SpaceX es una empresa norteamericana que fabrica cohetes reutilizables. Su fundador, Elon Musk, quiere colonizar Marte. Tiene media docena de compañías futuristas; una de ellas es Tesla, que fabrica autos eléctricos. Hace unas semanas unió ambos proyectos: probó con éxito el cohete más potente del mundo y puso en órbita a Marte su propio descapotable Tesla. Esta nota es sobre las proezas técnicas y los caprichos de los más ricos.
Julián Tylbor @juliantylb
Domingo 25 de febrero de 2018 11:07
Proezas técnicas y golpes publicitarios
Cuando les conté a mis amigos que SpaceX, la empresa de Elon Musk, había probado con éxito el Falcon Heavy -el cohete más potente del mundo- y que había depositado en el espacio un automóvil Tesla, no me creyeron. Les mostré, incluso, las imágenes que generaron las tres cámaras colocadas en el descapotable rojo cereza, pero me desdeñaron diciendo que era “trucho” y enseguida cambiaron de tema.
Esta anécdota es una pequeña muestra de lo que parece una característica de nuestra generación (la millennial): la falta de interés por todo lo referido a la exploración espacial. Tal vez porque nacimos cuando ya se habían abandonado las misiones a la Luna, o porque, como sugieren algunos especialistas, luego de la explosión del transbordador Challenger en 1986 –en la que murieron siete personas-, se priorizó una exploración espacial segura y no ya tan atractiva, por lo que el público fue perdiendo interés. Los diferentes hitos que siguieron, como la construcción de la Estación Espacial Internacional, la puesta en órbita del telescopio Hubble y el envío de numerosas sondas y robots para la exploración de los planetas cercanos, no emocionaron ni emocionan ya a todo el mundo.
Ahora bien, un coche de lujo camino a Marte representa un considerable quiebre de este paradigma. Esto no significa que hayamos vuelto a los tiempos donde las noticias de la carrera espacial ocupaban, sino la tapa, alguna de las primeras páginas de los todos los diarios. Pero, por lo menos, nos dio qué hablar.
Es que la empresa de Elon Musk hizo dos revoluciones al mismo tiempo. En primer lugar, una revolución publicitaria: en vez de transportar, como suele hacerse, bloques de concreto y acero para probar la capacidad de carga del cohete, el Falcon Heavy llevó y puso en órbita el Tesla Roadster del propio Musk, con un maniquí de conductor (que a su vez vestía el traje espacial diseñado por SpaceX). La hazaña se transmitió en directo por Youtube y escaló rápidamente al segundo puesto de los streamings más vistos en la historia, con 2,3 millones de concurrentes. Sumando la infinidad de notas en diarios y noticieros, el magnate sudafricano básicamente consiguió publicidad masiva gratis para su línea de automóviles eléctricos.
Se puede pensar que mandar tu propio auto al espacio es un gesto (bastante) narcisista. Sobre todo considerando que la mayoría de los especialistas advirtieron que el Tesla no durará -como profetizaron desde SpaceX- “cientos de millones de años en órbita”. Al contrario, señalaron que, por su composición química, el descapotable no soportará la radiación cósmica y buena parte del automóvil será destruida en unos meses. Algunos científicos se quejaron incluso de que se podría haber enviado una carga algo más útil, como una sonda de exploración espacial. Probablemente tengan razón. Pero, como es Musk el “dueño de la pelota”, tendremos que acostumbrarnos al estéril hecho de haber puesto en el espacio lo que sea que quede del coche... Un chasis, tal vez.
Por otro lado, se trató de una revolución técnica. El Falcon Heavy tiene capacidad para poner en órbita 64 toneladas de carga, exactamente el doble del cohete más potente que había activo. No sólo eso, sino que SpaceX pudo recuperar dos de los tres propulsores del Falcon para su posterior reutilización. Se trata de una tecnología nueva, en la que el propulsor, luego de llevar su carga hasta el espacio, se desprende, reingresa a la Tierra y aterriza... verticalmente. Sí, de ciencia ficción. Pero es real, y la empresa aeroespacial de Musk está disminuyendo velozmente su margen de error. Esto significa un enorme abaratamiento de los costos para enviar cargas pesadas al espacio, lo que deja muy atrás a las demás empresas y agencias espaciales estatales e instala a la compañía norteamericana a la vanguardia del sector.
Un pendrive inmortal
Además del maniquí, el automóvil portaba: un Tesla Roadster miniatura fabricado por HotWheels; dos frases (“¡Que no cunda el pánico!” y “Hecho en la Tierra por humanos”); una canción sonando en los parlantes (“Starman”, de David Bowie); y, finalmente, unos pequeños discos que tienen grabada la trilogía Fundación, de Isaac Asimov.
Sin duda, lo más interesante es el soporte físico que almacena digitalmente esos libros: se trata de un dispositivo tan resistente que tiene una vida útil de unos catorce mil millones de años –más o menos, la edad actual del universo-. Este “pendrive inmortal” fue construido por la Arch Mission Fundation –que se asoció en esta ocasión con SpaceX- y está diseñado para sobrevivir en ambientes extremos, como lo es, por ejemplo, el espacio interplanetario.
La idea del proyecto es crear una red descentralizada de copias de todo el conocimiento humano en todo el Sistema Solar, incluida la Tierra. En 2020 planean instalar una “Librería Lunar” y, en 2030, una “Librería Marciana”. Según figura en la página de la organización, cada pieza -capaz de almacenar hasta 360 terabytes de datos- “contendrá una colección de documentos, fotos, vídeos y datos más importantes sobre nuestra especie”.
El objetivo es tener un “back-up” del conocimiento humano diseminado en diferentes puntos de la Tierra y el espacio, por si se desata una catástrofe (natural o nuclear) que acabe con la civilización tal como la conocemos. El proyecto sorprende en dos sentidos: primero, por el significativo avance que implica para el almacenamiento de datos; segundo, por su desnudo escepticismo sobre el futuro de la especie humana.
No es moco e’ pavo
Quien sí confía en el futuro de los humanos es Elon Musk. Suele decir que trabaja para que los humanos tengamos un “futuro brillante”. Quiere, nada más y nada menos, resolver los problemas del calentamiento global, la generación de energía limpia y sentar las bases para una “civilización multiplanetaria”. Hacia allí van la mayoría de sus proyectos.
Y no son chácharas. En su haber, el magnate cuenta con haber fundado o cofundado: PayPal (que luego se la vendió a eBay por 1,4 mil millones de dólares); Space Exploration Technologies Corporation (aka SpaceX, la compañía con la que quiere conquistar Marte); Tesla (autos eléctricos, su mayor fuente de ingresos); Solarcity (generación de energía solar); Hyperloop (transporte de alta velocidad de personas y mercancías en unos tubos gigantes); Openai (inteligencia artificial); The Boring Compañy (túneles subterráneos para conectar ciudades con Hiperloop); entre otras.
Según el ranking de la revista Forbes de las personas más ricas del mundo, el empresario sudafricano se ubica en el puesto número 52, con una fortuna que asciende a casi 21 mil millones de dólares. Desde marzo del año pasado a esta parte ganó casi 7 mil millones de dólares, una subida –valga la metáfora- astronómica. SpaceX por sí sola está valuada en unos 20 mil millones de dólares.
Ciencia y milmillonarios
Unos días después del lanzamiento del Falcon Heavy, Nathan Robinson, un columnista del diario The Guardian, se quejaba del derroche que implica gastar en cohetes. El lanzamiento del Falcon Heavy, opinaba Robinson, “es una perfecta muestra de la tragedia de la desigualdad del siglo XXI: en medio de crisis humanitarias terribles, miramos fascinados cómo un multimillonario gasta 90 millones de dólares en lanzar un auto de 100 mil dólares al espacio”. Y, a continuación, concluía que “Musk es lo suficientemente rico como para llevar a cabo estos proyectos porque hemos permitido que las enormes desigualdades sociales tengan lugar y crezcan”.
La observación es acertada. Efectivamente, el caso de Elon Musk es el de un (excéntrico) representante de la enorme y creciente desigualdad que genera el capitalismo. Para ser precisos, él es parte de ese famoso 1% más rico del mundo, minoría que -según arroja una reciente investigación- se quedó con el 82% de la riqueza mundial generada durante 2017. Hay un milmillonario nuevo cada dos días.
Ahora bien, que un milmillonario impulse la exploración espacial no inhabilita moralmente la exploración espacial misma, la cual es sin dudas emocionante y nos da un pantallazo de lo que los humanos son capaces. Pero sí nos obliga a preguntarnos: ¿Estamos dispuestos a aceptar que los destinos de la misma los decida una minoría, ya sea en base a caprichos o a la sed de ganancias? Y, más en general: ¿Vamos quedarnos cruzados de brazos mientras los más ricos, los dueños de todo, deciden hacia dónde va la ciencia? ¿O vamos a pelear por poner la ciencia al servicio de la humanidad toda?
Julián Tylbor
Nació en 1991. Es licenciado en Ciencia Política (UBA). Milita en el Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) y es miembro del Comité de Redacción de la revista Ideas de Izquierda.