No era un tipo antisocial Ledesma, pero no le gustaba que lo jodan, a lo sumo respondía “buen día”, y bajaba la vista enseguida, con los ojos de vuelta para el diario, sin dar pie a que la charla transcienda de un formal saludo...
Martes 28 de octubre de 2014
Después sonaba el timbre que marcaba el comienzo de otro turno de trabajo, y el viejo Ledesma se levantaba con una fatiga un poco sobre-actuada y se ponía a pasear de acá para allá por la fábrica. Todos sabían que Ledesma no cumplía ninguna función, y que solamente deambulaba, pero el jefe, un tipo joven y altanero, solo esperaba de él el mínimo respeto: que si no trabaja por lo menos lo aparente, sobre todo cuando algún jerarca de la compañía andaba de visita. Este acuerdo de palabra era lo único que había logrado el operario, quien contaba con 63 años de vida y casi 40 de fábrica, y llevaba varios años, presionando con su insistente trabajo a desgano, para lograr lo que tantas veces había pedido: “yo lo que quiero es que me jubilen”. Una vez incluso lloró, pero no convenció a nadie y se sintió patético por una actuación que juzgó infantil y “afeminada”. “Le faltan dos años, dos añitos nomás Ledesma, cuando se quiera acordar ya se va a estar jubilando”.
Esos 2 años se harían rogar, bien lo sabía el viejo Ledesma.
Mientras tanto, la empresa decidió celebrar el lanzamiento de un nuevo automóvil con un importante acto, donde se festejaría el continuo crecimiento de la industria automotriz, empresarios y dirigentes gremiales lucirían sus implantes capilares bajo la lluvia de flashes. Y entre todos ellos, sobresaldría la presencia del principal invitado: el gobernador de la Provincia de Buenos Aires. Y, para completar un cuadro apto para foto de campaña, la empresa seleccionó un grupo de operarios, que darían ese toque popular a la tertulia. Cuando recibió la invitación, el gobernador creyó conveniente, sobre todo para su imagen, ser fotografiado mientras saludaba a los operarios.
Pero el señor gobernador tenía una característica que complicaba esta simple operación política: durante su juventud había sido un reconocido motonauta, quien durante una carrera sufrió un grave accidente, en la que perdió la totalidad de su mano derecha. Ahora usaba una prótesis hecha de titanio y forrada caucho símil piel humana. Si la iluminación favorecía casi que pasaba inadvertida. Por supuesto que tanto el iluminador como su fotógrafo consideraron la idea un despropósito, pero no dijeron nada y se prepararon con mucho optimismo ante un mal presentimiento.
La empresa reunió al grupo de trabajadores seleccionados. Era un grupo de elite hecho de vagos improductivos, gente que sobraba en la producción y cuyos jefes habían sugerido con alivio para la misión. Entre la mayoría, joven y blancuzca, se lucía la cara arrugada y morena de Ledesma. Un jefe debía prepararlos para la obra, habló breve y conciso: “va a venir el gobernador, quiere saludar a algunos de ustedes, van a salir en los diarios, los va a saludar con un beso, no le den la mano, ¿entienden? No le ofrezcan la mano para saludar”.
El acto transcurrió como se esperaba y llegó el final, uno a uno saludaron los soldados, recibiendo besos y palmadas en sus hombros. El gobernador llegó hasta Ledesma y, como era predecible, el operario de 63 años (y casi 40 de fábrica) le tendió inexpresivo su mano. El maquillaje contuvo el sudor, y a la cara rígida del gobernador solo le faltó una gota corriéndole hasta el mentón. Igual era un tipo ducho, y tenía varios aprietes en su historial que lo habían templado en el gran arte de seguir como si nada, y así lo hizo, hasta que las luces se apagaron y volvió a subirse a su helicóptero.
“A vos viejo te cagaría bien a trompadas”, pensó sin decirlo el jefe, trató de olvidarse de todo, pero sus superiores lo citaron ese mismo día, lo responsabilizaron por el hecho y le recordaron lo despedible e indefenso que era. El supervisor transpiró como gobernador sin maquillaje, aunque el asunto no paso a mayores. Y el viejo Ledesma, siguió deambulando por la fábrica, quizás un poco más sonriente que antes.