Publicamos una colaboración enviada a nuestra redacción por David Castillo Mora, Dr. en Ciencias Bíblicas por la Universidad de KwaZulu-Natal.
Viernes 3 de mayo de 2024
El 7 de octubre del año 2023 el mundo entero observó un nuevo episodio dentro del conflicto político sostenido ya por décadas en los territorios palestinos y el Estado de ocupación israelí. El ataque del movimiento de liberación palestino Hamas en el sur del territorio suscitó una ofensiva militar que ha provocado más de 35 mil personas asesinadas y el desplazamiento de más de un millón de habitantes dentro territorio gazatí, así como un incremento de la violencia por parte del ejército y grupos de colonos en Cisjordania.
Para la mayoría de sociedades occidentales de las que Costa Rica es parte, la interpretación de dicho conflicto se construye a partir de la idea de que el Estado israelí fundado en 1948 encarna al antiguo pueblo de Israel del que habla la Biblia Hebrea. Esta interpretación es producto de la posición que sigue sosteniendo el cristianismo como expresión religiosa hegemónica en la cultura occidental. Dicha ideología tutela la ética, la moral y la visión de mundo de amplios sectores sociales y ‘cristianiza’, por decirlo de alguna manera, la interpretación del mundo y sus acontecimientos.
Como resultado de esta visión religiosa hegemónica que tiene como instrumento central el documento de la Biblia, se desarrolla una asociación entre el Israel bíblico y el Estado israelí moderno que influye directamente en la interpretación del conflicto. Las personas – tanto en la esfera política como en los sectores populares, ambos reproductores del sentido común en estos temas – tienden a justificar las acciones de las autoridades israelíes a partir de la idea de que representan la voluntad divina. Como consecuencia, la ocupación sistemática del territorio palestino o la violencia contra la población en Cisjordania, la Franja de Gaza o Jerusalén Este, son vistos como legítimos a partir de la creencia de que “Dios ha dado a Israel la promesa de poseer esa tierra”.
Dicha interpretación que equipara al Israel moderno con el antiguo pueblo de Israel, y que justifica la ocupación de la tierra a partir de un mandato divino, no es únicamente problemática sino gravemente errónea. Debemos decir inicialmente que el uso del texto bíblico para justificar un orden social determinado en las sociedades occidentales ha sido común a lo largo de la historia reciente. La legitimación del sistema de esclavitud europeo, los procesos de colonización en América Latina y África, o la persecución en contra de las personas de la comunidad LGTBI, hoy vistos con amplio desagrado en las sociedades democráticas, son ejemplos de la instrumentalización de la Biblia en el ejercicio de la violencia en contra grupos, colectivos o poblaciones en una determinada situación histórica.
A la luz de este planteamiento, la pregunta fundamental que nos convoca es aquella que interroga si es posible afirmar, con la Biblia como instrumento de legitimación, que el Estado israelí moderno es dueño de los territorios palestinos por mandato divino. Como se podría decir de igual forma en los casos citados anteriormente, la respuesta es un ‘no’ rotundo, y los Estudios Bíblicos nos ayudan a comprender el por qué.
Los Estudios Bíblicos, surgidos de forma institucionalizada a finales del siglo XVIII e inicios del XIX principalmente en Europa Occidental, son una rama de la Teología que se encargan de estudiar la Biblia desde los requisitos epistemológicos postulados por la ciencia moderna. Desde su fase inicial, se preocuparon por indagar sobre el origen de los libros de la Biblia como productos humanos, y por ende, han investigado las condiciones históricas, sociales, ideológicas y literarias que explican el contenido bíblico y sus postulados. Esto llevó a un proceso de desmitificación del texto, que dejó de ser un material ‘caído del cielo’ para ser explicado como el producto de grupos sociales particulares en circunstancias históricas determinadas. Estos grupos, evidenciando preocupaciones e intereses ideológicos como cualquier colectivo en la historia, vertieron en los textos sus inquietudes, proyectos y aspiraciones, ocultándolos a través del recurso a Dios y su voluntad. Así, lo que encontramos en el texto bíblico al leer la acción o voluntad divina, no es nada más que la representación con lenguaje religioso de las aspiraciones, deseos y luchas de grupos sociales en el antiguo Israel, el judaísmo naciente o el cristianismo de los inicios.
Partiendo de este elemento, al analizar la relación entre la promesa bíblica de un derecho divino a la tierra para el antiguo Israel, y el derecho al que apela el Israel moderno de ocupar la tierra palestina, debemos preguntarnos por cuáles son los grupos y los intereses que están detrás de los textos de conquista que encontramos en la Biblia, y que se utilizan como legitimadores para la ocupación israelí actual.
Los Estudios Bíblicos, especialmente a través del trabajo de autores israelíes como Israel Finkelstein y otros, explican los textos de guerra en Josué y Jueces como productos literario-ideológicos de una facción socio-política dentro del antiguo Israel. Dicha facción, a la que los especialistas llaman deuteronomista, postuló la idea de que el antiguo Israel poseía el derecho divino de ocupar una tierra ya poblada – por los llamados grupos cananeos según el relato – lo que justificaba la guerra y el exterminio de los pueblos locales para lograr dicho objetivo.
¿Por qué decidió la facción deuteronomista construir este material? Finkelstein aduce que los textos de Josué y Jueces, ambientados en una época previa al siglo X a.e.c., y que narran las guerras de conquista que el antiguo Israel desata contra los pueblos de Canaán después de la salida de Egipto, tienen su producción muchos años después, en torno al siglo VII a.e.c., cuando ya el pueblo de Israel habitaba en una zona que rodeaba la ciudad de Jerusalén. En esta época, un rey judío llamado Josías tenía la aspiración de conquistar un territorio al norte de Judá, llamado en los textos bíblicos Israel del Norte. Este territorio había sido conquistado por el imperio asirio a mediados del siglo VIII a.e.c., pero ya en el siglo VI, con la debacle asiria, se abría la posibilidad para que fuera anexionado al territorio de Judá. Josías entonces lideró la producción literaria de textos como los de Josué y Jueces, donde se contaba un relato antiguo en el que Dios prometía que ese territorio era otorgado a Israel como don divino. Así, Josías y sus escribas deuteronomistas revestían de contenido religioso una aspiración política particular, y ocultaban a partir del recurso a la voluntad divina su anhelo de ocupación territorial y dominación política.
La conclusión inmediata de esta explicación nos obliga a entender que afirmar a partir de la Biblia que el Israel moderno tiene derecho de posesión divina sobre el territorio de palestina es erróneo. Los Estudios Bíblicos, y su proceso de desmitificación del material, nos permiten comprender que el texto de la Biblia no es un producto divino, ni celestial, sino que surge en medio de sectores sociales particulares, que han vertido sus intereses bajo el disfraz de la voluntad divina. Cuando hoy se apela a que el Dios en la Biblia legitima la ocupación del territorio, la afirmación precisa es la de decir que los grupos que escribieron los textos de Josué y Jueces tenían interés de legitimar su posesión de territorios de otros pueblos, y que para ello acudieron a justificar ese proyecto con el nombre divino.
El desarrollo de la cultura y del conocimiento científico nos ha permitido explicar el origen de los textos de la Biblia como producto de fuerzas sociales y políticas determinadas, las cuales colocan en sus páginas su propia ideo-teología, haciéndola pasar por voluntad divina. Esto nos permite observar que cuando las cúpulas del Estado israelí acuden a la Biblia para legitimar su ocupación del territorio palestino, simplemente están reproduciendo el actuar del antiguo Israel, y de múltiples pueblos de la antigüedad, que vertían sus intereses bajo el nombre de voluntad divina.
La gran dificultad de la tarea de desmitificar la Biblia radica en que dicho texto sigue siendo comprendido en la cultura occidental desde el sentido común, conformado por la noción de que la Biblia es un texto de origen trascendente y sagrado. La idea de texto sagrado e inspirado ha llevado a las personas, creyentes o no, concebir el texto bíblico como material que de alguna manera proviene de fuera de la historia, perteneciendo a lo divino. Estas nociones mágicas sobre el texto, y sobre el mundo, perviven como maneras de reproducir el sometimiento y la dominación, y permiten que actos atroces, como el actual genocidio en Gaza, esté recubierto de impunidad bajo el efectivo recurso de la legitimación religiosa.
Disputar este uso desinformado de la Biblia, con este tipo de consecuencias trágicas, se convierte en una tarea urgente. Es necesario apelar a los aportes del pensamiento moderno que han permitido cuestionar – por razones científicas y éticas – las explicaciones trascendentes del mundo y la historia. Los aportes de los Estudios Bíblicos invitan a interpretar la Biblia como un texto inmanente, como el producto de grupos humanos con sus correspondientes condicionamientos. En casos como la legitimación bíblica de la ocupación israelí en Palestina, la pregunta debe dirigirse a interrogar quién construyó los textos legitimadores, y cuáles son los intereses que estos reflejan. Este abordaje será fundamental para interrogar el discurso que afirma una legitimidad ‘divina’ del Estado Israelí actual de ocupar y controlar los territorios palestinos.
Desde una perspectiva marxista, debemos preguntar por cuáles son las fuerzas históricas que están detrás de las ideas del texto, y especialmente, por la forma en que dichos textos reproducen el orden social violento y dominante. La ciencia bíblica nos ayuda a reconstruir desde una perspectiva general estos grupos, y nos permite no sólo desenmascarar el uso de lo religioso como legitimador en el antiguo Israel, sino desde los intereses de la cúpula actual del Estado israelí.
Como conclusión, podemos afirmar que el origen de la justificación bíblica del derecho a la posesión de la tierra por parte del moderno Israel es el producto de una interpretación ideológica e interesada del texto, y no de una promesa divina perpetua en favor de Israel. Los textos bíblicos citados por la mayoría de sectores que apoyan dicha posesión pertenecen a una literatura antigua de origen bélico, como los libros de Josué o Jueces, producida por grupos cuyo propio interés es dominar una tierra ajena a partir de la legitimación religiosa.
La centralidad de la Biblia dentro de la cultura occidental debe invitarnos a interpretar su contenido con cautela y responsabilidad. En el caso del conflicto citado, dos aspectos son fundamentales: (1) reconocer que el texto bíblico es producto de grupos sociales con intereses particulares entendidos desde su contexto; y (2) colocar como lente interpretativo las luchas reivindicadoras y emancipadoras de los pueblos, que resisten día tras día las acciones y discursos de sectores hegemónicos que buscan su dominación.
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