Desde el lunes 12 de septiembre rige en Siria un cese del fuego negociado por Estados Unidos y Rusia hasta el próximo 19 de septiembre, el plazo previsto para avanzar hacia la próxima etapa.
Sábado 17 de septiembre de 2016
Desde el lunes 12 de septiembre rige en Siria un cese del fuego negociado por Estados Unidos y Rusia. Hasta ahora esta débil tregua se sostiene aunque aún restan varios días hasta el próximo 19 de septiembre, el plazo previsto para avanzar hacia la próxima etapa. Pero temprano que tarde este acuerdo puede caerse por el peso de sus propias contradicciones.
Este acuerdo trabajoso es el resultado de 10 meses de idas y vueltas. Es el segundo cese del fuego en lo que del año. El anterior, anunciado en febrero, colapsó apenas entró en vigor. Un cúmulo de contradicciones puede hacer que este sufra el mismo destino.
Los objetivos inmediatos son modestos como para ser la base de una salida diplomática a la guerra civil, pero difíciles de alcanzar si se tiene en cuenta la cantidad de actores y el entrecruzamiento de conflictos e intereses.
Según lo acordado por el Secretario de Estado norteamericano, John Kerry y su par ruso, Sergei Lavrov, se interrumpen durante una semana todos los ataques terrestres y aéreos de todas las partes en conflicto y se permite el ingreso de ayuda humanitaria administrada por Naciones Unidas y otras organizaciones, a ciudades bajo sitio, principalmente Alepo.
Del cese del fuego quedaron expresamente excluidos el Estado Islámico y el Frente para la Conquista de Siria (ex al Nusra, hasta el pasado julio la filial local de Al Qaeda). También las milicias kurdas (y Turquía).
Si la tregua sobrevive durante una semana, el segundo paso sería la supuesta cooperación militar entre Estados Unidos y Rusia para atacar posiciones de grupos considerados terroristas. Esto implica compartir información de inteligencia y sobre todo, ponerse de acuerdo en quiénes serían blancos legítimos de los ataques, algo que ya se intuye muy complicado, dado que Rusia ha concentrado sus bombardeos aéreos en los territorios bajo control de los “rebeldes”, sin distinción, lo que incluye varios grupos apoyados por Estados Unidos y los estados árabes del Golfo.
Hay varias contradicciones, que involucran a las fuerzas en el terreno y a los principales actores internacionales, que hacen que el acuerdo sea endeble.
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Es un acuerdo negociado por Rusia y Estados Unidos, sin la presencia de ninguno de los principales contendientes en el campo de batalla sirio. Supone que ambos se lo vendan a sus socios locales. En esto parece que Estados Unidos la tiene más complicada. Rusia solo tiene que disciplinar al acuerdo al régimen de Assad, que por otra parte no tiene fuerza propia para sostenerse. Irán, el otro socio importante de la coalición pro Assad, no tiene por ahora diferencias importantes. Esto es porque el acuerdo, en términos generales, favorece al bando oficialista.
Pero el caso de Estados Unidos es otro. Tiene que convencer no solo a una miríada de grupos y fracciones locales sino sobre todo a sus patrocinadores externos: Arabia Saudita, Qatar, Turquía.
Varios grupos de la constelación de los “rebeldes” se oponen al acuerdo porque ven que los deja vulnerables a posibles ataques del ejército sirio y la aviación rusa. No es para menos. Para no ser considerados “terroristas”, es decir, blancos legítimos a partir de la próxima semana, deben romper toda relación con el Frente para la Conquista de Siria, una de las organizaciones militares más fuertes y organizadas del campo opositor que jugó un rol clave en Alepo para romper el cerco sobre los bastiones “rebeldes”. En síntesis, a diferencia del Estado Islámico, la exfilial siria de Al Qaeda está integrada a alianzas con otras milicias que combaten contra Assad. Romperlas significaría necesariamente un debilitamiento del bando opositor. De hecho Rusia ya anunció que retomaría los bombardeos aéreos contra “rebeldes moderados” que no se distancien de los “terroristas”. Y Assad bravuconeó con reconquistar todo el territorio.
Además, en el supuesto caso de que los bombardeos conjuntos de Rusia y Estados Unidos expulsen al ISIS de sus bastiones, incluyendo Raqqa, la capital del califato, no está claro quién avanzaría a ocupar ese vacío.
Sin embargo, la principal contradicción no está en el campo de batalla sirio sino en la “mesa de arena” de la negociación entre Estados Unidos y Rusia.
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Es sabido que la administración Obama está profundamente dividida en torno a su política hacia Siria y que el Pentágono se opuso tenazmente al acuerdo suscripto por Kerry con Rusia. Si bien Ashton Carter, el Secretario de Defensa, terminó aceptándolo, lo hizo a regañadientes y sin ningún convencimiento tras cinco horas de discusión en el medio de las negociaciones de Ginebra.
No es para menos. Las relaciones entre Estados Unidos y Rusia están en un punto de máxima tensión, quizás la mayor desde el fin de la guerra fría, sobre todo a partir de la crisis de Ucrania y de la anexión por parte de Putin de Crimea. En este marco, los jefes del Pentágono consideran como muy riesgoso compartir secretos militares y de inteligencia con sus pares rusos.
Estas contradicciones surgen del dilema que enfrenta Estados Unidos: al haber descartado la intervención militar directa, y con Rusia habiendo aprovechado ese vacío para imponerse como un jugador clave, a Obama no le quedan más opciones que negociar con Putin para avanzar en su objetivo prioritario de degradar la capacidad del Estado Islámico de atacar a occidente. En sí misma, la negociación es un reconocimiento explícito por parte del gobierno norteamericano del rol que juega Rusia en este conflicto y que con su intervención ya cambió la relación de fuerzas en el terreno. Obama se debate entre negarle un triunfo a Putin y encontrar una salida a la crisis en Siria.
En este espejismo, Putin hizo jugar a Moscú nuevamente en las grandes ligas, más por debilidad norteamericana que por fortaleza propia. Las sanciones económicas golpean a la economía rusa y difícilmente le dé la espalda para soportar dos escaladas militares, en Siria y en Ucrania. En este terreno hay varias especulaciones. Una hipótesis es que Putin simplemente esté ganando tiempo y legitimidad para seguir fortaleciendo al régimen de Assad. La otra es que quizás prefiera arrancarle una negociación a Obama y no arriesgarse a empezar de cero con el nuevo gobierno que asuma en enero del año próximo. Menos aún si Hillary Clinton fuera la próxima ocupante de la Casa Blanca. Varios analistas citan a favor de esta hipótesis el cese del fuego unilateral de las milicias separatistas pro rusas de la República Popular de Donetsk, al este de Ucrania.
Las negociaciones entre Estados Unidos y Rusia son tan reaccionarias como la guerra civil que azuzan junto con otras potencias regionales. Siria es una vez más terreno de la diplomacia secreta, donde potencias de distinto rango pero con objetivos igualmente reaccionarios dirimen sus rivalidades y defienden sus intereses.
Claudia Cinatti
Staff de la revista Estrategia Internacional, escribe en la sección Internacional de La Izquierda Diario.