Miércoles 4 de diciembre de 2024
El salario mínimo no es un acto de benevolencia estatal ni un mecanismo técnico neutro; es, en esencia, un campo de batalla en la lucha de clases, el reflejo más palpable de un sistema que subordina la vida y el trabajo humano a la lógica insaciable del capital.
En el Perú, donde el salario mínimo apenas alcanza para cubrir la mitad de las necesidades básicas de una familia, el verdadero debate no debería ser si se ajusta en unos pocos soles. La pregunta fundamental es: ¿por qué aceptamos un sistema que condena a la mayoría a la miseria mientras engorda los bolsillos de unos pocos?
La brutalidad descarada del capital
En el altar de la economía burguesa, la dignidad del trabajador es sacrificada sin piedad. Los tecnócratas del Banco Central de Reserva (BCRP) calculan con frialdad que la Remuneración Mínima Vital (RMV) "teórica" para 2023 debería ser de S/ 726. Este cálculo no es un análisis técnico, sino un insulto revestido de cifras. La economía vulgar del capital busca legitimar la explotación disfrazándola de ciencia, pero no es más que un instrumento para perpetuar el saqueo del trabajador.
Fernando Cillóniz Benavides, empresario y apologista del mercado, lo expresa sin reparos: "No debe haber salario mínimo... uno paga lo que el mercado genera". Estas palabras condensan el cinismo de un sistema que reduce al ser humano a una mercancía cuyo valor puede ser ajustado a conveniencia; es la lógica fría del capitalismo: maximizar ganancias, minimizar costos de la fuerza de trabajo, y justificarlo con discursos ideológicos.
El BCRP, lejos de ser neutral, actúa como un brazo técnico del capital, sus "análisis" no buscan mejorar la vida de los trabajadores, sino justificar la perpetuación de la explotación; en tal sentido, este aparato estatal, que muchos ven como imparcial, no es más que un guardián del statu quo.
El cinismo del poder: el show de “los diez solcitos”
Asimismo, en esta macabra danza de explotación, Dina Boluarte añade un toque de insultante descaro, al declarar que "con diez solcitos hacemos sopa, segundo y hasta postrecito", no solo evidencia su desconexión con la realidad de las familias trabajadoras, sino que romantiza la pobreza. Este tipo de declaraciones son un insulto directo a quienes no pueden satisfacer las necesidades básicas de sus hogares con el salario mínimo.
El mensaje es claro: en lugar de enfrentar la desigualdad estructural, el discurso oficial exige "creatividad" para sobrevivir; argumento, repetido con variaciones por tecnócratas y burócratas, que legitima la explotación, culpabiliza al trabajador y oculta la responsabilidad del Estado y el capital en la perpetuación de la pobreza.
El reformismo servil: maquillaje para la explotación
Por otro lado, frente a la brutalidad abierta del capital, el reformismo se presenta como una alternativa "humana". Pero esta es otra trampa. Los reformistas, desde Pedro Francke hasta Rudecindo Vega, son los maquilladores del sistema. Francke declaraba en 2021: "Este no es el momento de un aumento del salario mínimo". Vega, más elocuente pero igual de servil, asegura que no hay espacio para "negreros" ni para "populistas". Pero ¿qué proponen? Ajustes que no amenacen la estabilidad del sistema.
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Estos discursos no son más que estrategias para contener el descontento, prometen reformas dentro de un sistema irreformable, manteniendo la explotación en niveles tolerables para evitar el estallido social. El salario mínimo bajo el reformismo no es una solución, sino un parche que perpetúa el dominio del capital.
La traición de las burocracias sindicales
En esta farsa también participan las direcciones burocráticas de las centrales sindicales, como la CGTP y la CTP, que han abandonado hace tiempo la lucha; por ejemplo, su participación en el Consejo Nacional de Trabajo y Promoción del Empleo (CNTPE) no es más que un acto de sumisión a la lógica del capital. Estas organizaciones, que deberían ser herramientas de lucha, se han convertido en cómplices del sistema.
Lejos de organizar huelgas o exigir salarios dignos, estas direcciones se limitan a participar en mesas de diálogo, y hasta movilizaciones, donde se firman acuerdos que benefician al capital. Su política de conciliación no solo desactiva la rabia legítima de los trabajadores, sino que legitima el sistema que nos oprime.
La miseria institucionalizada
Los números no mienten; según la ENADES 2024, una familia de cuatro personas necesita S/ 2.976 al mes para subsistir. Esto es casi tres veces el salario mínimo actual de S/ 1.025. ¿Cómo puede justificarse que el salario mínimo no alcance ni para cubrir la canasta básica familiar? La respuesta es que no se busca justificarlo, sino imponerlo .
El salario mínimo en el Perú es una herramienta diseñada para garantizar la reproducción de la fuerza de trabajo al menor costo posible. No es un error ni una anomalía; es una expresión directa de la lógica capitalista.
Romper con el status quo: el horizonte anticapitalista
El salario mínimo no debe ser visto como un techo, sino como un punto de partida para una lucha más amplia. Medidas como la escala móvil de salarios , que ajusta automáticamente los sueldos al costo de vida, y la reducción de la jornada laboral sin disminución de sueldo y repartición del trabajo , son pasos concretos hacia una vida más digna.
Pero estas demandas no son suficientes. Mientras la riqueza siga siendo controlada por una minoría, la miseria será la norma para la mayoría.
El despertar de la clase trabajadora
Para desafiar este sistema, la clase trabajadora debe romper con las ilusiones del reformismo y la conciliación. No podemos esperar que el Estado, el mercado o las burocracias sindicales resuelvan nuestros problemas. La lucha debe ser organizada desde las bases, con una perspectiva revolucionaria que no solo exija salarios dignos, sino que apunte a la transformación radical de la sociedad.
El salario mínimo, con todas sus limitaciones, es un recordatorio de las contradicciones del capitalismo; en tal sentido, la lucha por aumentarlo no debe limitarse a pedir migajas, sino que debe convertirse en un catalizador para un movimiento más amplio que desafíe el sistema en su conjunto.
Un llamado a la acción
La historia nos enseña que ningún derecho se ha conquistado sin lucha. Hoy, más que nunca, necesitamos una clase trabajadora consciente, organizada y movilizada, que no tema desafiar al poder burgués. No debemos aceptar las excusas del Estado ni las trampas del reformismo. La lucha por un salario mínimo digno no es el final, sino el principio. El objetivo es claro: una sociedad libre de explotación, donde la riqueza sea producida y disfrutada colectivamente. Porque el trabajo, y no el capital, es la fuente de toda riqueza.