Las pocas certezas y las muchas dudas que dejaron los resultados de la autopsia al cuerpo de Maldonado. El encubrimiento oficial a Gendarmería y las mil maniobras para culpar a las víctimas de la represión. La violencia contra los mapuches que no acaba.
Domingo 26 de noviembre de 2017 00:00

“Durante años no pudimos hablar de otra cosa. Nuestra conducta diaria, dominada hasta entonces por tantos hábitos lineales, había empezado a girar de golpe en torno de una misma ansiedad común. Nos sorprendían los gallos del amanecer tratando de ordenar las numerosas casualidades encadenadas que habían hecho posible el absurdo, y era evidente que no lo hacíamos por un anhelo de esclarecer misterios, sino porque ninguno de nosotros podía seguir viviendo sin saber con exactitud cuál era el sitio y la misión que le había asignado la fatalidad” (Gabriel García Márquez, Crónica de una muerte anunciada)
Los niveles de ansiedad por saber qué pasó son altos y el caso cobija no pocos misterios. Pero no hay absurdos en la desaparición y muerte de Santiago Maldonado. Hay un crimen de Estado. La primera parte ya está plasmada en el expediente que abunda de pruebas contundentes del enorme esfuerzo del gobierno por encubrir. La nueva etapa presenta el desafío de probar las evidentes circunstancias en que perdió la vida. O se la arrebataron.
El anunciado resultado de la autopsia había precipitado a los acólitos del amarillo globo y el verde oliva a festejar -tal es el ánimo de revancha en las fétidas redes- como si fuera en sí misma una sentencia absolutoria de los gendarmes que aquella mañana del 1° de agosto salieron a cazar mapuches en el territorio recuperado de Cushamen. Algo tan descabellado como volver sobre la teoría del puestero de Benetton que había apuñalado a Maldonado en Epuyén, con la que insistieron por semanas hasta que quedó en evidencia que era una burda maniobra.
Si acaso el cuerpo sin vida de Santiago hubiera hablado a través de los peritajes científicos y forenses habría dicho que lo más importante es que murió producto de la hipotermia, se ahogó en un proceso en el cual el cansancio, el frío y la desesperación debilitaron su corazón hasta que dejó de latir. “Ese lapso ubica a Santiago y a los gendarmes que había llegado a reprimir hasta la orilla del río en tiempo y espacio”, comentó uno de los investigadores. Del relato de quienes ya dieron testimonio surge que coincidieron en espacio y tiempo. Habrá que ir por más.
Si bien hubo coincidencia respecto a que el cuerpo estuvo en el agua más de dos meses, no fue posible establecer la data de muerte porque la misma varía según se aplique una u otra tabla de referencia para realizar el cálculo. Otra decepción para quienes insistían en que la autopsia cerraba el caso.
Fue muy clara la abogada de la familia Maldonado, Verónica Heredia, al destacar una ventana que queda abierta. “Permaneció sumergido en el mismo hábitat, es decir en el mismo río Chubut, esto no necesariamente significa que murió en el mismo lugar donde se lo encontró”, dijo la letrada, en coincidencia con Sergio Maldonado, que afirma tener aún más dudas. La autopsia determinó que no hay evidencias de que haya estado fuera del agua, ni hay rastros de violencia física. Los expertos consultados por esta periodista opinaron que, si acaso fue movido del lugar, hizo falta una infraestructura e intervención especializada, de alto grado de sofisticación.
Volvamos al 17 de octubre, momento del hallazgo del cuerpo y punto cero de la propia autopsia, que no fue ni filmado ni fotografiado, como así tampoco presenciado por alguien de la comunidad o la familia. Durante las horas posteriores el juez Gustavo Lleral no tomó ninguna medida adicional, a pesar de que las voceras mapuches insistían en que ellas viven allí y en ese sitio los días previos no había nada. Es decir, Lleral no consideró la posibilidad de que Maldonado hubiera muerto en otra parte del río que no fuera donde apareció.
Al día siguiente, cuando Sergio Maldonado acudió al Juzgado para pedir la realización de medidas de agrimensura y toma de agua, Lleral respondió que no tenía personal a prueba de piedras mapuches. Cierto es que las hubo el 17, pero ya cuando se retiraban a las 21 y porque aparecieron nada menos que los funcionarios Claudio Avruj (secretario de Derechos Humanos de Macri) y Gonzalo Cané (principal operador del Ministerio de Seguridad dentro del expediente en favor de Gendarmería).
Esto recién empieza
A más de un mes del hallazgo del cuerpo, y ya con los resultados de la autopsia, el magistrado del caso accedió a volver al lugar y anunció que en la causa sigue “la reconstrucción histórica” de los hechos, algo fundamental que nunca se había concretado.
También convocó a los demás testigos mapuches que aún no habían dado su testimonio, y a cuatro mujeres gendarmes, entre ellas la encargada de las filmaciones y las enfermeras. La fuente consultada marcó que en los videos hay un trapo con una cantidad de sangre que es mucho mayor a la que podría producir cualquiera de las heridas superficiales que se vieron en los cuerpos de los uniformados. Acaso Lleral les pregunte al respecto. En cualquier caso, al menos en lo inmediato tampoco se vislumbra que la carátula vaya a cambiar, como anhelan desde la Casa Rosada y los sectores reaccionarios. La abogada Heredia insistió en que siga siendo “desaparición forzada seguida de muerte”.
También especularon los camaristas de la sala I en Comodoro Py al demorar la decisión sobre dónde deberían ser investigadas las responsabilidades políticas, en la causa por encubrimiento que tiene a Mauricio Macri como acusado. Finalmente optaron por enviarla a manos del patagónico juez Guido Otranto, el mismo que protagonizó gran parte de tal encubrimiento, por acción y omisión, dejando inmiscuirse en el expediente a los funcionarios del Ejecutivo, hostigando a los testigos mapuches y no mapuches y, en primer lugar, ordenando el operativo represivo donde murió Maldonado. Algo así como poner al lobo a cuidar a las ovejas.
Una vez más la lógica binaria del oficialismo y sus aliados destila su incontenible regodeo como si el resultado anunciado el viernes implicara que el crimen de Santiago sucedió mientras apreciaba el cielo azul en medio del desierto y se cayó al agua. Si acaso hubiera sido así, ¿cómo explicar el enorme despliegue mediático, judicial y económico en sembrar pistas falsas y operaciones que durante los primeros días buscaron instalar que el tatuador no estuvo donde finalmente apareció? ¿Por qué Gendarmería volvió a aplicar el sistema de inteligencia del nunca desmantelado Proyecto X para espiar los movimientos de la familia Maldonado y de abogados de derechos humanos, en Esquel y en Bariloche? ¿Por qué motivo informaron en primer lugar que habían actuado siete gendarmes cuando habían sido más de cincuenta? ¿Cómo es que primó un reglamento para amparar el lavado de las camionetas al mismo tiempo que la CIDH y la ONU se pronunciaban con cautelares por la desaparición forzada de Santiago?
Si los gendarmes no tenían nada que ocultar, ¿para que acudió Daniel Barberis, director de Violencia Institucional del Ministerio de Seguridad los primeros días a Esquel a interrogarlos, cuando en realidad sondeó posibles quiebres a la vez que los preparó porque estaban “todos en el mismo barco”? ¿Necesitaban esos “sumarios internos” para decretar que no hubo violencia institucional, tal como afirmó Bullrich en el Senado el 16 de agosto y luego volcarlos en las testimoniales dictadas ante el juez Otranto? ¿Por qué a la luz de los audios de los aparatos de comunicación surgen decenas de contradicciones en sus relatos?
Aunque los cuerpos no hablan, el de Santiago ya dijo lo que sabía. Los mapuches, que fueron también víctimas de persecución y hostigamiento antes, durante y después, hicieron su aporte y lo seguirán haciendo. Quienes aún no fueron interrogados son precisamente los que llevan uniforme y armas.
Los gendarmes tuvieron luz verde política, con la presencia del jefe de Gabinete del Ministerio de Seguridad Pablo Noceti en el lugar de los hechos, para avanzar sobre la Lof con un operativo que buscaba completar el encarcelamiento de los miembros de esa comunidad, nueve de los cuales ya estaban detenidos en Bariloche por haberse manifestado por la libertad de su lonko Facundo Jones Huala. Santiago estaba encapuchado y probablemente hayan pensado que era uno de esos “negros” que había que cazar.
Su muerte fue violenta, tal como consta en la autopsia. Pero esa pericia no determina las circunstancias en que sucedió, esto es, si se trató de un suicidio, un accidente o un homicidio. Cuando su hermano mayor Sergio dice que Santiago -que vivía desde abril en El Bolsón, adhería a la lucha por las tierras de los pueblos originarios y se solidarizaba con las causas de cada lugar por donde viajaba- no estaba haciendo turismo deja abiertas otras ventanas: lo empujaron, cayó mientras escapaba y no lo ayudaron, hubo forcejeo y no dejó rastros.
El periodista Juan Alonso detectó que la última foto de Maldonado con vida (tomada por los propios represores y difundida el 18 de octubre por el presidente del Cels Horacio Verbitsky en Página|12) es de las 11,32 de la mañana de ese martes. La imagen lo registra a Santiago en la casilla de guardia de la Pu Lof en medio de la avanzada represiva. Seis minutos más tarde, a las 11.38, los gendarmes llegaban al río, allí donde los mapuches lo vieron por última vez tratando de cruzar a la otra orilla junto a ellos para salvarse de los disparos, que ya en otras oportunidades habían sido de balas de plomo.
Los gendarmes tuvieron mucho tiempo hasta que se retiraron del predio, cerca de las cinco y media de la tarde. Allí, en la tranquera, estaban Julio Saquero y Mabel Sánchez, de la APDH de la región. “Ailinco Pilquiman vino a buscar alimentos pero no podía hablar, estaba custodiada, se ve claramente en los videos. También nos preocupó ver a un sanitarista, con su mochila de la Cruz Roja, vimos una enorme humareda, cargaban cosas en camiones, habían devastado la comunidad, ropa tirada por todos lados, colchones tajeados, todo el predio regado con las pertenencias de los mapuches, llegó Fernando Machado y su ayudante Sabino a tomar declaraciones a las mujeres, que estaban muy alteradas. Así empiezan a llegar los que se habían escapado junto a un fogón, que estaban del otro lado del río. Ya estaba oscureciendo, y uno de ellos repetía muy enojado que llevaron al Brujo. Me quedé con eso, hay un desaparecido, vamos a salir a buscarlo decían unos, otros decían que se lo llevó Gendarmería”, recordó en una entrevista con Página|12 Saquero, un militante de derechos humanos cuya impresionante historia de vida es parte del documental “La Fraternidad del Desierto”, de Iair Kon, recientemente estrenado. Saquero estuvo en todos y cada uno de los rastrillajes y procedimientos del caso.
Si acaso hay una evidencia contundente de todas esas circunstancias que rodean la muerte de Santiago Maldonado es el brutal allanamiento que encabezó el juez Otranto el 18 de septiembre, cuando en lugar de tomar declaración a dos testigos mapuches que había citado avanzó con 400 policías del GEOP y arrasó con todo en Cushamen y en Vuelta del Río, mantuvo a los miembros de la comunidad en el piso doce horas con las manos precintadas al tiempo que los acusaba de terroristas. Entre ellos estaba el testigo Matías Santana.
Luego de que un grupo de mapuches tomara su juzgado para exigir su renuncia, el magistrado le dijo a la activista Moira Millán que había ordenado los operativos porque ellos eran todos “sospechosos de tener escondido a Maldonado”.
El 18 al anochecer, cuando ya se habían retirado el juez y sus secretarios, Ailinco Pilquiman y Nicolás Hernández volvían a pie desde el juzgado donde no los habían atendido. “Se fue el juez y nos quedamos hasta que liberaran a todos, en ese momento llegó el grupo de la montaña, del medio del bosque aparece uno a caballo con el poncho, en ese momento el jefe del GEOP dice ‘prepárense, línea de fuego y disparen’. El joven venía desarmado, con los brazos levantados, a ver a sus compañeros, corrimos y nos pusimos en el medio y le dijimos andate porque te van a balear. Había otros policías del otro lado del río, con miras telescópicas de más de mil metros, y estaban dispuestos a disparar. Al rato por la vera del río llega una chica y le dicen ‘no te acerques porque te bajamos’. Era Ailinco con los demás testigos que habíamos dejado en Leleque antes que suspendiera Otranto la audiencia. Volvían a la Pu Lof y casi son baleados”.
Estas son las “circunstancias” que padecen los mapuches desde hace décadas, con un exponencial incremento de la violencia y el accionar ahora desbocado de las fuerzas de seguridad al mando del macrismo, y con el apoyo siempre dispuesto de los grupos armados de los terratenientes locales.
Mientras se escribía este artículo una nueva muerte mapuche a manos de las fuerzas estatales estallaba en las pantallas. Se llamaba Rafael Nahuel, tenía sólo 22 años y fue asesinado en una nueva represión al pueblo mapuche, esta vez en Bariloche.
Las circunstancias de la muerte de Maldonado no son ajenas a la coordinación que establecieron los funcionarios nacionales y provinciales, junto a Gendarmería, Policía Federal y de Seguridad Aeroportuaria, en la reunión de Bariloche donde definieron avanzar invocando “flagrancia” contra el enemigo interno, invocando a la radicalizada RAM (Resistencia Ancestral Mapuche). Las circunstancias en que Santiago murió exceden largamente la inconcebible hipótesis de un accidente. “Los vamos a detener a todos”, había dicho Noceti por radio. En eso estaban los gendarmes el 1 de agosto y Maldonado perdió la vida escapando de ellos.