A un año del fallecimiento de Ramón Abalo, reconocido militante por los derechos humanos, secretario de la Liga Argentina por los Derechos Humanos (filial Mendoza) y militante del Partido Comunista, periodista y escritor, un humilde homenaje
Martes 10 de noviembre de 2020 18:05
Ramón Abalo en jornada por desprocesamiento de luchadores. Septiembre 2019, Mendoza. Foto|Chimi Ríos
Lo llamaban el Negro Abalo, Ramón, Don Abalo o como sea, lo llamaban todos los días para darle alguna novedad de los juicios, para hacerle alguna entrevista (a lo que respondía, “mientras no sea en el horario de la novela turca está todo bien”, le gustaban las ambientaciones de época), lo llamaban para transmitirle una queja o proponerle algún proyecto. Siempre tenía algún motivo para callejear, nunca dudó en “estar” cuando se lo llamaba para defender simplemente la dignidad.
Anécdotas hay muchas
Año 2003, en una nueva embestida imperialista sobre Medio Oriente, EEUU ataca Irak, justo cuando nos preparábamos para salir a tomar la calles en un nuevo aniversario del golpe genocida en nuestro país y contra la instalación de la base de “adiestramiento militar” Águila III, que terminó siendo una de las movilizaciones más importantes en años. Les secus del Bellas Artes habíamos colgado una bandera en solidaridad con el pueblo de Irak y contra la guerra, las autoridades del colegio sancionaron masivamente por ese hecho. Les estudiantes junto a nuestras familias organizamos una campaña en defensa de la libertad de expresión.
Ahí estaba, llevaba un cuadernito en la mano o alguna revista. “Hemos venido desde los organismos de derechos humanos a traer la solidaridad con nuestros compañeritos del Bellas Artes”. Veníamos de años difíciles, la desocupación y la desesperación en una crisis como nunca se vio, haber visto en la tele la represión en plaza de mayo en aquellas jornadas del 2001, a muchos que aún siquiera teníamos la mayoría de edad nos llevó a juntarnos y hacer agrupaciones secundarias, coordinar las escuelas y pelear más allá de las paredes de nuestros colegios. Habíamos armado el No Pasarán.
Le gustaba tomarse un tiempo para contar anécdotas de sus años de bohemia y militancia, de amores y vicios. Sin prejuicios escuchaba y compartía con la juventud. Ateo y provocador gustaba decir su frase de remate “yo tengo muchos vicios y los refuerzo”.
Las anécdotas seguirían infinitamente porque su memoria y la nuestra era el valor fundamental en cada encuentro.
En la calle y en la vida
Nos encontramos tantas veces y tantas nos desencontramos porque no teníamos la misma forma de ver el camino, sabiendo que sí nos encontrábamos del mismo lado. Peleamos mucho muchas veces, a veces no entendía cómo podía defender cosas increíbles, nos apasionamos en las discusiones y gritábamos agitando argumentos. Aun así, siempre se puso del lado de los humillados, de los humildes, de las mujeres en la pelea por nuestros derechos, de la juventud, de los agraviados. No estábamos de acuerdo en cómo había que hacer la revolución pero sí en que hay que hacerla.
Una de las últimas cosas que me regaló fue un recorte de la Verdad Obrera, periódico del PTS, con una nota sobre las valientes ajeras de Campo Grande, habían pasado más de 10 años y él aun lo conservaba, admiraba a esas mujeres que se habían liberado de esas ristras que eran como cadenas, como dijo Bayer.
Leía cuanta letra le llegaba a sus manos, sin prejuicios, nos robábamos libros mutuamente, se llevaba los de Trotsky y algún cuento, yo alguno que no hubiese perecido en el incendio que sufriera su casa años atrás.
Miles de anécdotas que describen las vivencias de quienes conocieron al Negro Abalo como muchos les dicen. Hace un año nos vimos obligadas y obligados a recordar esas anécdotas y tantas otras, otras en las que seguro ningune de nosotres participó o quizás sí, esas que contaba millones de veces pero cada vez que las relataba le hacía una introducción distinta para avivar ese suspenso que merecía la historia que seguro iba a tener un remate con una carcajada.
Las infancias merecen toda la plenitud posible, la foto de Guernica lo hubiese llevado a escribir con rabia y hubiese estado en la calle con nosotres. A sus nietas y nietos nos condujo por ese camino de apasionarnos en la bronca ante la injusticia al igual que a sus hijas e hijo, la Marcelita, la Mariana y el Jorgito.
Él no se quería ir, tenía una ópera por escribir, unos cuentos más, unos vinos por compartir y sobre todo, mucha calle que patear. En nuestra última charla, entre algunas risas con la Isabel, también conversamos de Bolivia, de su exilio pero también de la enorme preocupación que generaba lo que en el hermano país sucedía, el golpe cívico, eclesiástico y militar estaba en puerta.
Sigo extrañando sus llamadas desde el teléfono fijo para invitarme a su casa todas las semanas diciendo “tesoro ¿quiere venir a almorzar? la Marcelita hizo puchero” e ir a su dormitorio donde seguro iba a encontrar algo para leer y la boleta del FIT colgada en un estante, se extraña verlo en las marchas y abrazarlo para pedirle un caramelo como cuando con mis hermanos éramos niñes.
Sus tesoros, como gustaba decir, eran su familia, los amores, los amigos (los que se fueron y los que estaban, los del barrio, los del Grupo Anzorena, los chupistas y los de la militancia) y sobre todo a los 91 años aun tener la pasión de pelear por cambiar el mundo, como decía él “seguir jodiendo a esos cabrones que tanta nos joden”, que así sea.
Salud