El video que circula desde el miércoles en varios medios provinciales y nacionales, y su viralización por las redes sociales, muestra a una profesora de uno de los colegios secundarios de la Universidad de Cuyo, filmada por sus estudiantes cuando reacciona “desbordada” ante el desinterés de los chicos en su clase.
Viernes 26 de junio de 2015 18:13
El debate no tardó en aparecer y hacer arder los teclados y las pantallas. Casi simultáneamente a la viralización del video afloraron en la prensa local títulos como “Aulas violentas”, “Pedagogías salvajes”, “Docentes al límite”. Parecía estar engrosándose ese largo historial de campañas que demonizan a los trabajadores de la educación y que supo contar con un hito hace un par de años cuando la presidenta Cristina dijo, un 1ero de marzo ante el Congreso de la Nación, que trabajamos 4 horas por día y que tenemos 3 meses de vacaciones. En fin, todo parecía indicar que el fuego ardería con más intensidad y en nuestros pies. Sin embargo, la “sorpresa” fue que los comentarios a las notas de madres, padres, lectores y –un poco más previsiblemente- de los docentes, mayoritariamente defendían a la profesora. No alcanzaron las notas de opinión sosteniendo la injustificación de una reacción desbordada o asemejándola al personaje “Bombita” de Relatos Salvajes, criticando la empatía que despertó en las redes sociales al igual que el personaje de Darín, o haciendo apología del “autocrontrol” del que debería haber hecho gala la profesora.
Los editorialistas no salían de su asombro. Es que la “comunidad” es plenamente consciente de la crisis por la que atraviesa la escuela pública, de la cual el video en cuestión es sólo muestra de una de sus aristas.
Quizás el único mérito que tiene el video es volver a poner en debate a la escuela pública fuera de los ámbitos escolares. Distorsionada y contradictoriamente, ya que desdibuja lo que debería ser noticia, corre el eje, desvía el contenido real que se esconde tras un video “aislado”. Entonces ¿Qué hay detrás de ese recorte? El antes como el después no son noticia ni materia de discusión. Hace años que la educación pública atraviesa conflictos que pasan desapercibidos por los grandes medios de comunicación. Esta noticia pareciera ser la excusa para poner sobre el tapete un debate profundo sobre el sistema educativo que, lamentablemente, continúa sin dar el presente.
¿Caso aislado? ¿Crisis individuales?
Tanto los trabajadores de la educación como los estudiantes somos parte y por ello víctimas también, de un sistema educativo en crisis. A la lógica del enfrentamiento cruzado entre docentes, estudiantes y padres debe atacársele por el mismo costado. Una profesora desbordada no es ni más ni menos que la expresión de un sistema descompuesto que somete a los docentes a trabajar en condiciones de precariedad, con salarios que en la mayoría de los casos no llegan a cubrir la canasta familiar. Un sistema educativo en el que está “legitimado” el extenuante y antipedagógico doble turno para poder llegar a fin de mes. Un sistema educativo que carece de presupuesto para material didáctico, para bibliotecas y talleres equipados, donde las aulas que deben albergar a 32, 33, 34 estudiantes o más, pasan años sin pintar, sin estufas, con vidrios rotos, con tubos quemados.
El mismo Estado que a través de la DGE “nos garantiza” estas condiciones laborales, nos obliga a agachar la cabeza y seguir, y seguir y seguir hasta que explotemos o, en el mejor de los casos, nos acostumbremos. Ahora, esto es sólo una parte de la discusión. ¿La crisis de la escuela pública es sólo una cuestión “intramuros”? A la respuesta negativa -obvia para algunos y no tanto para otros- deberíamos agregar un análisis de la escuela como caja de resonancia de las contradicciones sociales, en la que hay una imposibilidad manifiesta de cerrarle el paso –en el inverosímil caso de que sirviera para algo- a la realidad de nuestros estudiantes y sus familias.
A la pedagogía de libro se le enfrentan las condiciones reales: el aprendizaje está atravesado por el contexto social en el que se educa. En aquellas escuelas “prestigiosas”, como podrían ser los colegios preuniversitarios, un estudiante que se duerme puede ser la expresión de una clase poco entusiasmante, o del desinterés al no encontrarle “sentido” a su permanencia en la escuela. La rabia de la profesora, la conclusión de un sistema que no funciona, que no motiva, que no educa. Ahora bien, en otros contextos, en los barrios populares y humildes donde asisten miles de hijos de trabajadores, un estudiante que se duerme manifiesta quizás una mala alimentación crónica o el cansancio por haber trabajado toda la noche, ayudando a sus familias, en ferias ambulantes, en ladrilleras, etc.
Y los trabajadores de la educación estamos ahí. Frente a 30, 31, 32, 33 chicos. Con nuestros saberes, algunos de los libros, la mayoría de la práctica. Con sueldos magros y cuidándonos de no enfermarnos porque se viene el descuento. Estamos ahí, frente a una treintena de chicos y frente a toda una sociedad que espera de nosotros, que nos pone bajo la lupa, que nos exige. Frente a chicos que quieren aprender a “hablar bien”, a “escribir bien” para redactar una nota de su papá a su empleador, para hacer un currículum vitae, para entender las noticias. Frente a chicos que van también a reforzar con el refrigerio la alimentación que reciben en casa. Frente a chicos que no quieren estar ahí. Frente a chicos que han sido maltratados, humillados, abusados la noche anterior. Frente a chicos que vienen de trabajar en bares, en call centers, lavando autos. Frente a chicos y chicas que al otro día no vuelven, porque los secuestraron redes de trata como les pasó a las maestras de séptimo grado de Johana Chacón en Lavalle. Y en este contexto, señores, a enseñar, porque después de todo “ustedes eligieron este trabajo”, “ustedes eligieron esta escuela”, como se suele escuchar desde la DGE y lamentablemente repetir a un extenso coro de supervisoras. Como si las decisiones individuales fueran tales en este sistema.
Podríamos mencionar una infinidad de situaciones en las cuales los trabajadores de la educación “ponemos el cuerpo”, como por ejemplo cuando somos blanco del enojo de los padres por alguna nota… Ante lo cual, la experiencia indica que la salida no es cortoplacista, ni instantánea; ni mucho menos represiva: la presencia de policías en las escuelas sólo acentúa la estigmatización y agrava el problema.
¿Cuál es la salida?
El primer paso, como decíamos, pareciera ser tomar conciencia de la escuela como una gran caja de resonancia de las contradicciones sociales, lo cual supone la necesidad de dar peleas que empiecen en el ámbito educativo pero que lo trasciendan claramente. Quienes escribimos esto formamos parte de la Corriente Nacional de Trabajadores de la Educación “9 de Abril”, vivimos la realidad de las escuelas en zonas postergadas de Godoy Cruz y Las Heras y participamos de las asambleas y acciones que se hicieron el año pasado organizadas junto al SUTE GC junto a las escuelas de la zona Este del departamento, producto de varias situaciones “emergentes”.
Hermanadas con el conjunto de los trabajadores de la educación, sostenemos que la defensa de la escuela pública –tarea del conjunto de los actores sociales de la comunidad educativa pero no privativa de ellos- debe estar ligada al cuestionamiento de un status quo que reproduce condiciones alarmantes de desigualdad social. Es difícil enseñar los derechos consagrados en la Constitución Nacional, cuando la mitad de los trabajadores recibe ingresos igual o menores a $5500.
Tanto trabajadores de la educación, como estudiantes tenemos que unirnos en defensa de la educación pública. La organización sin enfrentamientos de todos los que formamos parte del sistema educativo debería primar ante un Estado que divide y busca crear enemigos donde no los hay.
Necesitamos organizarnos
Planteamos junto al SUTE Godoy Cruz la necesidad de la convocatoria urgente a un Congreso Pedagógico Provincial con delegados de base mandatados en sus escuelas, con la participación de estudiantes y comunidades educativas de cada escuela, para tratar todos los temas concernientes a la educación pública: presupuesto, condiciones laborales, creación de escuelas, currículum, etc. Como primer avance para ser protagonistas en la discusión de la educación y no meros convidados de piedra, rol que intentaron asignarnos desde el gobierno provincial en el debate de la “nueva” ley de educación.
Tomar conciencia, organizarnos, discutir, debatir, plantear, discernir, meternos, no aguantar ni bajar la cabeza parecen ser los primeros pasos para empezar a transformar esta realidad. Hace 100 años contamos con una herramienta fundamental para dar estos pasos, nuestro SUTE provincial, hoy momentáneamente colonizado por el gobierno. Recuperarlo es también una tarea de la primera hora. Para que discutamos el conjunto de la escuela pública, no solo la “emergente” reacción de una profesora, que, que no es casual ni aislada, como tampoco son aisladas ni casuales las condiciones educativas y sociales cada vez más graves para las mayorías trabajadoras, en las cuales debemos desarrollar nuestra tarea.