloca como frase de firma para sus e-mails algún término inspirador. Así, sus empleados consiguen elaborar significados más productivos mientras trabajan. En una gran corporación, usar la palabra justa en el lugar adecuado es uno de los secretos del éxito” (p. 77).
Paulo ganará el puesto tras convertirse, progresivamente, en unos graciosos asteriscos en la lista de empleados-postulantes de Paulson (Paulo se transformará, despojado de cada una de las letras de su nombre, en *****), y viajará rumbo a la misión que ambiciona…
En medio del libro estarán el frío y prácticamente despótico trato de Paulo hacia su novia Paula (o amiga, o compañera de trabajo), la realidad del viaje (no es China sino otro el país al que terminará yendo), y nuevas personas que ingresarán (¡“geishas” y “samuráis” desde Sudan!) a la vida de Paulo, con quienes regresará a su país, con nuevos “proyectos” y “emprendimientos”.
La repetición, el (re)cuento obsesivo, las posibilidades virtuales que no se concretan (como una “cama masajeadora”: un producto a la venta fácilmente accesible que Paulo nunca conocerá ni comprará y que por ello le impedirá resolver su cuasi permanente dolor “móvil” en la espalda), el desparpajo (por momentos tipo “comedia de enredos”) son los caminos que recorre Lísias para desarrollar la historia.
El libro, según afirmó el escritor al autor de esta nota en una comunicación privada por e-mail, fue escrito “con el objetivo de mostrar cómo pueden ser violentas y crueles las operaciones del mundo financiero. Opté por un texto satírico, pues consideré que la crítica sería así aún más fuerte”. En esta sátira, el libro que se propone escribir Paulo –ghostwriter mediante– tendrá una “lista de palabras mágicas”; por ejemplo: “enriquecer y producir” (p. 179).
La despersonalización o “impersonalización” (todos los nombres –por país o continente– se repiten, son el mismo-lo mismo), la individualización-privatización-aislamiento extremos del sujeto, la ambición y la codicia (de fama y dinero) como motores de la alienación en las capas altas de la sociedad son trabajados fina, sutilmente, en esta crítica de humor mordaz-satírico que ejecuta Lísias.
Reconocido por la revista Granta en 2012 como uno de los “veinte mejores escritores jóvenes del Brasil”, Lísias ha dicho en un reportaje prestar mucha atención al tema de “la obsesión”: “afirmo que esta es una cuestión contemporánea. En verdad, yo trabajo con traumas. Por ejemplo, conversé con un agente de seguridad del metro de São Paulo; le pregunté sobre qué harían ellos si un chico se sentase en un banco del subte y llorase toda la tarde. La respuesta fue la siguiente: si él no incomoda a nadie y no rompe nada, si no ataca el patrimonio, la gente no hará nada. O sea, nadie le va a preguntar si él necesita algo. El desarreglo psíquico está naturalizado”. Algo de esto puede leerse, en nuestro idioma, en el cuento “De los nervios” (tomado del libro inédito en castellano Anna O. y otras novelas, finalista del Prêmio Jabuti), aparecido en Cuentos en tránsito. Antología de narrativa brasileña (Bs. As., Alfaguara, 2014), con un personaje femenino obsesionado por que haya –con algún “otro”– “una conversación civilizada e inteligente”, en diálogos (rotos, fragmentados, dispersos y superpuestos) con su madre y un psicólogo; relato que además se cruza con una partida de ajedrez que transcurre en Buenos Aires y también remite a “los ‘70”. (El cruce con Buenos Aires se repite también en “Concentração”, cuento que publicó Granta, donde el protagonista y todos los que aparecen se llaman igual, Damião –y también están “los ‘70”–; uno de los mecanismos que se utiliza en El libro de los mandarines.)
El escritor, autor de una decena de libros (incluyendo un par de “infantiles”), ahora ha intervenido –o se ha visto introducido un poco “por la fuerza”– en el “mundo de la farándula y los chismes” de la TV y medios masivos por su novela Divórcio (2011), donde el protagonista tiene su mismo nombre y apellido, lo que provocó que se tomara la ficción literaria como un escrito autobiográfico, cuando en realidad pretende hacer una crítica a los medios masivos –en verdad, empresas– “de comunicación”.
Lísias ganó el premio “Copa de la literatura brasileña”, otorgado por jóvenes escritores-lectores blogueros, con El libro de los mandarines. Una novela de ritmo trepidante, narrada con buen humor, delirio, ironía y crítica.