“El lenguaje de las manos” es el nombre de uno de los libros de la colección del pintor Roberto Bosco. Libros -como diría el Maestro- “para mirar”, para compartir, puesto que sus hojas están sueltas y pueden ir pasando de mano en mano. Este es un homenaje al Maestro Roberto Bosco fallecido el 17 de septiembre del año pasado.
Sábado 22 de noviembre de 2014
“El lenguaje de las manos” es el nombre de uno de los libros de la colección del pintor Roberto Bosco. Libros -como diría el Maestro- “para mirar”, para compartir, puesto que sus hojas están sueltas y pueden ir pasando de mano en mano. Libros, que desdibujan el límite del arte con la artesanía, alejándose de lo industrial, cada hoja es una monocopia pintada y laqueada por él mismo. Esta particular forma de encuadernación deja entrever algunas de las concepciones del artista, como la de acercar la pintura a lo cotidiano, invitando a la mirada y comentario activo de los espectadores. Lo contrario a lo que ocurre en el ámbito de las galerías y museos, donde más bien se impone un silencio de misa, que aleja lo “sagrado” de las obras del gran público, quizás como forma de mantener las distancias de capital cultural entre los “entendidos” y la “gente común”.
Pero el lenguaje de las manos es, sobre todo, la forma que acuñó Roberto Bosco para comunicarse, expresar y transmitir. Es así que su búsqueda por unir la pintura a la vida cotidiana y socializar su difusión, su compromiso con lo humano, la comprensión y ejercicio de su rol social como artista, pueden verse retratados a lo largo de su fecunda obra. Obra en la que- además de variados tópicos- ha logrado expresar los padecimientos de la sociedad y acontecimientos más relevantes de nuestra época: el horror de la dictadura militar, la crisis del 2001, el hambre, la desocupación, los cartoneros, postales de la villa del bajo Flores, la guerra en Medio Oriente, el asesinato del joven militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra, entre otros, fueron los hechos que conmovieron al artista y que dejó plasmados con su estilo tan propio como genuino.
Su formación y labor docente
Síntesis de la herencia que recibió de sus maestros formadores, y de su propia convicción, compromiso y experiencia de vida, la obra de Roberto Bosco, puede inscribirse en la tradición del arte social, del arte político argentino.
Durante las décadas de 1960 y 1970 se formó en el taller de Demetrio Urruchúa, lugar de encuentro de artistas plásticos, poetas, militantes, en el que las charlas políticas y filosóficas eran parte del quehacer artístico cotidiano. En ese contexto, Roberto Bosco se forjó de manera integral e indisociable como artista comprometido con su entorno. Además cursó estudios de dibujo en Asociación Estímulo de Bellas Artes (A.E.B.A.) y en M.E.E.B.A. Las disputas entre el arte y la política por ese entonces parecían disolverse con el humo del cigarrillo, en cada encuentro, en cada charla, en cada pintura. Fue en el ámbito del taller, donde Roberto trabó amistad con el poeta Luis Franco (1898-1988), y años más tarde devenido en lector de casi toda su obra, realizó una pintura en homenaje a su maestro Demetrio Urruchúa y al poeta.
A pesar de los golpes de la vida, de la dura situación que vivió durante la dictadura, Roberto Bosco no perdió nunca la confianza en que la humanidad puede desarrollarse mucho más de lo que permite este sistema social basado en la injusticia y desigualdad. Su extensa labor como docente y las huellas que dejó en sus alumnos son fiel testimonio de esta convicción.
En su taller de la calle Bogotá el Maestro dedicaba largas horas a la formación de sus alumnos, continuando con la tradición en la que él se había formado, los alumnos nos íbamos de cada encuentro con la sensación de haber aprehendido mucho más que una técnica. Roberto se dedicaba a conocer a cada alumno, a hacer surgir la expresión más genuina de cada uno. Todo tenía lugar en el taller, nada quedaba afuera, cada alumno se hacía presente con sus vivencias, su historia, sus intereses, su modo único de pintar, su técnica preferida, su material. Acrílicos, óleos, acuarelas, carbonillas, lápices, pasteles, diarios, hojas, fibrofácil, tela, caballete, mesa, pared, puerta, piso.
Y nunca faltaba el mate, la música (aportada muchas veces por los concurrentes al taller), Zulma su compañera de vida que saludaba tímidamente antes de ir a hacer las compras, y a veces los nietos, las hijas. Y siempre las charlas, el fútbol, la política. El Maestro tenía la ocupación de formar artistas integrales, inmersos en la realidad que tocaba transitar.
Tal es el recuerdo que atesoro de esa temprana etapa de formación con el Maestro, durante cinco o seis años en mi adolescencia y juventud. Hace unas semanas me enteré que falleció el año pasado y enseguida me puse en contacto con un viejo compañero del taller, Dan Villar, quién no sólo mantuvo relación con el maestro hasta sus últimos días, sino también fue editor de sus libros. De ese encuentro nació la idea de dedicarle este homenaje y contribuir a la difusión y conocimiento de su obra.
Algunos momentos de su trayectoria artística
En 1973 realizó su primera muestra colectiva en la Galería Witcomb. En el año 1976, participó de una exposición Homenaje de Demetrio Urruchúa en la Asociación Estímulo de Bellas Artes. En 1992 participó de la VI Muestra Grandes Plásticos Argentinos realizada en la ciudad de General Pico; sus obras fueron expuestas junto a las de Juan Carlos Castagnino, Raúl Soldi, Demetrio Urruchúa y Teresio Fara, entre otros.
En 1985 incursionó en el cine. Estrenó la película 350 años de pintura argentina Tokio-París-Buenos Aires en la que se desempeña como director. Las estampas japonesas presentes en el film fueron un aporte de la Embajada del Japón en la Argentina. El guion está basado en el libro Historia del Arte Argentino de Jorge Romero Brest con complementos del director.
A partir de 1994 desarrolla una técnica única de reproducción de imágenes que se describe en la Enciclopedia Iberoamericana de Artistas Plásticos Contemporáneos (2004) del siguiente modo:
«se dedica a la creación de monocopias, mediante la incorporación de fotografía junto a técnicas antiguas de grabado que después pasan por un proceso de laqueado. Mediante este sistema Roberto Bosco confecciona libros de imágenes, de colección, numerados y encuadernados artesanalmente.»
En el año 1996 publicó el libro Imágenes de Tango auspiciado por la Academia Nacional del Tango, con prólogo de Horacio Ferrer. Ese mismo año fue declarado de interés nacional por la ley 28.469.
En el año 1998 la America Society Inc. adquiere la serie de Libro de Artista Sueños y Tangos. Un año después, en 1999, Ediciones Institucionales selecciona dos de sus pinturas para el libro Arte Trascendental Argentino. Ese mismo año fue seleccionado para la ilustración central de la etiqueta del vino Alma del Sur. Luego realiza una exposición individual invitado por la bodega Wente a la que pertenece dicho vino. La Muestra se realizó en California, Estados Unidos, donde el artista presentó nuevas obras y libros.
En el 2001 dos de sus obras se incluyen en el libro Arte Argentino Actual.
Expuso individualmente en la Euroamerica Galleries en Nueva York en el año 1999. En el año 2000 en Cuiaba, Matogrosso. Y en el 2001, nuevamente en la Euroamerica Galleries de Nueva york.
En el 2004 fue incluido en la Enciclopedia Ibereoamericana de Artistas plásticos Contemporáneos (QCC, Art Gallery Queensrorough Community Colege the City University of New York) citada anteriormente.
En el 2008 editó la colección de cuatro tomos: ’Tangos, Sueños, Lenguaje de las manos y Así es la vida. Los dos primeros están basados en las pinturas de las ediciones anteriores junto con nueva obra mientras que Lenguaje de las manos y Así es la vida presentan obra inédita. La colección fue editada por Dan Rodríguez Villar. El diseño fue realizado por Micaela Blaunstein y la encuadernación por Eduardo Tarrico.
Desde 2001 hasta los últimos años trabajó en la serie “Diario de Imágenes”, usando como soporte páginas de diario, e interviniéndolas con tintas, pasteles, lápices.