Manuel Torres González, periodista independiente asesinado en Poza Rica, Veracruz, fue el último caso de una larga cadena de violencia contra el periodismo crítico.
Martes 7 de junio de 2016
Torres González había trabajado como reportero local de TV Azteca y había colaborado también con Noreste. Había creado un portal de noticias independiente: Noticias MT. Allí había dado cobertura, entre otros temas, a protestas de trabajadores de Pemex así como a pobladores que sufrían desabasto de agua en Poza Rica.
Rubén Espinosa, el periodista que huyó de Veracruz ante las amenazas del gobernador Javier Duarte y sus funcionarios, halló la muerte en la Ciudad de México. Su asesinato, así como los feminicidios de las cuatro mujeres que estaban en el departamento de la colonia Narvarte, sigue impune. En el día de hoy, en el NewMuseum, fue homenajeado junto a otros 19 periodistas que murieron por el ejercicio del periodismo.
De acuerdo con el reporte de Freedom House 2016, “Al menos cuatro periodistas fueron asesinados en 2015, y tres más murieron, muy probablemente en relación con su trabajo en sólo los dos primeros meses de 2016. Muchos han muerto en los estados donde el crimen organizado tiene gran injerencia, como Veracruz y Oaxaca.
En Veracruz, al menos 12 periodistas han sido asesinados desde que el gobernador Javier Duarte de Ochoa asumió el cargo en 2010, según el CPJ. Sin embargo, hay indicios de que la violencia se está extendiendo: en julio de 2015, el fotógrafo Rubén Espinosa, que había huido de Veracruz el mes anterior, fue encontrado torturado y asesinado en la Ciudad de México, que antes se consideraban un refugio seguro. En otro fenómeno perturbador, las mujeres periodistas que son atacadas con frecuencia sufren violencia sexual, y las autoridades a menudo son reacias a aceptar que los ataques o amenazas contra periodistas mujeres son en realidad relacionados con su trabajo.”
También en 2015 sacudió ampliamente la noticia del despido de Carmen Aristegui y su equipo de MVS. Indignó, porque fue la respuesta del gobierno y las corporaciones mediáticas a la investigación sobre la casa blanca de Angélica Rivera. Fue censura, para tapar un escándalo que era a todas luces inocultable y una de las causas de la baja popularidad del presidente Enrique Peña Nieto.
La violencia contra los periodistas no se desata contra cualquiera: por ejemplo, no representa ninguna amenaza contra López Dóriga, el vocero no oficial de los gobiernos de turno por tantos sexenios.
Amenazas, censura, despidos, desapariciones y asesinatos se descargan contra el periodismo crítico, contra quienes develan negocios ocultos, corrupción o denuncian.
Están los periodistas a sueldo del gran capital, que luego de las masacres como la de Tlatelolco dicen “Es un día soleado”, como Jacobo Zabludovsky, mentor de López Dóriga, y están los demás. Los que están amarrados a la cadena nefasta de formación de opinión pública por salarios magros, que son trabajadores de la prensa. O los que han roto relaciones laborales con los grandes medios masivos de comunicación y hacen periodismo independiente, como Rubén Espinosa.
La difícil situación que enfrenta el periodismo crítico –y su determinación en existir, a pesar de todo– constituye una expresión más de las patas cortas de esta “democracia” de los ricos y los poderosos.