Nació en Arabia Saudita, se llama Sarahah, honestidad en árabe. Permite algo muy sencillo: enviar mensajes anónimos sin que el que lo reciba pueda responder.
La Izquierda Diario México @LaIzqDiarioMX
Miércoles 9 de agosto de 2017 22:59
Nació en Arabia Saudita, se llama Sarahah, honestidad en árabe. Permite algo muy sencillo: enviar mensajes anónimos sin que el que lo reciba pueda responder.
Más de 4 millones de usuarios, al menos en Estados Unidos, descargaron la aplicación. Superó en julio las descargas de Netflix, Facebook, Whatsapp. Está disponible para Android e iOS.
Su éxito es muy simple. A veces queremos decirle algo a alguna persona que conocemos pero no nos atrevemos: buenos o malos comentarios.
El ingrediente del éxito de esta aplicación es el anonimato. Todos podríamos estar interesados en saber que dirían nuestros conocidos de nosotros mismos de forma anónima y, por lo tanto, sin consecuencias.
Hoy en la nube de la red hay más de 300 millones de mensajes, según le dijo Zain al-Abidin Tawfiq, el creador, a la BBC y es que puedes comentar en el perfil de alguien sin si quiera estar registrado. Aparentemente se trata de recibir mensajes propositivos para “ descubrir tus fortalezas en áreas de mejora mediante la recepción de impresiones de empleados y amigos de una manera privada”. Hoy se discute si es un arma para el cyberbulling o para el sexting.
En medio de una sociedad con fuertes tendencias individualistas y frívolas, Sarahah puede servir para regodearnos en el cyberespacio: destruir a quienes siempre quisimos decirle lo mal que nos caía o alabar a quienes siempre quisimos.
Pero, más allá de su creciente utilización para atacar anonimamente a otras personas, hay que decir que el origen de la aplicación está en el miedo a las represalias en los lugares de trabajo
La aplicación nació para que los empleados en una empresa pudieran decir anónimamente a sus patrones o jefes lo que nos les gustaba de su jornada. Zain al-Abidin Tawfiq, su creador, explicó que Sarahah nació para que los empleados pudieran decir lo que quisieran a sus jefes pero sin que ellos supieran quien fue.
Se entiende y no deja de ser interesante. ¿Cuantas veces quisiste decir a tu jefe que no es justo ganar menos del mínimo por 8 horas de trabajo? ¿Recuerdas cuanto quisiste decirle a tu jefe que quieres vacaciones por trabajar sin descanso durante años?
¿Alguna ocasión te dieron ganas de decirle a tu jefe que no es justo que te grite? ¿Cuantas veces tu patrón no te dejo ir al médico pues se “pierde la productividad”? ¿Te pagaron las horas extras? ¿Cuantas veces no quisiste salir corriendo de la oficina, almacén o fábrica luego de romperle la cabeza a ese patrón o jefe que siempre te obliga a quedarte más tiempo de lo necesario?
¿Por qué no lo hiciste?
Adivinamos: por miedo a que te despidan, a que no te renueven el contrato, a que el jefe se desquite contigo y te ponga un castigo, te cambie de área, sucursal o fábrica. A lo mejor te descuenta el salario, te quita prestaciones, te grita y te humilla frente a tus compañeros. ¿Y si te despide por reclamar lo justo? ¿Quien pagará la renta, el gas, la luz?
Ese miedo podría perderse con la organización, pues en el fondo sin los trabajadores no se mueve un tren, no brilla un foco, no gira un ventilador: sin los trabajadores el mundo no despierta.
Marx llamó a la necesidad de la confianza entre los trabajadores como la conciencia en si, ese momento en el que los trabajadores comienzan a defender sus derechos y a tomar conciencia que al ser la mayoría de la humanidad su fuerza es indestructible. Vaya que los trabajadores “somos la sal de la tierra.” Organizados es díficil que los patrones puedan seguir imponiendo sus condiciones.