El arquitecto argentino Rodolfo Livingston, fallecido el pasado 6 de enero a los noventa y un años, desarrolló su profesión en el extremo opuesto al de las grandes torres de cristal: se dedicó a reformar casas y departamentos. Además, su método de trabajo, premiado internacionalmente, se aplica desde 1994 en Cuba con el nombre de Arquitectos de la Comunidad.
Viernes 13 de enero de 2023
Rodolfo Livingston fue de los pocos arquitectos de renombre a quien no se le conocen sus obras. Ningún edificio público, ninguna torre en Puerto Madero llevan su firma. Sin embargo cientos de miles de metros cuadrados de viviendas fueron construidos según sus ideas. “Hacer arquitectura es hacer feliz a la gente” solía decir.
Tuvo a fines de los 80 un fugaz pero ruidoso paso por la función pública, como director del Centro Cultural Recoleta de Buenos Aires durante el gobierno de Menem. Fruto de esa breve gestión es su libro Memorias de un funcionario. Su telegrama de no renuncia al cargo enviado al secretario de cultura porteño fue pirulo de tapa de Pagina 12 el último día hábil de 1989: “Informo al secretario que no entregaré mi renuncia y me encuentro autoacuartelado en mi despacho. Sólo respondo a las órdenes del General Fontova”. Fue finalmente echado por su denuncia junto a Pino Solanas del negociado menemista para convertir las Galerías Pacífico en un shopping, lo que como se sabe sucedió.
Tiempo después protagonizó un memorable intercambio con Bernardo Neustadt en su programa Hora Clave. “El principal maltrato a la gente se hace desde el poder, desde ustedes, desde este programa por ejemplo...aquí no se habla de fraternidad, aquí lo que predomina es la ley del más fuerte, la ley del mercado...Desde el poder se maltrata...hay impunidad, injusticia y hasta crueldad, como esta obligación de que los hijos de desaparecidos hagan el servicio militar en donde torturaron a sus padres”, dijo en un momento ante las miradas atónitas del conductor y sus invitados, Katia Alemann y Antonio Gasalla.
Livingston publicó diez libros con treinta y ocho reediciones. En el primero, Cirujía de casas fue donde comenzó a contar su forma de trabajar. “Yo tenía un método y no me daba cuenta. Cuando me di cuenta, lo sistematicé”. Entre esos títulos, dos son sobre Cuba (Cuba existe de 1992, y Cuba rebelde, el sueño continúa, de 1999). “Me enamoré de varias mujeres, y de un país”, solía decir. Sin embargo a lo que más se dedicó fue a atender familias para reformar sus casas, más de tres mil en Argentina.
“La mayor parte de las viviendas son reformadas por sus propietarios una o más veces durante su vida útil. Estas reformas representan entre el 60 y el 80% del volumen total construido en un país. ¿De qué manera se llevan a cabo? Las modificaciones consisten, por lo general, en la paulatina invasión de patios y fondos libres con nuevas construcciones que van empeorando el hábitat año tras año: cuartos sin iluminación ni ventilación, escaleras mal ubicadas y peligrosas...Muchas de estas viviendas son calificadas por el Estado como “buenas” considerando su estado de conservación y, sin embargo, producen infelicidad a sus habitantes.Y esto no ocurre por falta de materiales, sino por falta de pensamiento, pues más del 90% de estas reformas son consecuencia de decisiones esporádicas de los propietarios, sin plan ni asesoramiento profesional.”
Este porteño de Barrio Norte, formado en una escuela de curas, descendiente de norteamericanos y votante de derecha por distracción como él mismo reconocía, fue a desembarcar en 1961 como director de obra de un barrio de 150 casitas en Baracoa, una playa perdida del Oriente Cubano, conviviendo con los trabajadores que construían sus propias viviendas. Esos dos años en Cuba, en tiempos de Playa Girón y la crisis de los misiles, lo marcaron profundamente: generaron su amor incondicional por los cubanos y su Revolución, y en lo profesional significaron el germen de su forma alternativa de encarar la profesión.
¿Y los arquitectos?
“¿Y los arquitectos? La gente piensa que están “para cosas más grandes”. Y de hecho, siempre fue así. Durante 5000 años los arquitectos sólo atendieron a príncipes y papas, para quienes construían palacios, tumbas y templos. El pueblo no los precisaba para levantar sus viviendas, siempre coherentes con el clima, los recursos y la cultura de cada lugar. A partir de la revolución industrial, el crecimiento de las ciudades, la comercialización creciente de materiales y terrenos, el desarrollo del confort y de la vivienda en altura, rompen por completo con la tradición cultural en el arte de construir viviendas. Desde entonces, y por primera vez en la historia humana, los arquitectos son necesarios para atender los pequeños, variados y muy numerosos requerimientos de la población, pero las facultades de arquitectura no asimilan esta nueva demanda y continúan preparando profesionales para grandes obras ejemplares”.
La profesión de arquitecto nació en el Siglo XV, durante el Renacimiento. El florentino Filippo Brunelleschi había desarrollado un método para prefigurar la construcción antes de la obra, la perspectiva. Nacía entonces la idea de proyecto y el reconocimiento a quien lo realizaba. Además surgieron las primeras teorías arquitectónicas, de la mano de Alberti, Palladio y Serlio, y también aparecieron arquitectos personalistas, como Miguel Angel o Giulio Romano, quienes diseñaban según sus propias teorías. Pero todos, como dice Livingston, diseñaban para príncipes, papas, y grandes terratenientes.
Los arquitectos en la actualidad siguen formándose para servir al poder, hoy el negocio de la arquitectura. La mayoría de los profesionales trabajan para la industria de la construcción, desde dibujantes, proyectistas y jefes de obra, hasta gerentes y CEOs. El negocio manejado por las grandes corporaciones inmobiliarias, construye megaedificios objeto de consumo o grandes complejos para inversiones especulativas, (léase cientos de miles de viviendas vacías en Argentina) mientras miles de millones en el mundo viven hacinados en condiciones insalubres. La desigualdad creciente y sin pausa generada por el capitalismo del siglo XXI impide que la profesión de arquitecto ayude a satisfacer la necesidad humana de un hábitat sano e inspirador, que permita el disfrute pleno de la vida. Los profesionales independientes sobreviven con reformas y pequeñas obras, y el resto lo hace en organismos del estado, o en la docencia. Mientras tanto el gobierno actual con la obvia complicidad de la oposición de derecha, reduce la inversión en vivienda social, que siempre fue escasa, a fin de cumplir los acuerdos con el FMI.
"No pensar es carísimo": el método Livingston
Decíamos que Livingston no hizo edificios célebres, pero sin embargo creó un método de trabajo de diseño participativo, mediante el cual cliente y arquitecto piensan juntos cómo crecerá o se modificará la casa. “Pensar es lo más económico que hay, y no pensar...es carísimo”, es uno de sus lemas. Ayudar a pensar justamente es una de las tácticas de este método. Al revés de lo que se enseña en las escuelas de arquitectura, la clave para reformar una vivienda la tiene el propio usuario, aunque en general no lo sabe. Mediante una serie de entrevistas muy bien preparadas, Livingston y sus colegas, apuntan a discriminar entre lo que el usuario cree que quiere, y lo que realmente necesita, a lo que llama demanda latente. Por ejemplo: la familia quiere techar el patio (única fuente de aire y luz) porque necesitan un dormitorio más. El proceso de diseño de la reforma apunta a buscar la mejor solución para resolver esa necesidad sin dejar a la casa oscura e inhabitable. A veces la reforma de una casa no implica hacer una obra, sino reacomodar sus espacios.
“Buena parte de las viviendas pueden crecer agrandando los ambientes existentes, y aún sumándole otros sin aumentar la superficie cubierta. Aunque parezca un imposible geométrico, tal cosa es factible, como lo demostraré más adelante” dice Livingston al comienzo de su libro Arquitectos de la Comunidad. El método, del que hemos extraído los párrafos entre comillas.
“Esto quiere decir que la ciudad también puede crecer dentro de si misma sin hacinamiento, disminuyendo de este modo la superficie habitacional que se agrega en la periferia. Pueden lograrse más y mejores viviendas dentro de las redes de servicios existentes, manteniendo a la población dentro de su barrio, algo que la gente reconoce como valioso. La casa no es para ellos sólo la casa, sino también su contexto. Urbanismo y arquitectura son aspectos de una sola realidad.”
El Método Livingston, es el título de la película de Sofía Mora (2019) en la que el arquitecto casi de 90 años cuenta en primera persona su vida profesional, visita a viejos clientes y colegas, y hasta se reencuentra con un viejo amor, protagonizando su propio documental. Se pudo ver en estos días en ediciones especiales de Canal Encuentro, y está disponible en la plataforma CineAr.
La primera versión de su libro, titulada también El método fue escrita a comienzos de los 90 a pedido de Habitat Cuba, un organismo no gubernamental que fue organizador de las charlas que Livingston dio en la isla en los 80 y 90, a partir de las que surgieron los grupos de Arquitectos de la Comunidad. El Método fue el punto de partida de una modalidad inédita, puesta en práctica por el estado, una suerte de arquitectos de cabecera que atienden las necesidades habitacionales del barrio, en sus propios locales, a manera de consultorios. Estos grupos funcionan en Cuba desde 1994, y Hábitat Cuba, el organismo promotor creado para ponerlo en marcha eludiendo las trabas burocráticas del régimen castrista, fue finalmente absorbido en 2001 por el Instituto Nacional de la Vivienda, manteniendo la utilización del Método en la resolución de problemas habitacionales a pequeña escala.
Atendiendo de a una a cada familia seguramente no se resolverá el déficit de cuatro millones de viviendas que sufre nuestro país, aunque una modalidad como aquella, participativa, podría contribuir al funcionamiento de organismos democráticos que administren los recursos que el estado debería disponer para tal fin, donde usuarios, trabajadores y profesionales, discutan y pongan en práctica los planes habitacionales, y la construcción de hospitales, escuelas e infraestructura.
Una arquitectura como servicio público, que sólo podría ser puesta en marcha por un gobierno de los trabajadores, permitiría finalmente sacar a la vivienda del lugar de objeto de consumo y especulación para el enriquecimiento de unos pocos, e instalarla como lo que es: una necesidad humana básica, para la cual los arquitectos deberíamos formarnos y ponernos a su servicio.
Rodolfo Livingston, el cirujano de casas, quien seguramente hubiera tomado parte activa en esta discusión, dejó para el debate sus ideas y las instrucciones para llevarlas a la práctica.