Empleos precarizados con bajos salarios, sin contratos, ni prestaciones sociales, representan ya el 40 por ciento en el mercado laboral. Las empresas descargaron el peso de la crisis en los hombros de los jóvenes.
Martes 10 de noviembre de 2020
Foto: Flcikr
El mundo laboral para los jóvenes recién egresados de la universidad en Japón es muy competitivo, por eso Yoshiaki Nohara decidió migrar a los Estados Unidos para continuar su carrera de periodismo. Regresó a su país para documentar a una “generación perdida” que no tiene acceso a trabajos estables o seguridad social, y se relaciona con un fenómeno denominado hikikomori.
La reportera migró a América tras salir de la universidad en el año 2000, cuando ya había pasado una década desde el estallido de la burbuja financiera de Japón y las empresas optaron por proteger a los trabajadores más antiguos y detuvieron las contrataciones. Se trató de una “era de hielo laboral”.
Yoshiaki Nohara seguía desde Estados Unidos las noticias sobre la “generación perdida”. Se trata de universitarias y universitarios con perspectivas laborales limitadas, muchos de los cuales no pudieron casarse ni tener hijos. En 2015 se contabilizaron 3.4 millones de nipones de entre 30 y 40 años que vivían solteros y en casa de sus padres.
En 2019 Nohara buscó a uno de los sectores más afectados por el estancamiento de trabajos, son los llamados hikikomori. Se estima que hay 613 mil de mediana edad, aunque se trata de un término usado para describir a los adolescentes que viven enclaustrados en sus habitaciones. Entre los que tenían más de 40 años, uno de cada tres, aseguraron en encuestas que su aislamiento era producto de los problemas para obtener trabajo al terminar la escuela.
La vergüenza y estigma social que pesa sobre este sector hizo difícil las entrevistas de la reportera, quien apoyada en una trabajadora social logró tener contacto con algunos hikikomoris que habían superado su aislamiento o estaban en un proceso de hacerlo.
Michinao Kono, uno de los entrevistados, narra por qué decidió tomar las riendas de su vida tras el ataque de 2019 en Kawasaki, donde un hombre de mediana edad asesinó con un cuchillo a dos personas e hirió a una docena de estudiantes para finalmente suicidarse. Para los medios de comunicación, los ataques de este tipo son raros, y se aludió el crimen al “problema 8050”, una categoría para los japoneses de edad media que viven con sus progenitores.
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Kono embonaba perfecto en el perfil, un hombre de 45 años, desempleado que vive con sus padres. Si bien jamás perpetraría un crimen, se dio cuenta que tendría que salir de su aislamiento pues económicamente estaba en un callejón sin salida.
En su juventud, Kono ingresó a la Universidad de Kioto, una con los mayores estándares de selección, por su incapacidad de entablar amistad lo hicieron solitario. En su tercer y cuarto año de carrera su correo electrónico se llenó de convocatorias de reclutamiento para empleo pero, a diferencia de sus compañeros, no participó en el shushoku katsudo (búsqueda de empleo) un ritual donde los universitarios pulcramente vestidos asisten a eventos de reclutamiento y tienen entrevistas grupales.
Kono faltaba a clases, tras ocho años y sin tener los créditos necesarios para graduarse, fue expulsado de la universidad. Así terminó regresando a casa de sus padres.
En medio de la cobertura mediática del ataque de Kawasaki, Kono conoció a una organización no lucrativa que apoya a los recluidos de mediana edad y a sus añosos padres.
Así, Michinao Kono se involucró con el grupo de ayuda, ahora imprime sus tarjetas y llena solicitudes en búsqueda de trabajo. Yoshiaki Nohara escucha al grupo de 10 personas que narran sus historias. Un hombre de 33 años, que se recluyó en casa y dejó inconcluso un posgrado; una mujer de 46 años cuenta que está muy débil para trabajar tras años de encierro; un hombre de 44 años con título universitario no sabe cuánto podrá aguantar en un empleo precarizado repartiendo volantes. Un anciano padre narra cómo su hijo se encerró tras reprobar el examen de ingreso a la universidad hace varios años.
Podría pensarse que la poca capacidad social o de capacidades laborales es producto de este aislamiento, pero ejemplos como el de Yu Takekawa, revelan que se trata de un mercado competitivo y sin crecimiento que precariza las condiciones laborales incluso de los más calificados.
Takekawa es una escritora con maestría en literatura alemana y dos libros publicados, está desempleada desde marzo, sobreviviendo de sus ahorros y de las ayudas estatales. La mujer de 38 años intentó buscar empleo en plena pandemia sin lograr nada.
Desde que salió de la universidad solamente encontró trabajo de editora en una empresa de construcción, recibiendo 30 por ciento menos salario de que sus compañeros y sin posibilidades de ascenso. Buscó suerte en el periodismo, las largas jornadas laborales solamente eran soportadas tomando antidepresivos; dejó el empleo en 2010.
En Japón, para ese entonces sumaban dos décadas perdidas. Las empresas optaron por descargar los costos en los hombros de los nuevos trabajadores, ofreciendo contratos temporales, con menor salario y sin prestaciones. Estos empleos serán los primeros en ser liquidados durante la recesión y los primeros en recuperarse en caso de repunte de la economía. Así se crea un sector de trabajadores precarizados que hoy día representan el 40 por ciento de la fuerza laboral japonesa, y las mujeres fueron el 68 por ciento de este conjunto en 2019, Takekawa una de ellas.
Trabajó en un diario especializado en la construcción por cinco años, con contratos cada seis meses, ganando 1,400 dólares al mes. Aprovechó las ventajas de vivir cerca del trabajo para escribir, y en 2016 ganó un concurso de cuento, y después publicó sus dos novelas. Pero desde marzo, se encuentra sin trabajo, y duda que obtenga la seguridad laboral de generaciones anteriores.
La situación económica de Japón es la peor desde la posguerra, de abril a junio de este año se redujo en tasa anualizada un 28 por ciento. Ante este panorama, grandes empresas como Japan Airlines han dejado de reclutar estudiantes universitarios, mientras la gran mayoría de las empresas medianas harán lo mismo, así lo reportó Cámara de Comercio e Industria de aquél país.
Es una nueva “edad de hielo laboral”
En tanto, Reiko Katsube, trabajadora social de Osaka que acuño el término “problema 8050” para catalogar el fenómeno de los japoneses mayores de 50 años, desempleados y sin vínculos sociales, que viven en casa de sus ancianos padres, llevó a la reportera Yoshiaki Nohara a conocer el trabajo de su organización.
Katsube empezó a trabajar tras el terremoto de Hanshin-Awaji de 1995, para ayudar a las personas mayores que vivían solas tras el desastre natural. Fue donde notó que no era un problema exclusivo de ancianos.
Visitan uno de los proyectos, una tienda fundada hace tres años que cumple un doble propósito, terapéutico y práctico. La clientela son principalmente adultos mayores que necesitan un lugar cercano para abastecerse de víveres y los empleados son personas que están saliendo de su reclusión voluntaria.
Junko, trabajadora de la tienda de 44 años, tenía el sueño de convertirse en una artista de manga con sus estudios universitarios en ilustración, pero tras una serie de trabajos mal pagados y precarios se recluyó en su hogar al cumplir 30 años.
La madre de Junko contactó a la organización en busca de ayuda. Desde hace tres años la mujer trabaja medio tiempo en un lugar donde se siente aceptada.
Como contrapunto, en Japón existe el fenómeno llamado Karōshi, que es la muerte súbita por exceso de trabajo, provocada por la política de trabajo de las empresas donde promueven que el trabajador realice horas extras y evitar tomar vacaciones.
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Así, Japón es un reflejo del capitalismo salvaje en el que mientras unos no tienen trabajo, otros son explotados hasta la muerte.
Los fenómenos vividos en medio oriente se replican en distinta medida y ciertas particularidades en otras partes; en México los crímenes industriales que tiene su referente con Pasta de Conchos, quedan impunes, mientras el fenómeno de precarización y desempleo de los jóvenes, así como la imposibilidad de acceder a la educación, afecta a millones y ha permeado por años a la sociedad.
Fuente: El Financiero