La sequía en el sur de Europa amenaza con reducir la producción agrícola en Italia y España. La desertificación como tendencia en el mediterráneo.
Miércoles 16 de agosto de 2017 19:54
El aumento de las temperaturas, el cambio de regímenes de sequías e inundaciones y su profundización en el mediano plazo es lo que amenaza la viabilidad de la agricultura y la civilización tal como la conocemos. Muchos científicos predicen que las olas de calor y la falta de precipitaciones como las de este año serán cada vez más frecuentes en todo el mundo a causa de la quema masiva de combustibles fósiles.
A causa de este cambio climático, el sur de Europa corre serio peligro de convertirse en un desierto según los escenarios de mediano plazo previstos por especialistas. La sequía que azota el sur europeo amenaza en lo inmediato con reducir la producción de cereales en Italia y partes de España a su nivel más bajo, en al menos 20 años y afectó a otros cultivos regionales, incluyendo aceitunas y almendras, entre otros.
Según datos oficiales, la primavera boreal del 2017 ha sido una de las más calurosas de las que se hayan tenido registro. Las olas de calor y su duración sitúan a España entre los diez países más cálidos del mundo. Lo dice una investigación publicada esta semana en la revista especializada Environmental Health Perspectives, en la que un grupo de científicos (en colaboración con el CSIC) ha estudiado los 18 países donde las olas de calor son más comunes. Para llegar a esta conclusión, han analizado su evolución entre 1972 y 2012.
Ubicación de las comunidades de estudio y días anuales de las olas de calor. La ola de calor fue definida por la temperatura media diaria ≥ 95º percentil de temperatura con duración ≥ 2 d.
En el Estado Español, el 14 de julio el termómetro marcó 46 °C. La racha de calor, sumada a la falta de lluvias, causará pérdidas de cosechas de cereales que podrían alcanzar al 60 % y 70%. También se pronostica pérdidas para los campos de olivos, con una caída del 50 al 60 %, mientras que se perderá un 23 % de la producción de almendras.
Mientras tanto, en Italia la sequía afecta a toda la zona de la llanura del río Po, de la que depende el 35 % de la producción agrícola nacional, afectando el cultivo de maíz y forraje que sirve de alimento a 650 mil cabezas de ganado lechero. En la región de Toscana se perdió ya el 50 % de la cosecha de trigo.
Otra consecuencia de la devastadora sequía que afecta a Italia ha sido el cierre de las fuentes de la capital, Roma, y la amenaza de cortes de agua para 1,5 millones de viviendas en esta ciudad italiana. Sin embargo, la ausencia de lluvia -la más prolongada en 200 años según reconocen las propias autoridades italianas- está pasando factura no sólo a la capital sino a toda la economía.
Un total de 10 regiones italianas se preparan para solicitar el estado de calamidad natural debido a la falta de agua y a la brutal plaga de los incendios, en un desastre sin precedentes que ya ha empezado a cuantificarse. La asociación de agricultores Coldiretti anuncia que los daños podrían superar, al día de hoy, los 2.000 millones de euros.
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La humanidad en la encrucijada
Este exceso de energía proveniente del sol es resultado del efecto invernadero: el calor no logra disiparse hacia el espacio exterior como lo hacía antes, ya que mientras más CO2 haya en el aire, más lo acumula.
Desde la revolución industrial se aumentó un 43 % la cantidad de CO2 en la atmósfera. El crecimiento exponencial de estas emisiones está ligado a la necesidad de crecimiento y revalorización constante del capital, crecimiento motorizado por máquinas alimentadas por leña, carbón, petróleo y gas, llegando a representar tan solo en 2016 unas 35 gigatoneladas, una cantidad que representa 35 veces más que lo emitido por la totalidad de la erupciones volcánicas anuales. Esta cantidad creciente de CO2 no puede ser absorbida por la decreciente masa de bosques y selvas, ni por el océano que al asimilarlo se acidifica cada vez más, afectando la vida allí.
Emisiones de CO2 en gigatoneladas a partir de combustibles fósiles y de origen volcánico. Fuente: Burton y otros (2013).
El incesante crecimiento y revalorización constante del capital tiene límites naturales, que al ser traspasados afectan la regeneración de la biósfera, afectando hasta su propia existencia. Esto convierte al cambio climático en el mayor crimen social (y natural) que haya perpetrado el capital. A medida que nos adentremos más en el siglo de la transición climática, se hará más evidente que los capitalistas, como clase dominante, son el primer obstáculo a remover por los explotados y oprimidos, no solo para establecer un modelo civilizatorio sustentable social y ambientalmente, sino aún para la propia supervivencia tanto de la humanidad como de las demás especies.
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