Unas breves líneas para despedir a un compañero de lucha, Enrique Fukman.
Jueves 14 de julio de 2016
Fotografía:Eli Baez/Enfoque Rojo
Es difícil despedirte. No fuimos amigos, teníamos posiciones políticas y trayectorias militantes distintas. Vos tan montonero y yo tan trosko. Pero con una historia en común.
Los genocidas nos secuestraron-desaparecieron y posteriormente eso nos permitió reconocernos en la lucha, sin dejarnos encandilar por lucecitas de colores en la lucha contra la impunidad de ayer, pero también en la de hoy. Eso también hacía que nuestras historias fueran en común.
Todos los gobiernos trataron de cooptar a los luchadores, familiares y víctimas del genocidio. Vaya si lo lograron, sobre todo en la última década. Pero vos, yo y cientos de miles no compramos lucecitas de colores y seguimos luchando.
Eso se demostró. Si bien nos veíamos poco, siempre nuestros encuentros eran en los lugares de lucha, donde había que estar. En las inmensas movilizaciones por meter en cana a los milicos y en las luchas obreras donde, todas las veces que tu laburo lo permitía, también le ponías el cuerpo.
Estuviste junto a los trabajadores de Lear, sin temer a las balas de la Gendarmería. Jamás me negaste tu firma, ni la de la Asociación Ex Detenidos Desaparecidos, para los petitorios por reivindicaciones de los laburantes. Muchas veces estabas a centenares de kilómetros de distancia y me decías "leeme el petitorio" y al toque dabas el ok.
Recuerdo la charla más larga que tuvimos. Fue en Formosa, en una marcha junto a los compañeros qom que me demostró tu honestidad intelectual cuando reconocías los aportes que hacíamos desde el CeProDH. Seguramente también tuviste miserias humanas como todos.
Me dieron ganas de despedirte, de militante a militante, por haber salido de los campos de concentración para seguir luchando por la memoria de los 30.000 compañeros desaparecidos.
Es en este sentido que creo que dejás un agujero grande en momentos en que este gobierno empieza a intentar dar pasos para cambiar la historia y borrar el genocidio de la memoria colectiva.
Como me decía ayer Elia Espen por teléfono, "se mueren ustedes y los hijos de puta de los milicos no. Ojalá no se mueran, sino que se pudran en la cárcel". Tenemos que redoblar el esfuerzo para lograrlo.
Me despido con mucha tristeza. Seguramente hoy va a ser difícil contener los lagrimones. Pero con la convicción de que fuiste un referente de los que "no olvidamos, no perdonamos y no nos reconciliamos".
Hasta la victoria siempre, Cachito.