La autora afrontó una dura experiencia, donde el cuerpo puso en cuestión la vida. Luchó contra todo en un proceso permanente, “como la Revolución”. Y ahora, “con vivir ya no me alcanza... Adaptarme sería como morir”.
Martes 23 de febrero de 2016
Llegan estos momentos como si fueran nuevos cada vez, como si no aprendiera a afrontarlos un poco mejor.
Me lleno de miedo y de incertidumbre. Mi cabeza se llena de imágenes, de recuerdos no muy lejanos en donde, de un momento a otro, me cambió la vida.
Como si todo se nublase y no pudieras ver más allá de tu nariz, un mareo negro y una vibración en el cuerpo que sube y baja.
Los recuerdos se amontonan y, sin un orden cronológico, saltan a mis ojos reproduciendo junto con la imagen el recuerdo profundo de sentimientos y sensaciones que no me voy a poder olvidar nunca.
Como si fueran escalones, voy subiendo de a poco, y a través de cada recuerdo consigo llegar a una realidad que no es la de ayer. Entonces me pregunto cómo llegue acá. Y las respuestas están en todo este proceso que vivo cada día y que es permanente, como la Revolución.
Recuerdo encontrarme con mi cuerpo desnudo con una cicatriz surcándome el pecho y dejando un valle descubierto junto a mi único pecho. Era algo a lo que no me podía acostumbrar fácilmente.
Observarme y no reconocerme, como despertarse en el cuento de Kafka.
Las cosas se fueron poniendo peor cuando un día en la ducha se me cayó el pelo de a montones. Parecía que nada lo retenía. Y aunque yo intentaba contener su caída agarrándolos con mis manos, era una tarea perdida. Entonces los dejaba ir con el chorro de agua.
Para el final del baño había quedado pelada, casi no pude verme en el espejo por el vapor. Me puse un pañuelo y seguí.
La transformación no solo física sino psicológica es muy abrupta. Mirarte en el espejo y no encontrarte ni reconocerte por ningún lado, esconderte de esa imagen ante vos y el resto que te miran como a un enfermo.
Yo no era solo eso, no era solo un cáncer de mama. Y fue así que empecé a percibirme y aceptarme con esa transformación transitoria, a dejar desorbitados a los ojos de la gente mostrándome pelada como si fuese una decisión. Es que era una decisión, yo había decidido vivir.
La incertidumbre es parte de todo esto. Es contradictorio creer en un sistema de salud que se enriquece de los tratamientos a largo plazo, sin garantía de nada, y que son tan invasivos que parecen matarte lentamente. Es muy complejo.
Me costó mucho tomar la decisión de hacerme quimioterapia, radioterapia y hormonoterapia, todo un combo de destrucción total. Nunca estuve segura de que esa era la salida a la enfermedad. Incluso actualmente dudo constantemente que eso me cure.
Entonces la pregunta insistente y que te toma desprevenida en cualquier momento indagando: ¿Para qué, entonces, hacer todo este tratamiento?
La perspectiva de militancia que le di a mi vida es lo que me da ganas de pelear en cada batalla y vivir para luchar en una pelea mucho más ambiciosa, la Revolución obrera y socialista.
Entonces, con vivir ya no me alcanza. Si me quedo en esta vida es para cambiarla de raíz. Porque adaptarme sería como morir.