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Red Internacional
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OPINIÓN. Sobre el insólito “delito” de representar a la policía en el teatro

Una reflexión acerca del execrable episodio de la detención de cuatro integrantes de Microteatro Venezuela por parte de la Policía Nacional Bolivariana.

Humberto Zavala Venezuela | @1987_zavala

Martes 13 de agosto de 2019

Motivos ajenos a mi voluntad (relacionados con las constantes interrupciones eléctricas en la región donde escribo, estado Falcón), imposibilitaron que culminara oportunamente para su publicación una nota que provisionalmente titulaba: ¡Libertad para los artistas de Microteatro, basta de atropellos por parte de la policía! iniciada el mismo lunes 5 de agosto al trascender, por medios nacionales (El Nacional et al) e internacionales (CNN et al), la noticia de la detención de cuatro miembros del colectivo Microteatro Venezuela, quienes anunciaban desde sus redes sociales la función Dos policías en apuros, donde sus actores centrales portaban el uniforme oficial de la PNB.

El suceso es bien conocido, Pedro Wice e Isaías Ollave, actores de la obra, su director Leonam Torres, y la productora Johana Villafranca, fueron apresados desde el domingo 4 de agosto hasta su puesta en libertad el siguiente día por la noche. Fue la propia Policía Nacional Bolivariana, desde su cuenta Twitter oficial Policía Nacional Ve (@CPNB_VE) quienes dieron a conocer el hecho, dicho sea de paso de manera harto jactanciosa bajo la inscripción: “¡AHORA SI ESTÁN EN APUROS!” (sic.) imputándoles el cargo de “Usurpación de la Función Pública”.

La defensa, a cargo del abogado Guillermo Aristimuño, frente a la prensa confirmó la detención, solo que era presentada ahora como “uso indebido de prendas militares y oficiales” (ya veremos los matices entre una y otra), asegurando desconocer cómo esas prendas llegaron a manos del elenco. Lo cierto es que, mírese por donde se mire, en el acto mismo de la detención ocurre un hecho intimidatorio que más que nada nos revela dónde busca el crimen las fuerzas llamadas a “garantizar el orden”.

Parte de esto denunciaba el especialista en criminología Keymer Ávila desde su cuenta Twitter:

Más allá del hecho confirmado de que se tratara de “prendas oficiales”, cabe detenerse en el cargo imputado en el Tweet jactancioso citado: “Usurpación de la Función Pública”. Pero nuestros teatreros no se disponían a montar una alcabala a mitad de una calle ni para “usurpar” ni para “extorsionar” a nadie.

El motivo expreso de estos era, como todos pudimos verlo, el de “representar”, como es la función artística del teatro y no más que eso. Es por esto que fueron detenidos y es por esto de donde emana luego lo del “uso indebido”, de donde deberíamos deducir que el uso adecuado del porte de este uniforme oficial es el de reprimir estas formas de “representaciones”.

Nadie necesita una noción especializada sobre la antiquísima cuestión de las representaciones literarias de la realidad para percatarse de lo desmedido que presenta en su forma la acusación de “usurpación”, aunque quizás sí lo requiera un tanto para examinar semánticamente lo que esta acusación encarna en contenido.

Ciertamente, la defensa de los micro teatreros aseguró que durante la detención fueron “tratados de buena manera”, que podrán seguir sus funciones siempre que reemplacen estos uniformes por disfraces que, ojo con esto, no hagan alusión a la institución de la PNB.

Aunque la petulante entrada resaltada en mayúsculas con que la policía anunciaba la detención de los actores no amerita explicaciones mayores al asunto, se pudo registrar que al ser interrogado, el abogado defensor admitió que el contenido editorial de la publicidad de la obra pudo haber sido causal de la detención por haber “causado molestia” al cuerpo policial.

Veamos que el “cuerpo del delito” (el flyer publicitario de la obra) muestra delante de un fondo amarillo tiroteado abundantemente a los dos actores, el de arriba con expresión soberbia y sus labios pintarrajeados, blandiendo su arma con una mano mientras reserva para la otra un par de zapatos rojos de tacón; el de abajo portando su arma también, recogida en el pecho y con sus dos manos con expresión sumisa y medrosa.

De acuerdo con lo que se ha expuesto aquí hasta ahora, el “uso indebido” no ya del porte del uniforme, sino de la representación creada, esto es, el proceso de mímesis o imitación de la realidad, con alusiones al “gatillo alegre” y abuso de poder, la dicotomía “heteronorma / homofobia” en el seno del cuerpo policial, esto probablemente fue lo que encolerizó a la envalentonada institución policial, expuesta ahora por los artistas frente al espejo que nos muestra las costuras roídas de la sociedad misma y de sus instituciones.

Y es que el país atravesando actualmente el dramático cuadro de una “crisis orgánica” (ataques y sanciones imperialistas, ofensiva de la derecha entreguista, descalabro económico, un gobierno represor, descrédito de las burocracias sindicales, conculcación de históricos derechos civiles, laborales y salariales), encuentra en las fuerzas militares y policiales al principal sostén del “orden” en el caos, y ante cualquier posible “desborde” tanto el Gobierno de Maduro como la propia derecha que pretende gobernar, han venido delegando en estas fuerzas un enorme poder de maniobra e impunidad.

Es la realidad posterior a las mal llamadas OLP, a la creación del FAES, las cifras rojas que disponemos son de espanto, como refería en una entrevista para este diario Keymer Ávila: “el 33% de los homicidios en el país es consecuencia de la intervención de las fuerzas de seguridad del Estado” y sólo en el año pasado el índice de bajas diarias por actuación de los cuerpos policiales fue alrededor de 15 personas.

Es natural con (casi) todos los géneros de la ficción, y probablemente con mayor encono en la comedia de Microteatro, que la realidad aludida sea muchísimo más oscura que su versión refractada, de ahí el “peligro” de la representación, en este caso del arte plasmado en el flyer publicitario de la obra, que pronostica un contenido satírico hacia la institución policíaca, aquí al contrario de lo que creía Goethe (y en la línea de Brecht), la distracción a la vista y al oído que supone el teatro sí permea un proceso de crítica, resistido por el poder que a la institución le confieren las armas del Estado.

Si bien el uso de la sátira como arma de denuncia contra el poder y sus excesos, es tan antiguo como las instituciones de poder mismas, este bochornoso y execrable episodio de infamia a algunos nos recuerda, en el cine, a la escena del arrebato del gorro policial que produce el arresto de un actor en la producción española Noviembre, o el arresto de actores por motivos similares en la película cubana La Bella del Alhambra, ambientada nada menos que bajo la dictadura de Batista.

Lo cierto es que con esto se pretende sentar un precedente de arbitrariedad policial que debe ser rechazado enérgicamente como parte de la lucha de conjunto en defensa de las libertades democráticas, por tratarse de un gesto intimidatorio a todas luces, dirigido contra expresiones del arte que atinan en dejar sin taparrabos nada menos que a la columna vertebral del Estado, los de uniforme, a quienes deberíamos suponer en el “debido uso” de sus atavíos.

Agradecimientos: a Harold, a Suhey.