Entrevistamos a Dante Benitez, hijo de un huelguista sobreviviente de los fusilamientos ocurridos en la Estancia La Anita (Calafate) el 8 de diciembre de 1921, poco antes de la llegada de la tropa del 10 de Caballería Húsares de Pueyrredón (del ejército argentino) cuya tarea era eliminar de cuajo la revuelta de los peones alzados que organizaron la Patagonia Rebelde
Sábado 14 de septiembre de 2019 22:55
Dante Benítez me espera en su pequeño taller de zapatería impaciente por contar la historia de su padre Severo Benítez Olguín, quién fue protagonista de la huelga de 1921, y de cómo se salvó fugándose hacia Puerto Natales (Chile).
Su padre se escapó de los fusilamientos ocurridos en la Estancia La Anita (Calafate) el 8 de diciembre de 1921, poco antes de la llegada de la tropa del 10 de Caballería Húsares de Pueyrredón (del ejército argentino) cuya tarea era eliminar de cuajo la revuelta de los peones alzados que organizaron la Patagonia Rebelde.
La casa de Dante
Llego al horario acordado con uno de sus hijos, que me había aconsejado visitarlo a la tarde (porque su padre tiene casi 90 años y debe descansar bien) y quedamos a las 18. Pero en cuanto me presento una de sus hijas me dice "hoy se levantó temprano a esperarte y está muy ansioso por charlar y contarte sobre mí abuelo".
La casa es muy humilde, como la de tantas familias trabajadoras del Barrio Belgrano de Río Gallegos. Tan variadas entre construcciones de ladrillos, viviendas, chapas y madera. Muchos y muchas llegaron al barrio desde la isla de Chiloé, del norte argentino, o los nacidos y criados que trabajan en algún estamento de la administración pública como basureros, albañiles, peones del campo, en alguna empresa minera, en el petróleo, de limpieza en alguna escuela o hospital, vendiendo comida típica, amas de casa o simplemente bajo empleo precarizado.
Allí esta Dante Benítez, trabajando bajo una luz tenue en su taller, remendando zapatos y empieza su relato mientras miro las manos ajadas de un obrero próximo a cumplir 90 años. Rememora anécdotas sobre los años en que Severo Benítez tuvo que exiliarse en Puerto Natales, junto a otros huelguistas.
Severo Benítez Olguín
“Mi padre estuvo más de 60 años viviendo en Chile y cuando regresó a principios de los años 80 a Río Gallegos ya estaba muy enfermo. Era un hombre muy inteligente, leal y muy bueno como padre, que tuvo once hijos de los cuales me seguía más a mí", dice.
Y continúa: "Luego de la huelga se instala en Puerto Natales y yo nazco en el año 1929. Cuando tenía once años, durante el invierno, nos gustaba salir a cazar liebres después del trabajo en el frigorífico (Frigorífico Bories de Puerto Natales) donde trabajó 23 años”.
Una de las hijas de Dante se acerca y agrega “Mí abuelo Severo escapó con otro compañero de las garras de los milicos. Se dirigieron hacia Puerto Natales (a pié y con varios días sin comer) se embarcaron hacia una isla que está frente al pueblo y allí se escondieron durante varios meses hasta que se calmó la persecución al resto de los peones rebeldes". Como anécdota, agrega que se refugiaron en la casa de un puestero que tenía una radio desde dónde escuchaban los informativos de rastrillajes en Santa Cruz y la región chilena de Magallanes.
Me acercan una foto de Severo y es una típica imagen coloreada, donde posa de traje y sombrero al estilo de arrabal de tango con un aire a compadrito y Dante me dice: “Mi padre nació en Capital Federal, en el barrio de La Boca. Su casa quedaba frente al Parque de los Patricios (quizás no sea muy precisa su ubicación). Allí vivía con tres de sus hermanos, mi abuelo Socorro Benítez y mi abuela Juana Olguín. Él me contaba que con tres o cuatro amigos iban por los barrios de Buenos Aires a ganarse la vida tocando tangos con sus guitarras y su ídolo era Carlos Gardel”.
Con el tiempo, los hijos y las hijas de Severo buscaron a los familiares en Buenos Aires pero nunca los pudieron encontrar. En parte, era con la intención de hallar registros de su nacimiento. Pero también querían mantener lazos que fueron rotos por la masacre obrera de Santa Cruz. Necesitaban tramitar la jubilación y demostrar que era argentino, pero no hubo éxito.
Dante agrega “Mi padre estudió en Puerto Santa Cruz cuando era muy chico y tuvo una muy buena preparación. Es por eso que en Chile se admiraban de lo que salía de su máquina de escribir. También allí organizó el sindicato de los obreros del frigorífico, porque lo querían mucho en Puerto Natales. A mí me decía que aprenda un oficio y aprendí a ser zapatero trabajando en talleres en Natales y Punta Arenas.
Cuando con mis hermanos teníamos poco trabajo mí padre nos decía que vayamos a Santa Cruz a trabajar. Allí tenía algunos conocidos que les daría alguna tarea laboral. Fui a trabajar a la estancia El Pelque (cerca del paraje La Esperanza) donde conocían a mi padre como El Centenario (por haber nacido en el año 1900). Eso fue alrededor del año 1950 y trabajábamos con mi hermano Mauricio a contrato en varias estancias".
“Le decíamos que se venga a trabajar con nosotros, pero él era muy desconfiado, porque aún suponía que podía ser detenido por la huelga a pesar que ya habían pasado más de 30 años”, cuenta.
Minutos después le pregunto si Severo conoció al Gallego Soto… "Canalejo Soto y mi padre eran muy amigos y recuerdo que en Puerto Natales había un cine que fue alquilado por él y siempre nos invitaba a ir a ver películas con una de sus hijas. Se encontraba en la esquina cerca de donde estaba el sindicato obrero. Veíamos lindas películas con mis hermanos Mauricio y Beba. Canalejo y mi padre hablaban mucho”.
Y llega el relato de la huelga… “Severo trabajaba en la estancia La Fructuosa (cerca de Lago Argentino) que pertenecía a Victoriano Rivera (un reconocido hacendado español que llegó a tener un poder económico similar al de Menéndez, Braun y Beherty en aquellos años) y era su padrastro. Mi padre me contaba que le indignaba que los muchachos (peones) vivan en la riqueza ajena, durmiendo en el piso sólo con cueros de oveja como colchón y además con poca comida. No respetaban los horarios de trabajo y eran horas interminables, que el patrón nunca les pagaba. Victoriano Rivera se entera que mí padre asume como delegado de los peones y le dice que no quiere problemas en su estancia ahora que forma parte del sindicato. Entonces mí padre decide marcharse de la estancia con lo poco que tenía hacia Lago Argentino junto a tres compañeros armados por sí se topaban con el ejército y siempre vigilaban por medio de largavistas ya que estaban enterados de los fusilamientos. Me contaba que los trabajadores eran engañados por los militares que les decían de entablar un diálogo e inmediatamente eran fusilados”.
La Estancia La Anita y luego la derrota obrera
Llega la derrota de la huelga y Dante cuenta los recuerdos de su padre “En la Estancia La Anita ya no había nada que hacer y se escapa con otro compañero rumbo a una meseta, donde lo esperaba un paisano que conocía un paso peligroso por la cordillera. Pasan por allí, pero antes dejan las armas en un escondite y llegan a Chile desarmados”.
Dante recuerda que a veces su padre indignaba al contar… “Es que los militares defendían a los estancieros, que eran todos extranjeros, y los peones eran simplemente trabajadores engañados, acorralados y ejecutados. Eso le causaba mucha rabia cada vez que lo contaba, y llegaba a llorar por lo que había sucedido. También decía que Hipólito Yrigoyen era presidente radical y había mandado a matar a sus compañeros”.
Comenzar la vida en Puerto Natales
Luego de sobrevivir a la matanza obrera llegará a Puerto Natales y trabajará en lo que pueda Severo: de alambrador de estancias, de carpintero y llegó a ser carnicero en el frigorífico Bories. Además fue bombero voluntario y a veces trabajaba de pintor y mantenimiento del establecimiento para poder alimentar a sus hijos. La madre de Dante los abandona junto a sus cuatro hermanos y una mujer que era madre soltera y vivía en la misma pensión los criará mientras Severo trabajaba en el frigorífico.
“Esa mujer se llamaba Fidelisa Oyarzún y tenía una hijita que junto a mis cuatro hermanos nos crió como si fueran sus hijos. Era muy buena con nosotros y mis hermanos más pequeños le decían Madre. Ya cuando nosotros éramos mayorcitos entramos a trabajar con mi padre en el frigorífico limpiando mondongo, eso fue cuatro años antes de que cierre definitivamente el frigorífico”.
A finales de 1940 se presenta un antiguo compañero de Severo para ofrecerle trabajo en Río Turbio. Allí hacía poco comenzaba la explotación del carbón mineral con la flamante empresa Yacimientos Carboníferos Fiscales. Pero Severo se negó a ir. “Era un hombre con el que había trabajado mi padre de apellido Garrido, que le ofrecía un buen puesto en la empresa, pero mí padre le dijo que en Argentina lo estaban esperando los militares para matarlo porque fue muy perseguido por ser delegado del sindicato”.
Ya a finales de los años 70 Severo se encontraba viejo y enfermo y sus hijos lo traen a Río Gallegos para cuidarlo. Ya tenía mas de 80 años con una lucidez que sorprendía, pero no podía jubilarse por la falta de papeles que certificaran que era argentino. El 23 de noviembre de 1982 falleció a los 82 años. En el cementerio de la ciudad estaban sus restos depositados en una tumba común hasta que en el 2008 fueron cremados por falta de incumplimiento según me dijeron en la administración. Pero ni Dante ni su familia se enteraron de la decisión administrativa y en una de sus visitas ya no encontraron la tumba de Severo, y entonces causó una indignación enorme en su hijo.
Dante Benítez aún sigue con ganas de charlar y contar sus vivencias y la de su padre, pero ya es muy de noche y debe descansar. Tiene una voz clara y una mente muy lúcida a pesar de su avanzada edad y su leve sordera. Sobre todo tiene una urgente necesidad de no quede en el olvido la historia de su padre en la huelga de 1921 y como salvo su vida. Por último me remarca que su padre nunca olvidó y siempre tuvo el dolor de sus 1500 compañeros fusilados en gran parte de Santa Cruz.
Ya llueve cuando me retiro de la casa de Dante Benítez y él sigue arreglando zapatos. En una futura visita me promete mostrarme lo que su padre escribía en papales guardados en algún lugar de su casa. En mi caso me quedaría mucho tiempo más charlando.
Dante Benítez es uno de los hijos, como lo fue Aurora López (recientemente fallecida a los 98 años e hija de Alejo López fusilado en la zona de Jaramillo) demandando al Estado para que encuentren los restos de su padre antes de que muera, pero no pudo esperar la lentitud institucional.
Son historias que todavía esperan para ser descubiertas a casi 100 años de una de las masacres obreras más cruentas de la clase obrera argentina y chilena.