Sofia Kovalévskaya, nació en Moscú un 15 de enero de 1850. De muy pequeña mostró su afición por las matemáticas. A los 21 años se fue con su hermana(militante socialista y feminista) a apoyar la Comuna de París. Hizo importantes aportes a la matemática.
Miércoles 15 de enero de 2020 18:10
A los once años empapeló las paredes de su habitación con las hojas de unas notas sobre cálculo diferencial e integral del matemático ruso Mikhail Ostrogradsk. Imagen: Fundación Madrid
Escritora y matemática rusa, nacida en el seno de una familia aristocrática, vivió desde niña en una quinta familiar en Bielorrusia. Su hogar se movía en un amplio ambiente cultural. Influida por su hermana mayor, la militante revolucionaria socialista y feminista Anna Jaclard, adquirió la independencia de pensamiento; un tío que era matemático aficionado la hizo interesarse por las matemáticas y el pensamiento científico.
El preceptor de su hermano, viendo el interés de Sofía por las matemáticas, le dio clases de aritmética y álgebra. La atracción por esta materia de parte de Sofía fue tan intensa que la hizo descuidar sus otros estudios. Estas clases fueron interrumpidas por su padre, un militar de artillería, que no aceptaba “las mujeres sabias”. Sofía siguió estudiando álgebra de noche cuando la familia dormía. Años más tarde un profesor descubrió la capacidad de Sofía y al cabo de varios años de insistencia logró convencer al padre para que la dejara hacer estos estudios; Sofía pudo tomar clases particulares. Llegado el momento de querer realizar estudios superiores, y como en Rusia a las mujeres no les estaba permitido, Sofía optó por ir a estudiar al extranjero. Pero el caso es también que Rusia no daba pasaportes a mujeres solteras. Entonces Sofía decidió contraer un “matrimonio blanco”, con un paleontólogo anarquista, Vladimir Kovalevski, con quien pudo viajar a Viena. En 1869 se inscribió en la Universidad de Heidelberg, donde siguió cursos con eminentes profesores como Hermann von Helmholtz y Leo Königsberger. Ellos la recomendaron para que estudiara en Berlín con Karl Weierstrass. Aquí encontró Sofía un nuevo impedimento: esta universidad no permitía la formación de mujeres. Sin embargo Weierstrass, al conocerla, le dio enseñanzas en forma privada, y más tarde la consideró una de sus mejores discípulas. Con él realizó su trabajo de doctorado.
En 1871, cuando el estallido de la Comuna de París, el matrimonio marchó allí para apoyar a su hermana Anna.
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De vuelta en Berlín en 1872, Sofía escribió tres tesis, dos sobre matemáticas y una sobre astronomía. En la primera, corrigiendo un teorema de Cauchy sobre ecuaciones con derivadas parciales, demostró lo que hoy se denomina Teorema de Cauchy-Kovalévskaya. En la segunda estudiaba las integrales de Abel, y en la tercera analizaba la forma de los anillos de Saturno. Weierstrass buscó una universidad en la que pudiera doctorarse, y para ello consiguió la universidad de Gotinga, donde obtuvo el título de Doctora Summa cum laude, siendo la primera mujer en conseguir ese título en Alemania.
Marcharon a Inglaterra, donde él se ocupó de la traducción de Darwin al ruso. De vuelta en Rusia, no encontró modo de validar su título ni de ejercer su profesión. En 1878 fue madre de una niña. En 1881 abandonó a su esposo, harta de sus negocios especulativos que los hacía padecer estrecheces económicas y se mudó a París con su hija. Conoció a los matemáticos franceses más importantes y fue aceptada en la Sociedad Matemática de París. A fines de 1883, gracias al apoyo de Weierstrass, fue contratada como Privatdozent en la universidad de Estocolmo. Aquí escribió el más importante de sus trabajos, Sobre la rotación de cuerpo sólido en torno a un punto fijo, problema que Euler y Lagrange habían intentado resolver. La solución de Sofía, de gran originalidad, fue premiada por la Academia de ciencias de París que, por la elegancia del escrito, añadió un suplemento de dos mil francos. Una de las distinciones más altas que en esa época se podía pretender.
Sofía fallece de neumonía a la temprana edad de cuarenta y un años.
Ejemplo para sus contemporáneos, a Sofía no la detuvieron las barreras, ni idiomáticas ni geográficas, y mucho menos las barreras de los prejuicios misóginos del patriarcado.