Entre la bronca por las pésimas condiciones laborales de los call center y las ganas de organizarse para pelear por un mundo donde trabajar ya no sea un calvario por el que pasemos para enriquecer a una ínfima minoría de la humanidad
Martes 5 de febrero de 2019 00:33
Hace ya cuatro años que trabajo como operador telefónico en call centers. Ahora, con un nuevo sindicato y convenio: carnero, hambreador, patronal, disciplinador y vigilante, llamado irónicamente "ATTAC".
La rutina me trajo escoliosis, tendinitis, bronquitis, rinitis, sinusitis, y hasta problemas de ansiedad como movimientos repetitivos de los músculos o arrancarme pelos de la barba. Todo eso entre aires acondicionados permanentes, horas sedentarias, uso de la voz constante, bardeadas de los clientes, la presión de comer, fumar un pucho y descansar en un break de 15 minutos, entre otras cosas. Eso, con 23 años de edad.
El sábado me junte con varios compañeros y estudiantes de la Facultad de Medicina, tratando de disfrutar el sol y el agua, como venimos tratando de impulsar con nuestros Clubes Obreros. El pasto, y el agua fresca invitaban. Y nos pusimos a imaginar: ¿Qué rol podríamos jugar los trabajadores de la salud y la educación en una sociedad, sin explotados ni oprimidos, ni opresores ni explotadores, que es por lo que peleamos todos los días en nuestros lugares de estudio, de trabajo, y en las calles?
Pensábamos cómo sería un mundo donde no existiera el stress laboral, o la idea manijeante de llegar a fin de mes. Una de las chicas, la más joven, dijo: "un mundo donde el insomnio no sea porque tenemos pocas horas del día para disfrutar y por tanto acostarnos tarde", o por la simple ansiedad de pensar en nuestro poco tiempo de ocio.
Un mundo donde la cultura, el arte, las letras, sean más que una compañía efímera, y donde más bien atraviese nuestra vida, nuestras ideas, las explotemos al máximo y las disfrutemos plenamente. Donde no sólo sea alfabetizar para ser sujetos críticos, sino para disfrutar todo el tiempo que le expropiemos a nuestros expropiadores. Y fue lindo, no como idea utópica, sino como impulso revolucionario a seguir este camino. "Que no tengamos que sobrevivir", llegamos a la conclusión.
Por eso milito para construir un partido de las y los laburantes, socialista y revolucionario, ante un mundo cada vez más en crisis, donde las respuestas parciales al hambre, al sufrimiento de millones, de quienes piensan sus ataques hacia nosotros de manera conjunta, no tiene ningún tipo de sentido. Como en Venezuela, Brasil, Argentina, Francia, México, sólo por nombrar algunos. Por eso no me quiero comer ni sapos ni sapitos, el imperialismo con nombres y promesas piolas, "nac&pop" que les hacen el juego, ni nada.
La única respuesta que me parece razonable es no bancarse una y organizarse desde abajo para ir por todo. Con los avances de la tecnología y la ciencia, también expropiada de los CEOs y sus patovicas (con cara de ministros, con cara de burócratas, con cara de tu jefe) el socialismo podría ser socializar las rosas de la vida.
Podría ser el descanso del ama de casa y la obrera, del trabajador de call center y del docente, del de Rappi, Uber y Glovo. Se podría socializar la salud mental y que te puedas olvidar, al fin, del molesto reloj abajo a la derecha en la pantalla del monitor, que marca la hora de correr.