¿Qué es la salud mental y por qué se está hablando de ella? ¿Desde que aspectos podemos pensar una salud mental integral? Mientras emergen “nuevas” corrientes en la disciplina, que en realidad son viejas, debatimos sobre los sentidos comunes que se cristalizan en prácticas clínicas y posicionamientos de modo de vida.
Abro Twitter, me encuentro con decenas de tweets que hablan sobre situaciones de angustia, estrés, ansiedad o depresión. El lenguaje del “mundo psi” está en boca de todos. Hasta algunos famosos y famosas hablan abiertamente de esto: Tom Holland, Serena Williams, Sandra Bullock son algunos de ellos. No es casual, en los últimos dos años se han incrementado a nivel mundial las consultas por problemáticas de salud mental. Un estudio realizado por la revista científica The Lancet durante los meses finales del 2021 arroja que la depresión y la ansiedad aumentaron un 25% en el mundo por la pandemia COVID-19.
En Argentina, durante las últimas dos semanas, Twitter habla del faltante de psicofármacos (o al menos, de algunas marcas específicas de ellos). Durante el 2021 el Observatorio de Adicciones y Consumos Problemáticos advirtió sobre el consumo cuatro veces mayor de psicofármacos que de otros medicamentos. Desde la pandemia, distintos medios hegemónicos dedican cada vez más espacios a notas, debates u opiniones en torno a la salud mental, aunque lo hacen tomando un posicionamiento ideológico y político implícito dentro del campo psi, fomentando la generalización de la patologización y la medicalización como vía privilegiada de respuesta al malestar subjetivo.
Aunque existe un consenso en torno a cómo la pandemia afectó la salud mental de las poblaciones, hablar solo de “pandemia” como un ente abstracto, sin desarrollar sus causas y sus consecuencias materiales en las esferas de la vida cotidiana, nos deja un poco “desarmados” para problematizar qué aspectos de la vida se encuentran en disputa.
La crisis económica, el desempleo, la precarización laboral, la caída salarial o inflación son algunas de las consecuencias, así como en el plano social el incremento de las tareas del cuidado o la administración del hogar que recae sobre todo en mujeres y niñas. Durante el 2021 UNICEF realizó una encuesta en 2849 hogares de Argentina, un 43% de las y los adolescentes realizan tareas domésticas, o de cuidado de niñeces. A su vez, en 7 de cada 10 hogares las tareas de cuidado recaen sobre mujeres.
También las políticas de los Estados en torno al manejo de la pandemia o sus consecuencias, interpelan la vida de las y los trabajadores, de la juventud, de las mujeres y disidencias sexuales. Por ejemplo, el Ingreso Familiar de Emergencia otorgado por el Gobierno de Alberto Fernández durante los primeros meses de cuarentena (que solo brindó tres entregas) se encontraba muy por debajo del valor de la Canasta Familiar Básica calculada en ese entonces por el INDEC. Mientras en relación a salud mental y género, se recortó un 39% del presupuesto para el Ministerio de Mujeres, Diversidad y Género, es decir, se ajustaron los recursos destinados a paliar la violencia machista y las desigualdades de género.
Tampoco podemos obviar que la transformación de los vínculos sociales, la fragmentación laboral, el home office, las cursadas virtuales en institutos terciarios y universitarios o el recorte de las actividades recreativas culturales y sociales, en cierto modo, transformaron los modos de vincularnos. En algunos casos, la virtualización de las actividades que usualmente se realizaban de forma presencial, aceleraron la necesidad de dar respuestas a múltiples situaciones o actividades al mismo tiempo. Tal es así que algunas empresas tomaron nota y sostuvieron la virtualidad, a fin de incrementar los ritmos de productividad y reducir los costos de dispositivos o alquileres.
Lejos de toda visión individualizante de la construcción de subjetividad y de sus problemáticas, fomentada tanto por terapias positivistas como por el psicoanálisis hegemónico, somos seres sociales y, aunque las vivencias personales y los modos de transitar la vida adquieran sus particularidades, existen situaciones, malestares, y decisiones políticas de la vida cotidiana que nos atraviesan de forma colectiva.
La trampa de la generalización
Existe una contradicción en el campo de la salud mental, la tendencia a generalizar los padecimientos mentales mientras individualiza las responsabilidades del surgimiento de los mismos. Por un lado, las corrientes positivistas se encuentran en un nuevo auge de crecimiento. La proliferación de categorías diagnósticas, estandarizadas en manuales como el DSM (Diagnostic and Statistical Manual of Mental Disorders) o CIE (Clasificación Internacional de Enfermedades), se han convertido en herramientas privilegiadas para el diagnóstico y tratamiento del padecimiento. Del otro lado, el psicoanálisis ortodoxo -hoy en día en Argentina, lacaniano-, mediante su estructuralismo ubica a los sujetos (todos ellos) dentro de un empuje potencial al enfermar y padecer. Detrás de concepciones biologistas y reduccionistas que se reproducen en el campo de la salud mental, las psicoterapias individuales abundan como espacio de reflexión, tratamiento y problematización de factores sociales que intervienen en la vida cotidiana.
Es tal vez por este problema de la generalización que la epistemología que conceptualiza y da un marco teórico a algunas ramas de la psicología, como las Terapias Cognitivo Comportamentales, tienden a buscar la estandarización del tratamiento mental en el plano meramente individual, adoptando, en algunos casos la medicalización como vía privilegiada de intervención. Sin embargo, el estructuralismo psicoanalítico también presenta peligros, como enunciar los procesos o fenómenos sociales sólo dentro del plano discursivo y singular.
Pero quizás el mayor peligro que sostienen estas corrientes del pensamiento sea la de construir sentidos comunes donde en la vida cotidiana, todo pueda diagnosticarse, medicarse, o abordarse sólo dentro de las esferas del consultorio privado o desde una perspectiva clínica. Desde ya, son muchos las y los profesionales que en su práctica profesional incorporan una mirada más histórica-cultural, pero de lo que se trata es de interpelar y cuestionar aquellas nociones epistémicas que se establecen como núcleo de verdad en los orígenes de la teoría.
Actualmente, a mi modo de ver, hay dos tensiones en disputa: por un lado, se espera que la psicología (o el campo de la salud mental) pueda dar respuestas a todas las problemáticas de orden social. Por otro, la creciente patologización de la vida cotidiana: un duelo, una ruptura amorosa, una discusión cotidiana, expresiones de machismo, conflictos laborales, todo podría potencialmente llevarnos a padecer.
Como contracara, sosteniendo estos discursos de sentido común que se cristalizan en modos de vivir, resurgen corrientes de la psicología "de autoayuda o del bienestar”. Estas fomentan un ideal donde el conflicto, aún en sus variantes constructivas, debe ser bloqueado, cancelado, o eliminado. De cierta forma, este bienestar “emocional” debe estar acompañado también de la modificación de rutinas de vida, más “sanas”, más “reflexivas”, más “hedonistas”. Son estas corrientes de la psicología del coaching, bienestar, autoayuda, las que emergen con fuerza en Argentina en particular, ante una crisis de disciplina en el psicoanálisis (el cual ostentaba hasta el momento hegemonía dentro del campo) y un positivismo re-actualizado que no termina de emerger.
Sin embargo, no es sin contradicciones. Mientras transforman el bienestar emocional en una cuestión de “voluntad individual” de estar mejor, empujando hacia la búsqueda de placer constante mediante el consumo de distintas mercancías (y, en cierta forma, ubica a los vínculos familiares, sociales, sexo-afectivos, como una mercancía más), el acceso a un espacio terapéutico se presenta como una mercancía más. Como contracara de este “empuje” a nuevos estilos de vida, el consumo ilimitado, el ocio, la cultura, están vedados para enormes mayorías en un contexto de crisis económica, como así también el acceso a un tratamiento adecuado y de calidad a quienes efectivamente lo necesitan.
Aquellos nuevos (viejos) debates pendientes
Entonces, retomando algunas de las ideas desarrolladas, existe un auge de debate sobre salud mental en sectores que no necesariamente forman parte de la disciplina, este auge de debate se da en un contexto disciplinar donde asistimos a una crisis teórica y epistemológica del psicoanálisis. Las dos principales corrientes de pensamiento y praxis que se encuentran en disputa presentan limitaciones para pensar la emergencia de nuevos fenómenos sociales que interpelan la subjetividad.
Esta amplitud de debate se encuentra acompañada de algunas tendencias a la generalización de concepciones en torno a que es y que no es “saludable” para la salud mental, la generalización de las categorías diagnósticas, sobre-diagnósticos, y los sesgos epistemológicos, así como la sobre-medicalización de la vida, operan dentro y fuera de los hospitales. La ausencia de debates y respuestas a las necesidades estructurales de las poblaciones, dan emergencia a corrientes de pensamiento que presenten establecer “herramientas” individuales desde las cuales, cada quien, pueda tratar su propio padecimiento (porque para estas corrientes de la psicología positiva, todas y todos estamos padeciendo y sufriendo).
No se trata de negar la existencia de los padecimientos subjetivos, mucho menos aún en un contexto donde vemos incrementarse las consultas terapéuticas así como el uso de la medicina psicofarmacológica. Tal vez, es por esto último que resulta relevante poder problematizar qué discursos y debates en torno al campo de la salud mental se están reproduciendo socialmente, dentro y fuera, del mundo académico.
En la actualidad, surgen nuevas camadas de profesionales que revisitan algunos de los conceptos de la psicología, sobre todo aquellos que reproducen concepciones heteropatriarcales. Sin embargo, los discursos reaccionarios persisten en el ámbito académico y profesional.
No alcanza con analizar la sociedad capitalista por un lado, como pretende hacer Jaques-Alain Miller en su última entrevista en Página 12, y luego individualizar las problemáticas negando la posibilidad de transformaciones colectivas. Tampoco alcanza con hablar de un incremento de consultas en salud mental sin debatir sobre cuáles son los dispositivos y necesidades actuales para la detección, abordaje, y tratamiento en la salud y salud mental.
Tal vez se trata de desarrollar nuevas perspectivas en el campo de la salud mental que debatan contra los límites disciplinares actuales. En ese camino, revalorizar las mejores experiencias de transformación colectiva, rescatando algunas de las conclusiones sobre las cuales han avanzado las conceptualizaciones en salud mental.
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Por fuera de los ámbitos profesionalizados y de aquellos y aquellas que debemos aportar a abrir y profundizar la crisis en psicología, son muchos y muchas quienes se encuentran interpelados (por los discursos o el tratamiento) de las corrientes de pensamiento y práctica clínica en disputa.
Mientras se fomenta un discurso hedonista, y ante la exigencia a la búsqueda de un bienestar individual, tal vez resulta interesante rescatar las experiencias del bienestar colectivo, socializar la felicidad y las pasiones individuales, fomentar el desarrollo grupal, construir espacios comunes de recreación, sociabilización y encuentros. Pero también ubicar las frustraciones, el odio ante las aberraciones del mundo, el enojo en aquellos responsables de sostener y fomentar las expresiones más brutales del sistema capitalista; la pobreza, la desocupación, la falta de acceso a la salud y vivienda, la opresión y el machismo patriarcal contra las mujeres y disidencias.
De lo que se trata, en definitiva, es de transformar también los cimientos sociales que llevan a enfermar y padecer, resignificar la construcción de lazos sociales en los trabajos, en las escuelas, universidades, terciarios y en los barrios, para que desde abajo y en unidad con las y los trabajadores del campo de la salud mental, se pueden gastar nuevas alternativas y múltiples posibilidades de construcción de la subjetividad, y de tratamientos en salud mental. En definitiva, rescatar un enfoque comunitario, socialista y por ende anticapitalista en esta disciplina, implica poner a aquellos sujetos que construyen, forman y componen las comunidades en el centro de la toma de decisiones.
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