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Red Internacional
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ARTE // OPINIÓN. Tatuaje, el arte vivo

La palabra proviene del samoano “tau-tau”, que significaba “golpear dos veces”, en referencia al choque entre dos huesos. Como en sus comienzos, hoy la práctica del tatuaje, lenta y dolorosa, continúa siendo la verdadera caligrafía de la piel.

Martes 25 de octubre de 2016

"Vos llevás un tatuaje, que va muy bien con tu tristeza", Indio Solari.

El cuerpo, un mapa de historias

Si buceamos en los orígenes del tatuaje y rastremos a lo largo de su historia, veremos que esta práctica tiene mucho para decirnos cada cultura de la cual proviene y de la configuración de una identidad colectiva e individual.

La primera evidencia histórica de esta práctica la encontramos en la sacerdotisa egipcia Amunet. Ésta vivió aproximadamente unos 2000 a.C. y su cuerpo fue hallado con evidencias de marcas lineales y con diseños de puntos y rayas. Además de esta momia egipcia fue encontrada la momia del cazador, el “Hombre de hielo”, quien presentaba la espalda y las rodillas tatuadas.

Las maoríes, samoanas y polinesias fueron las primeras culturas que han utilizado el tatuaje considerándolo como parte de un ritual espiritual. Cada cuerpo tatuado tenía una historia que contar. Los maoríes lo utilizaban para indicar la jerarquía de los miembros dentro de cada tribu y cada marca era única. Mientras mayor era el número de tatuajes, más respeto se profería hacia quien los llevase.

También se lo utilizaba en ritos de iniciación o traspaso de etapas en la vida social, además se tatuaban los guerreros para infundir temor al enemigo. En la cultura maorí, el cuerpo debía estar tatuado, sino la hechicera de la tribu se comería los ojos del difunto y éste no podría encontrar el camino a la inmortalidad. Por eso, si alguno de la tribu moría sin tatuajes, los demás tatuaban el cuerpo muerto.

Los maoríes se tatuaban símbolos, ornamentos y patrones geométricos, por eso se considera que esta cultura fue una de las que mejor ha perpetrado este arte en los cuerpos. Hoy sigue reproduciéndose el arte maorí como un modo de preservar la historia de los pueblos.

En Grecia y el Antiguo Egipto también se consideraba a esta práctica de una manera espiritual. Tatuarse era cargar con la propia historia, el lienzo era la piel.
En Egipto eran las mujeres las que más se tatuaban y sus funciones eran protectoras.

En la Antigua Roma, el tatuaje era motivo de destierro. El cuerpo era considerado puro y sagrado y sólo se utilizaba el tatuaje para marcar a los criminales, quienes cargaban esa marca como símbolo de deshonor. Durante el período cristiano, el cuerpo humano hecho a imagen de dios no debía mancharse.

En Oriente el tatuaje también era utilizado para estigmatizar a quienes lo llevaban. En Japón, por ejemplo, a los delincuentes se les marcaba el brazo con un círculo.
A los tatuajes que llevaban los criminales se les agregan ornamentos o elementos que hacían a esta marca criminal “más estética”, hasta el punto de extenderse a los estratos más bajos de la sociedad, pero no necesariamente como una marca para criminales. Es entonces a partir de la exclusión social que esta práctica se empieza a generalizar.

Es en esta época que surge la Yakuza moderna, la mafia japonesa. Los yakuza utilizaban sus marcas para indicar lealtad hacia el jefe y coraje eterno. Japón ha conformado una de las tradiciones tatuadoras más importantes del mundo. En el año 1842, el emperador Mutsuhito decidió prohibir esta práctica, esto se debía a que el país estaba interesado en abrirse al mercado mundial y no quería dar al exterior una imagen que podría considerarse de barbarie. Por este motivo, el tatuaje se desplaza a sectores en la clandestinidad.

El tatuaje se occidentaliza durante las cruzadas del siglo XVIII y XIX, donde los marinos conocen territorios de una riqueza cultural muy variada.

James Cook, un marino de la Royal Society de Inglaterra, desembarca en 1769 en las Islas Marquesas, en Polinesia, y conoce a los maoríes. Describe en uno de sus libros de viaje: “Manchan sus cuerpos pinchando la piel con los instrumentos pequeños hechos del hueso, que estampan o mezclan el humo de una tuerca aceitosa […] En esta operación, que es llamada por los naturales “tattaw”, las hojas dejan una marca indeleble en la piel. Se realiza generalmente cuando tienen cerca de diez o doce años de la edad y en diversas partes del cuerpo”.

Los tatuajes se comienzan a realizar sobre los navíos. Los europeos volvían tatuados de sus viajes y de este modo el tatuaje se vuelve un “ornamento“. En estas experiencias de fusión cultural, se comienza a practicar el tatuaje en Inglaterra y en otros países de Europa.

También el circo fue uno de los reservorios y medio de expansión del tatuaje en occidente durante el siglo XIX. No sólo eran presentados allí personajes con el cuerpo cubierto de estos, sino que había tatuadores y tatuadoras que cobraban por dejar en la piel de los asistentes alguna figura exótica o algún motivo que los identificara.

El tatuaje hoy, miradas sobre la estigmatización

El tatuaje se considera como “hecho social”, como práctica social, es decir que el cuerpo humano es considerado materia simbólica, espacio de significaciones, representaciones y valores culturales de cada sociedad. ¿Cómo es entonces que el individuo configura su identidad a partir de sus marcas, en este caso del tatuaje, práctica aún no del todo legitimada en la sociedad? El propio cuerpo es “una forma particular de experimentar la posición en el espacio social”, dice Bourdieu. Es decir que esta práctica hoy puede observarse como lectura iconográfica, que a la vez constituye una identidad individual. pero configurando valores colectivos.

Tradicionalmente los tatuajes, tanto en los samoanos como maoríes, jugaron un rol de integración social: no constituían entonces, un elemento trasgresor para ese grupo cultural. Actualmente, este fenómeno es considerado de manera opuesta: hoy quien se tatúa se diferencia, ya no para ser uno más, sino para ser “uno menos”. Lo que antiguamente fue un rito, hoy es una práctica cultural heredada.

Los nazis, por ejemplo, en sus campos de exterminio, tatuaban a los prisioneros con un doble significado: identificación y humillación, porque la ley judía prohibía las marcas en el cuerpo.

Con el paso de los años, no sólo ha cambiado el modo de interpretar esta práctica, sino que también han evolucionado sus técnicas y sus concepciones en las diferentes culturas. Si bien el estigma hoy puede ser controversial, aún no ha desaparecido completamente.

Hoy, quienes suelen portar marcas en su cuerpo, pigmentos, aros o cualquier otra expresión alternativa que conjugue estos elementos de identidad individual y colectiva, sufren aún oprobios.

El tatuaje llegó a la Argentina en la primera mitad del siglo XX, su divulgación cobró fuerzas hacia finales de los 80 y durante la década del 90 (junto con los piercings y otras expresiones alternativas). En sus comienzos existía un fuerte rechazo hacia esta práctica, el miedo a quedar estigmatizado y a no poder conseguir trabajo, era una de las razones por las cuales muchos se realizaban tatuajes allí donde no pudieran ser visibles estando en mangas cortas.

En las últimas décadas el fenómeno se expandió y ha sido apropiado por figuras públicas, mediáticas y deportivas. Conductores televisivos como Marcelo Tinelli y la gran mayoría de los jugadores de fútbol profesional han logrado que aquello que estaba generalmente ligado a determinadas tribus urbanas, se haya transformado en una moda extendida. En palabras de Walter Benjamin se podría decir que la práctica fue perdiendo valor cultual para ganar en valor expositivo.

Si bien el estar tatuado hoy no es completamente estigmatizante, hay que diferenciar cuáles son las prácticas de este tipo que generan estigmatización y discriminación, de las que no. No es lo mismo exhibir motivos artísticos, realizados en lugares especializados y por lo general, de un altísimo costo, que tatuarse la piel con tinta china, dibujarse un corazón, el nombre de la madre o el de los hijos como suelen realizarse aquellos que, o bien no pueden acceder a pagar una suma con un tatuador profesional, o en sí esta práctica está relacionada con la pertenencia a un grupo identitario. En esto último podemos encontrar vestigios de una de las primeras funciones del “tau-tau”.

También existe la cultura del tatuaje “tumbero” o carcelario, a donde cada dibujo tiene una significación particular dentro de un universo de códigos manejado por aquellos que están privados de su libertad. Hay quien dice que es un dolor dulce. De lo que estamos seguros es que el cuerpo es territorio de rebelión y todo aquel que busque plasmar historias en su piel, no está más que explorando la libre determinación de su cuerpo.