La triple reforma que quiere llevar adelante el gobierno va acompañada de una reforma de fondo del sistema de salud. Un poco de historia para analizar las perspectivas de los trabajadores para enfrentar ese avance.
Pablo Minini @MininiPablo
Viernes 1ro de diciembre de 2017 18:09
El sistema de salud argentino no escapa a la serie de reformas que quiere implementar el gobierno macrista. Al ataque que representan las reaccionarias reformas laboral, previsional y tributaria se suma la implementación de la Cobertura Universal de Salud (CUS), que bajo un nombre florido es, ni más ni menos, que el desmantelamiento y la privatización de todo lo que es rentable en el sistema de salud público. O, si se quiere, la gran ayuda del Estado y el gobierno a las empresas privadas de salud, en desmedro de la salud pública. Además, en estas semanas se filtró un proyecto de decreto que reforma la reglamentación de la Ley Nacional de Salud Mental que va en la misma línea: beneficiar a las empresas privadas de salud mental, a la corporación psiquiátrica y a los grandes laboratorios farmacéuticos.
En otros lugares hemos analizado los antecedentes que posibilitan hoy este avance de los sectores que retoman la iniciativa y quieren recuperar las prerrogativas que tuvieron que ceder ante el pueblo trabajador. Las condiciones de posibilidad de estos ataques ya estaban planteadas en los gobiernos anteriores. Desde distintos sectores que hoy son oposición se propone en materia de salud lo que llaman “una vuelta a Carrillo”, en referencia al ministro de salud de la Nación del primer y segundo gobierno de Juan Domingo Perón. Es fundamental hacer un poco de historia para entender los alcances de esta pretendida vuelta y los alcances de su planteamiento.
La planificación estatal centralizada del período 1945-1955
Ramón Carrillo nació en Santiago del Estero en 1906. Fue neurocirujano y, como muchos de su tiempo, preocupado por el avance del liberalismo en la vida nacional. Apoyó en 1930 el golpe militar en espera de que se pusiera un límite a la infiltración ideológica extranjera, tanto la anglonorteamericana como la stalinista.
En materia de salud, el proceso abierto en 1930 pretendió una restauración de ideas tradicionales y cristianas en los ámbitos académicos. Para la historia que nos interesa contar aquí, el año 1946 encuentra a Carrillo en el decanato interino de Medicina, siendo antes titular de la cátedra de Neurocirugía y miembro del Consejo Directivo. Como señala Ramacciotti: “Fue un actor dentro del proceso de cristianización y posterior democratización del ámbito universitario y es a partir de estos sucesos donde emergió definitivamente a la escena pública y logró consolidar alianzas con políticos, funcionarios y representantes estatales”[1]. Se desempeñó como Jefe del Servicio de Neurocirugía y Neurología del Hospital Militar Central y fue profesor en varias instituciones militares. De hecho, el 17 de octubre de 1945 Ramón Carrillo preparó una habitación allí para el General Perón, recién venido de la Isla Martín García. Durante su estadía ambos mantuvieron conversaciones privadas. Las entrevistas rindieron frutos: en 1946 se creó la Secretaría de Salud Pública y en 1949, el Ministerio de Salud Pública de la Nación. Ambos puestos fueron ocupados por Carrillo.
El sistema de salud anterior a Carrillo
La década del primer y segundo gobierno peronista se encuentra con un sistema no organizado de salud que databa del siglo XIX. Los hospitales, a nivel mundial, habían surgido primero por necesidad de la guerra y luego habían quedado en manos de la beneficencia o de la Iglesia. Cualquiera que haya asistido a hospitales que aun hoy tienen resabios tradicionales ha comprobado que hay una fuerte presencia de las instituciones religiosas. Regidos por una visión higienista de la salud, eran centros dedicados -en el mejor de los casos- al aislamiento de los enfermos. Fue luego de un proceso de medicalización que los hospitales se convirtieron en lugares asistenciales donde los enfermos podían pretender curación. Aún tuvo que pasar algún tiempo para que se convirtieran en instituciones de estudio y prevención. La corporación médica, durante el siglo XIX, desplazó a la Iglesia como rectora de los hospitales.
Los movimientos revolucionarios del siglo XIX obligaron a la burguesía a hacer concesiones que contuvieran la conflictividad social. Así nace la reforma de los sistemas de salud en Alemania y en Inglaterra: concesiones a los trabajadores que mejoraban relativamente sus condiciones de vida y pretendían alejarlos de la influencia de las ideas revolucionarias.
Así, por una combinación de concesiones reformistas a los obreros y el avance cierto de la investigación médica, es como la visión aislacionista y higienista dio lugar a la medicina social: empezó a entenderse que la salud no sólo implicaba determinantes biológicos, sino también situaciones de educación, indumentaria, alimentación, vivienda, trabajo y esparcimiento.
En Argentina, previo a 1945, el sistema de salud contenía hospitales públicos junto a instituciones privadas y mutuales obreras y de inmigrantes, muchas de inspiración nacional y confesional (lo que luego serían, por ejemplo, los círculos católicos obreros y más tarde las obras sociales). La lógica del Estado era la ya mencionada higienista, que actuaba para contener epidemias. Los hospitales públicos atendían a la población pobre, las mutuales a los obreros y el sector privado era la boca del embudo donde caía la burguesía y los trabajadores que, por el hecho de tener trabajo y hacer aportes a una mutual, consideraban que les correspondía una atención de mejor calidad. La subvaloración del sector público, se ve, es de larga data.
Mencionamos las conversaciones de Carrillo con Perón. Una pequeña cita del líder da cuenta de cierta lógica coincidente que recorrió al peronismo: “Lo que quiero es organizar estatalmente a los trabajadores para que el Estado los dirija y marque rumbos. De esta manera se neutralizan en su seno las corrientes ideológicas y revolucionarias que puedan poner en peligro nuestra sociedad capitalista en la posguerra. A los obreros hay que darles algunas mejoras y serán una fuerza fácilmente manejable”[2].
No decimos que Carrillo tuviera esa lógica. No podemos asegurarlo. Pero sí sabemos que sus propuestas entraban en diálogo directo con el naciente peronismo. Una frase (famosa) define una parte de su pensamiento político-sanitario: “Frente a las enfermedades que genera la miseria, frente a la tristeza, la angustia y el infortunio social de los pueblos, los microbios, como causas de enfermedad, son unas pobres causas”.
La idea de Carrillo combinaba una medicina asistencial individual, una medicina sanitaria ambiental y una medicina social que incluía a la familia y la comunidad. Diseñó una política sanitaria a nivel nacional unificada. La primera medida fue la nacionalización de las sociedades de beneficencia. Éstas otorgaban caridad a la salud de los pobres, si bien una caridad particular: sólo el 10% de sus aportes venían de las arcas de las familias aristocráticas; el 90% restante era producto de subsidios estatales. La aristocracia tiene ese encanto: hace caridad con dinero ajeno (dinero de los mismos a quienes supuestamente beneficiaba). Hay que decir que las clases gobernantes vieron como una afrenta de clase esta nacionalización.
Para Carrillo el Estado debía planificar y conducir todos los asuntos referidos a la protección y atención de la salud, volviéndose un Estado prestador que conviviera con mutuales y empresas privadas[3]. El flamante ministro de Salud trabajó muy cerca de Eva Perón, quien a través de su fundación financiaba la planificación pretendida a través de la caridad empresarial y sindical.
El plan de Carrillo estuvo sostenido durante todo el gobierno peronista con éxitos objetivos: baja de los indicadores de morbi-mortalidad, éxitos sanitarios como la campaña contra el paludismo, la construcción de hospitales a las afueras de las ciudades y unidades sanitarias en la comunidad, el aumento de camas de internación en hospitales públicos o la creación de la primera fábrica nacional de medicamentos.
Decimos entonces que los éxitos objetivos fueron innegables. Ahora bien, no prosperaron ni perduraron: pensemos por ejemplo en los índices actuales de mortalidad infantil, en la situación de los hospitales y unidades sanitarias hoy, en el precio de los medicamentos, en los salarios indignos de gran parte de los trabajadores de salud.
¿Qué fue lo que falló?
De las explicaciones que aparecieron, la primera y más aceptada por la historiografía peronista fue la revancha. Los grupos de poder que hicieron saber (con bombardeos y fusilamientos del pueblo trabajador) que diez años de peronismo habían sido un ultraje y que tampoco perdonaron la relativa bonanza que vivieron los trabajadores y las clases populares. Sin embargo, las empresas y los patrones no necesariamente perdieron en materia de salud, ya que las poblaciones que atendían las empresas privadas y el sistema de salud público eran totalmente disímiles: no hubo un vaciamiento de las empresas privadas, porque no hubo un plan que arremetiera contra ellas. Antes bien, un sector de la burguesía apoyó, como vimos, a la Fundación Eva Perón.
Otra razón del fracaso que podemos colegir es que la financiación del sistema de salud no partía de una clara discusión sobre el presupuesto, sino que quedaba a la buena voluntad de las donaciones y las cooperadoras. Esto significa que, al igual que en el período anterior, la inversión en salud dependía de las buenas voluntades y no de una planificación verdaderamente racional de la economía que incluyera al sistema de salud.
Directamente ligado con lo anterior encontramos el que, a nuestro juicio, es el mayor límite de la política sanitaria de Carrillo. El ministro quería un ejército de médicos funcionarios, trabajadores del Estado, que actuaran en conjunto, superando individualidades. Ahora bien, las guardias de los hospitales estaban cubiertas por médicos que prestaban servicio ad honorem, es decir, gratis. También trabajaban gratis algunos concurrente y parte del plantel médico. Con un plantel de trabajadores y trabajadoras de la salud en situación tan precaria, no es de extrañar que todo el sistema se derrumbara en el mismo lugar en que hoy se derrumba: profesionales que hacen sus primeras prácticas en instancias públicas pero que, una vez conseguido el objetivo de ganar experiencia, migran al sistema privado de lucro. Aún hoy se repite esta situación, con hospitales vaciados, sin personal, sin insumos, con un presupuesto en salud cada vez más bajo.
A nadie sorprende que durante el gobierno del empresario Mauricio Macri esto sea así. Aunque tampoco debería sorprendernos saber que esta situación no es nueva. Pues si el macrismo ha podido avanzar sobre los puestos precarios en salud, entre otros sectores, ha sido por el mismo nivel de precarización laboral de sus trabajadoras y trabajadores y que, como vemos, no es nuevo. Si hay miles de trabajadores precarios tan solo en la provincia de Buenos Aires (se habla de 5000), es porque esos trabajadores fueron contratados durante los gobiernos anteriores en condiciones de precariedad. Programas como Médicos Comunitarios han significado una mejora para la salud de las comunidades, pero eso fue a costa de la contratación precaria de miles de profesionales de la salud. Salarios de hambre de enfermeros y no profesionales, por ejemplo, y jornadas laborales extenuantes se suman a un cuadro crítico de la salud en Argentina, completado con falta de insumos y tecnología médica.
¿La vuelta a Carrillo?
No podemos ser necios y negar la clara mejora que implicó el programa de Carrillo para la salud en Argentina. Por supuesto era y aún hoy es necesario un sistema de salud planificado en todos sus estamentos y con una lógica que supere el reduccionismo biologizante y la perspectiva estrictamente individual, ahistórica de la enfermedad y la salud. Es claramente necesaria una centralización normativa y la unificación de procedimientos. Tampoco se puede negar la necesaria inclusión de la comunidad en las decisiones de salud que intentó llevar adelante el primer ministro de salud. Pero decimos que es fundamental superar a Carrillo. Y a poco de andar, el primer escollo que encontramos en este camino es el sector privado de salud, que se rige por el único afán de lucro empresarial y escapa a toda racionalidad científica.
Los empresarios que viven del padecimiento y la enfermedad de los trabajadores y las clases populares se organizan, dentro de su irracionalidad. Las corporaciones de profesionales que lucran al servicio de sus propios intereses y los laboratorios no pierden el tiempo. Tal vez tengan ciertos momentos de repliegue. Pero tal como sucedió con Carrillo y como sucede hoy con los embates de la Cobertura Universal de Salud o con la contrarreforma en salud mental, las fuerzas de la burguesía que no son enfrentadas vuelven con fuerzas renovadas cada vez que el ciclo lo permite, para continuar incrementando sus ganancias. En este caso, a costa de la salud de millones.
¿El sistema de salud debe esperar una ley favorable o un gobierno amigo? De ninguna manera. Es necesario que las trabajadoras y los trabajadores, profesionales y no profesionales del sistema de salud, se organicen para dar respuesta a la crisis del sistema sanitario. Que sean quienes llevan adelante día a día las tareas de asistir a la población sean quienes decidan qué rumbo deben tomar las planificaciones, las campañas y la distribución de recursos. Que sean los trabajadores y la comunidad quiénes decidan qué sistema de salud es necesario. Todos los trabajadores y las trabajadoras de la salud son capaces, colectivamente, de usar y aprovechar los desarrollos disciplinares, técnicos y científicos en materia de salud, porque son ellos quienes día a día se ocupan de la salud de la comunidad, los que recaban datos para la investigación, los que efectivamente saben cómo curar enfermedades, cómo hacer tareas de prevención y cómo manejar la técnica para que la salud sea practicable. En este cuadro de situación, los únicos prescindibles son los empresarios que lucran desde las empresas prestadoras y desde los laboratorios.
Trabajadoras y trabajadores de salud organizados en sus lugares de trabajo. Que discutan en asambleas, junto a la comunidad de pacientes. Enfrentando decididamente cualquier intento de ganancia a costa de sus horas y sus vidas. Asambleas que discutan políticas sanitarias, presupuesto, condiciones de trabajo y salarios dignos, incorporación de tecnologías e investigación científica. Todo esto se puede realizar y quienes trabajan en salud pública lo hacen cotidianamente, porque son el único sostén del sistema de salud. Trabajadores y trabajadoras que no darán la lucha aislada en un solo sector, porque la salud es el mejor ejemplo de la necesidad de unidad entre trabajadores de distintos sectores: todo el pueblo trabajador -de todos los sectores- es usuario del sistema de salud. Trabajadoras y trabajadores organizados para enfrentar los ataques de la burguesía que busca extender su margen de ganancias.
El primer obstáculo es la presencia del sector privado que avanza o retrocede en materia sanitaria mirando sólo sus propias ganancias. El segundo obstáculo son las políticas digitadas desde el FMI y el Banco Mundial a través de programas de préstamos.
Un sistema público único de salud a nivel nacional, provincial y municipal. Un sistema de producción nacional y pública de medicamentos. Un sistema donde quienes lo llevamos adelante día a día y los que somos usuarios seamos, también, los que tomemos las decisiones.
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