Publicamos a modo de tribuna abierta una reflexión a propósito de la bochornosa suspensión de la segunda final de la Copa Libertadores.
Ignacio Incardona @PanoramaNegro
Lunes 26 de noviembre de 2018 12:27
Foto: Federico López Claro
Voy a escribir como hincha, no como periodista, y a título personal, para no herir susceptibilidades en tiempos de ánimos caldeados. Quiero escribirle sobre todo a los hinchas como yo, sean del club que sean. No sé si mi postura representa al hincha en general, al genuino, al que se apasiona, el que sufre, el que ríe y el que llora por el fútbol, el que se abraza las lágrimas con el de al lado en cada gol. Quizá no represente a nadie, pero con más de dos décadas yendo a distintos estadios de fútbol en Argentina y en el mundo -y por lo general a la popular-, creo que desde mi lugar quizá puedo aportar algo para cambiar una realidad que está cada vez más oscura, donde no se ven salidas, donde priman los discursos fatalistas, y poco a poco nos van robando algo que debería ser nuestro, que es justamente nuestro fútbol.
El partido se suspendió porque la barra brava de River estaba dispuesta a suspenderlo. Les soltaron la mano desde el poder a pocas horas de la final, allanando la casa de uno de los líderes, al que le sacaron las entradas y los millones que ya había recaudado y presuntamente repartiría entre las partes involucradas en la asociación ilícita. ¡Justo la Justicia actuando en la antesala de este partido, el más importante de la historia! ¿No sabían de esto antes? ¿Los negocios de los barras empezaron esta semana? Una primera casualidad muy llamativa. Luego se montó un megaoperativo millonario -que pagamos nosotros cuando pagamos la entrada- que no pudo parar a estas decenas o centenas de delincuentes que apedrearon el micro de los jugadores de Boca, que entró por donde entra siempre, por donde entran los equipos visitantes al Monumental desde que el Monumental es el Monumental. ¿Zona liberada? No seamos ingenuos, la connivencia de las fuerzas represivas con los violentos es clara. A los que alguna vez fueron a la cancha, y sobre todo de visitante, esto no les sorprende. Las barras siempre tienen un trato de exclusividad, arreglan por dónde entrar, cuándo, bajo qué condiciones -entrando los bombos y las banderas que a nosotros no nos dejan entrar-, mientras a los perejiles nos amontonan en embudos humanos sin sentido y nos comemos los palazos de los canas y que nos tiren los caballos encima. Las barras son las asociaciones delictivas perfectamente organizadas de hoy en día porque armaron su estructura de poder en base a la corrupción y la violencia, y uno de los pilares de esa estructura son las fuerzas de (in)seguridad -las otras patas son los dirigentes de los clubes, jueces y políticos, nadie se salva-.
Que hay que eliminar a las barras... que no se las tiene que dejar entrar nunca más… qué hay que mirar lo que hicieron en Inglaterra con los Hooligans… Ya estoy cansado de todos esos discursos facilistas que vengo escuchando hace años. Yo no quiero ir a la cancha y que sea como un teatro al estilo europeo, el fútbol argentino es el fútbol argentino por su folclore, por su color, por esas hinchadas que alientan los 90 minutos sin importar el resultado. El fútbol argentino somos nosotros, los que pagamos la entrada, los que nos juntamos a comer un asado y tomar unos vinos en la previa, los que vamos porque queremos a nuestro club y lo queremos ver salir campeón. Y todo hincha sabe que las canchas no son lo mismo sin el color que hoy -desafortunadamente ¡y de manera nada casual!- le aportan las barras. Me dirán que estoy justificando la presencia de los barras... ¡Para nada! Estos delincuentes -devenidos en asociaciones ilícitas-, nos robaron ese color, se lo adueñaron, y desde allí, con ese tesoro en su poder -y con sus métodos violentos y con la corrupción claro-, construyeron estas estructuras que hoy parece imposible desmantelar, porque habría que llegar hasta la cima del poder político, y nadie tiene el poder suficiente para hacerlo. Hoy si no está la barra brava no están los bombos, no están los trapos, no está ese folclore que nos identifica. Es así en todos los clubes. De ahí la encrucijada en la que nos encontramos los hinchas de verdad, que queremos que no se apague el color, pero tampoco queremos que estos delincuentes sigan robándonos la ilusión, como lo hicieron una vez más en esta final.
“Hay que dejar de ir, se les acaba el negocio”. Varios amigos adoptaron esa postura y es entendible, pero no creo que sea la solución. Tenemos que cuidar lo nuestro, es parte de nuestra identidad, de nuestra alegría, de nuestra esencia, esa por la que se deslumbran en todo el mundo, que en estos días habrá visto con asombro este papelón, y nos habrá tildado a todos los argentinos de violentos y salvajes (y tienen parte de razón ya que se desnudaron muchas miserias bien nuestras también, pero cuyo origen no está en un partido de fútbol, sino en un tejido social repleto de injusticias).
Claro que tenemos que hacer un meaculpa como hinchas y como sociedad, pero que no se corra el foco, nosotros no fuimos los culpables. Que avalamos a las barras cantando sus canciones... que no hacemos nada para que no vayan más... entre otras acusaciones, pueden cabernos, pero a los que van a la popular saben muy bien que el liderazgo de estos delincuentes no se puede discutir allí en la tribuna si no querés que te maten a palos. No ir más es dejarles más lugar a ellos. Es dejarle lugar a los que quieren hacer negocios y venderle las entradas a los ricos a miles de dólares. Yo voy a seguir yendo, y algún día espero poder llevar a mis hijos como me llevó mi viejo, porque nosotros somos el fútbol argentino, ellos son delincuentes. ¿Cuál es la solución entonces? Es difícil, y no sé si tengo la respuesta, pero de a poco hay que dejar de legitimarlos, hay que cantar por nuestros clubes y no por sus disputas políticas, tenemos que poner el color nosotros como podamos. La solución no va a venir de las fuerzas de (in)seguridad, que creen que los problemas de violencia se solucionan no dejando entrar bombos o banderas de más de 2 metros -cuando la violencia se palpa en el día a día en un país en el que un salario mínimo no alcanza para no ser pobre, y en donde los jubilados cobran 8 mil pesos-; y tampoco va a venir de los políticos cómplices que usan a esos parásitos como grupos de choque (recuerden que el actual Presidente de la Nación fue presidente de Boca muchos años, años en que el poder de la barra brava que lideraba Rafael Di Zeo llegó hasta el ridículo de transformarlo en un rock star); la solución tenemos que pensarla y ejecutarla nosotros, a través de las comisiones de hinchas, de las agrupaciones genuinas que quieren a los clubes. De a poco hay que ir corriendo a los delincuentes, haciendo el esfuerzo desde el lugar de cada uno.
Hace un tiempo escuché la propuesta de “institucionalizar” a las hinchadas, que sean legales, que estén todos identificados y así se los va a poder controlar más. Van a saltar los moralistas a decir que se estaría blanqueando a los delincuentes. Otra vez les digo, ¡Para nada! A los que tienen antecedentes por hechos delictivos vinculados al fútbol que no se los deje entrar nunca más, pero por qué no pensar que cada club tenga un grupo de socios con la potestad de ingresar al estadio y aportar el color que hoy sólo pueden aportar los barras gracias a sus arreglos con la Policía y los dirigentes. Ahí el hincha genuino realmente va a empezar a soltarles la mano y van a empezar a limarse la base desde donde construyeron su poder, esa apropiación ilegítima de nuestro folclore. No sé si será la solución definitiva pero puede discutirse como un primer paso; después habrá que probar todas las complicidades para limpiar los clubes también, que a pequeña escala, son fieles representantes de todos los vicios del fraudulento sistema político actual, en donde la corrupción es parte constitutiva sin la cual nada funciona.
Estas son apenas unas líneas de un hincha muy dolido, que estaba lleno de ilusión por vivir este evento único en la historia, y que siente que le están robando lo poco que le queda de su pasión. La putrefacción de todo el mundo del fútbol -que a donde escarbas encontrás mierda-, la mercantilización extrema de este hermoso juego que nos ha hecho famosos en el mundo, la prensa idiota, oportunista y funcional… todo hace que los verdaderos hinchas se alejen de los estadios y ganen ellos, los que se adueñaron de nuestro folclore, y los que se enriquecen con este deporte que se ha transformado en una maquinaria fenomenal de producir dinero. Ellos no van a solucionar nada, la solución tiene que venir de nosotros y tenemos que pensarla ya, sino va a ser demasiado tarde y se van a salir con la suya, vaciando de sentido nuestro fútbol.