El caso de Gisèle P., una mujer francesa que fue drogada y abusada sexualmente durante una década, expone la gravedad de la sumisión química como una forma de violencia patriarcal invisibilizada por la justicia y el sistema médico. Esta práctica, profundamente arraigada en la lógica de dominación capitalista y patriarcal, revela la urgente necesidad de un cambio estructural.
Nancy Cázares @nancynan.cazares
Sábado 21 de septiembre
Desde tiempos remotos, la violencia sexual ha sido un instrumento de dominación patriarcal, utilizada para subyugar a las mujeres como objetos de propiedad masculina. La sumisión química, una de sus expresiones contemporáneas, nos recuerda que, bajo el capitalismo patriarcal, los cuerpos femeninos continúan siendo territorio de disputa, control y explotación. Este fenómeno, que facilita agresiones sexuales mediante el uso de sustancias psicoactivas, no puede entenderse aislado de la estructura económica y social que lo perpetúa. Recientemente, el caso de Gisèle P., una mujer francesa que fue drogada y violada más de 200 veces por su esposo y desconocidos, ha sacudido a la opinión pública al mostrar las dimensiones de esta violencia invisible.
La sumisión química: una actualización de la violencia patriarcal
La práctica de la sumisión química, que consiste en drogar a una persona sin su consentimiento para cometer agresiones sexuales, es una forma de control violento del cuerpo femenino. Se trata de una violencia inscrita en la lógica de la propiedad, donde la mujer es vista como territorio a ser conquistado y explotado. La historia de la humanidad, desde las sociedades premodernas hasta el capitalismo actual, muestra cómo la violación y el control del cuerpo de las mujeres han sido mecanismos de dominación y poder. El caso de Gisèle P. es un ejemplo desgarrador: su esposo, Dominique Pélicot, la drogó durante una década, permitiendo que al menos 83 hombres también abusaran de ella mientras estaba inconsciente . Esta práctica no es nueva, pero el sistema judicial y médico ha fallado en reconocerla y abordarla con la urgencia que merece.
Sustancias y métodos: herramientas del patriarcado para la dominación
Las sustancias más asociadas a crímenes sexuales incluyen drogas depresoras del sistema nervioso central, como las benzodiacepinas, el GHB y el rohypnol, que reducen o eliminan la capacidad de resistencia de las víctimas. Estas drogas permiten a los agresores anular la voluntad de sus víctimas y acceder a sus cuerpos con total impunidad. En el caso de Gisèle P., su esposo utilizó ansiolíticos para adormecerla, lo que revela una vez más cómo las mujeres son vistas como objetos sobre los cuales los hombres pueden ejercer su control. El abuso que sufrió Gisèle P. y la dificultad para detectarlo durante 10 años de errancia médica también pone en evidencia la falta de formación de los profesionales de la salud para identificar este tipo de violencia.
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La impunidad como perpetuación de la violencia
El sistema judicial, diseñado en el marco del capitalismo patriarcal, refuerza la impunidad que rodea a la sumisión química. A pesar de las denuncias, solo una pequeña fracción de los casos de agresiones sexuales con sumisión química llega a ser sancionada. Este fenómeno ha pasado desapercibido tanto para la justicia como para el sistema médico. En Francia, por ejemplo, la sumisión química como tal solo ha sido penalizada desde 2018. La impunidad no solo beneficia a los agresores, sino que perpetúa una cultura donde las mujeres son culpabilizadas por su propia victimización, mientras los verdaderos responsables quedan al margen de cualquier castigo.
Violencia patriarcal y capitalista: una relación inseparable
El capitalismo ha otorgado a las mujeres cierta autonomía como ciudadanas y trabajadoras asalariadas, pero lo ha hecho en un marco que sigue subordinando sus cuerpos al dominio masculino. Bajo este sistema, la violación y otras formas de violencia sexual, como la sumisión química, no son solo crímenes individuales, sino expresiones de una estructura de poder que legitima la explotación y opresión de las mujeres. El caso de Gisèle P., donde más de 50 de sus agresores están siendo juzgados públicamente por petición de la víctima, expone cómo estas formas de violencia son perpetuadas y normalizadas dentro de un sistema patriarcal que no ofrece las herramientas suficientes para prevenir y sancionar estos actos .
La lucha contra la sumisión química no es solo una lucha por la justicia penal o por mejores medidas de seguridad; es una lucha contra un sistema que sigue viendo a las mujeres como propiedad a ser controlada. La respuesta a este tipo de violencia debe ser radical, abordando no solo los síntomas, sino las raíces profundas de la opresión patriarcal y capitalista. Solo a través de una transformación estructural podremos garantizar un mundo en el que los cuerpos de las mujeres no sean más territorio de conquista.