De los «desertores» al movimiento Soulèvements de la terre (Insurrecciones de la tierra), la intensificación de la crisis ecológica reaviva los debates en torno a las teorías de la subsistencia. ¿Podemos asegurar nuestra reproducción material fuera del capital? ¿Y cómo lo hacemos?
Lunes 2 de diciembre de 2024
Nota publicada originalmente en Révolution Permanente
«El caos ecológico, la reciente pandemia y la dependencia energética hacen resurgir la idea de la materialidad de nuestras vidas, es decir, que estas son dependientes del medio natural, mientras que la sociedad del crecimiento económico prometía librarse de esta dependencia, hasta hacer de esta liberación la condición para nuestra libertad. Esta irrupción de la conciencia de nuestra propia materialidad alimenta ya preocupaciones: la subsistencia en las sociedades que han sacrificado la autonomía alimentaria y más ampliamente la autonomía en materia de cuidados, de hábitat, ya no es posible.»
Así explica la economista decrecentista Geneviève Azam el renovado interés por la corriente de pensamiento ecofeminista de las perspectivas de la subsistencia, que pone el foco en el desafío de recuperar el control directo sobre la manera de suplir nuestras necesidades, dentro de economías campesinas locales.
Estas perspectivas de la subsistencia, mezcladas con una reflexión original sobre el desmantelamiento y el desarme (sabotaje), están en el centro de Premières secousses, el libro de Soulèvements de la Terre publicado por La fabrique. Respondiendo a la invitación de estos últimos a que el libro «pase de mano en mano, suscite discusiones, objeciones, propuestas», volvemos sobre las aportaciones de este pensamiento pero también sobre aquello que nos parece una limitación, con la perspectiva de construir una relación de fuerzas contra el capitalismo ecocida y el imperialismo: su elusión de la cuestión de la producción.
La subsistencia, una crítica al desarrollo
Se atribuye a las sociólogas alemanas Maria Mies y Veronika Bennholdt, autoras del libro La subsistencia, una perspectiva ecofeminista (1999), así como a la activista ecofeminista india y crítica de la empresa Monsanto, Vandana Shiva, haber acuñado el concepto de subsistencia.
Con una voluntad, ya desde los años 1970, de comprender la crisis ecológica a través de un prisma de género y económico, estudian la explotación del trabajo doméstico de las mujeres, pero también el «de pequeños campesinos y artesanos del Sur, el trabajo de millones de pequeños productores que producen para responder a necesidades locales» así como de «la naturaleza misma, [...] considerada como un bien gratuito que se puede aprovechar y explotar sin coste o a bajo coste en beneficio de la acumulación». Para Mies y Bennholdt, son estas explotaciones las que aseguran la base de la acumulación interminable del capital, origen de la crisis ecológica: «el crecimiento ilimitado de dinero y mercancías solamente puede ser destructivo».
Este análisis les lleva a hacer una acerba crítica del «progreso», del «desarrollo» y de las tecnologías, elementos que se relacionarían con el expolio y la expropiación. «No puede haber progreso por un lado sin regresión por el otro». Desde este mismo punto de vista analizan la expansión neoliberal del capital: La estrategia neoliberal del libre comercio que promueven las grandes multinacionales [...] también es causa de una pauperización masiva de los campesinos en todos los países del Sur global, de la apropiación de grandes extensiones de tierras agrícolas y de partes enteras de la producción de alimentos por las multinacionales del Norte, así como del quebrantamiento de las políticas de autosuficiencia alimentaria en el Sur y en el Norte.»
Si bien manifiestan una supuesta ruptura de sus teorías con el marxismo, que acusan de productivista, Mies y Bennholdt se inspiran libremente en las elaboraciones de Rosa Luxemburg sobre la acumulación del capital. De hecho, la reflexión sobre la relación entre subsistencia y explotación está en el centro del análisis marxista. Ya en El Capital, Karl Marx detalla, a través del análisis de la acumulación primitiva, el proceso violento por el cual los capitalistas se proveen de una clase explotable arrancándola de sus modos tradicionales de subsistencia mediante la expropiación de los campos: «el avance de la clase capitalista en formación, [...] despojando a grandes masas de sus medios tradicionales de producción y de existencia, los lanza al mercado de trabajo sin previo aviso, proletarios sin hoguera ni lugar. Pero la base de este desarrollo es la expropiación de los agricultores».
Rosa Luxemburg continúa este análisis considerando este proceso no como una fase histórica inicial y específica del capitalismo, sino como un proceso continuamente repetido durante la expansión capitalista. Así, «sin las formaciones precapitalistas, la acumulación no puede continuar, pero al mismo tiempo se basa en su desintegración y asimilación» y «el capitalismo se nutre de formaciones y estructuras no capitalistas, concretamente, de la ruina de estas estructuras, e indispensablemente requiere desarrollarse en un medio no capitalista para acumular porque necesita un sustrato a expensas del cual puede proseguir con la acumulación, absorbiéndolo».
Luxemburg insiste en el hecho de que «a cierto grado de desarrollo, esta contradicción sólo puede resolverse mediante la aplicación de los principios del socialismo», es decir que toda la destrucción generada por la expansión del capitalismo no puede ser detenida sino por la toma del control de los medios de producción y su gestión democrática y racional por los trabajadores y los oprimidos.
Por el contrario, Bennholdt y Mies abogan por un retorno a una forma de economía local de la subsistencia. Para ellas, sería necesario organizar la sociedad en torno a «la satisfacción directa de todas las necesidades humanas más que sobre la acumulación permanente de capitales y excedentes materiales» en el seno de una «economía regional y descentralizada» en la cual «los hombres realizarían tanto trabajo no remunerado como las mujeres».
De esta forma, las perspectivas de la subsistencia podrían definirse por este interés en la satisfacción directa de las necesidades en el marco de sistemas económicos locales y por el afán de revalorizar y repartir el trabajo reproductivo dentro de las comunidades: «La producción de subsistencia o producción de vida incluye todo trabajo que sirva para la creación, perpetuación y mantenimiento directo de la vida en la tierra, y que no tenga otro objetivo que este mismo».
En este sentido, las perspectivas de la subsistencia pasan (sin limitarse a esto) por una especie de vuelta a la tierra: «La agricultura (cultura centrada en el cultivo del suelo) y la economía campesina son componentes esenciales de esta perspectiva orientada hacia la subsistencia» así como un desarrollo de múltiples iniciativas dentro de las ciudades para romper las fronteras entre éstas y el campo: cooperativas, monedas locales, huertos urbanos, compra en circuitos cortos y campesinos como acto político, etc. Si bien estas últimas iniciativas han dado sus frutos, y han demostrado que pueden ser totalmente incorporadas en el seno de un capitalismo «verde», el retorno a una ecología campesina de subsistencia continúa resultando poderosamente atractiva en el ecologismo radical.
¿«No se muerde la mano del que te da de comer»?
Con la intención de actualizar la perspectiva de la subsistencia, el filósofo Aurélien Berlan, autor de Terre et liberté (Tierra y libertad) (2021), defiende que el «poder de abastecimiento» del mercado y los estados «nos influye poniéndonos en una situación de dependencia material. La necesidad sirve entonces de enlace interno al poder: la amenaza de privación o la promesa de satisfacción bastan para presionar a quien la experimenta y modificar su comportamiento. Como recuerda el dicho: "No se muerde la mano del que te da de comer"».
Para él, emanciparse de esta dependencia, que afecta al trabajador asalariado, exige «contrariamente a la fantasía modernista de aligerar, hasta la ingravidez, nuestras condiciones de vida, acceder a los medios de subsistencia para poder tomar posesión de ellos».
Aquí, la perspectiva de la subsistencia refleja un deseo de sustraerse del trabajador asalariado y de la separación entre nuestras aspiraciones y la forma de vida degradada que nos impone el capitalismo. Como escribe Frédéric Lordon en Vivre sans, estas inclinaciones a la sustracción y la evasión son señales alentadoras, tanto más cuanto que provienen de «Sectores de la sociedad donde tienen a priori menos posibilidades de ocurrir: los cuadros, los estudiantes de las grandes escuelas, todas esas personas que forman normalmente el zócalo del orden [...] pero quienes han acabado por aborrecerlo». Sin embargo, esta política no es suficiente «para darnos una forma política completa, que consistiría, según el modelo de la destitución, en una huida a gran escala».
Más insidiosa aún es la compleja división del trabajo en el capitalismo, que hace impensable que se generalice a toda la sociedad la perspectiva de la sustracción para reapropiarse de sus medios de subsistencia. En el marco del actual sistema capitalista, una serie de bienes indispensables para la subsistencia provienen de la división capitalista del trabajo (energía, herramientas, medicamentos y cuidados médicos, información, por citar solo algunos). «Si la deserción de algunos tiene como condición de posibilidad oculta que a otros, en realidad la mayoría, no se les permita escapar y permanezcan en el capitalismo, no creo que esto sea una solución satisfactoria».
Posicionadas en contra del enfrentamiento y del combate frontal contra el capitalismo, Mies y Bennholdt describen explícitamente su política como una sustracción: «El viejo concepto de revolución, entendido como derrocamiento violento, generalmente repentino, del poder estatal y de las relaciones sociales, no corresponde a nuestra concepción de una perspectiva de subsistencia [...] estos cambios pueden ser iniciados por cada mujer y cada hombre, aquí y ahora.»
Sus planteamientos, sin embargo, están siendo objeto hoy de una reelaboración más combativa. Así, Soulèvements de la Terre escriben: «Si queremos, por consiguiente, dotarnos de los medios para asegurar nuestra subsistencia independientemente del capital, no podemos contentarnos con llamar a que se multipliquen las deserciones individuales, ni siquiera los experimentos colectivos. Debemos identificar y eliminar los obstáculos que impiden el acceso a la tierra y las prácticas de subsistencia.»
La búsqueda de la subsistencia se entiende aquí como un proyecto colectivo y que entra en conflicto con el capital, aunque el objetivo «asegurar nuestra subsistencia independientemente del capital» no rompe definitivamente con la tentación de la sustracción.
La idea es que para poder enfrentarse al capital, habría que reducir nuestro grado de dependencia del mismo, crear reservas de recursos y redes de resistencia. Este enfoque refleja una voluntad de pensar y preparar con precisión el enfrentamiento que comporta aspectos tácticos pertinentes a imagen de los reabastecimientos de piquetes de huelga y manifestaciones, o de la creación de vínculos entre los mundos obreros y campesinos. No obstante, falla al dar una importancia desproporcionada a los factores técnicos, en detrimento de los factores políticos.
Las últimas experiencias de lucha de clases en Francia, desde la reforma de las pensiones a los Chalecos amarillos pasando por la revuelta de los barrios populares, han demostrado la capacidad de diferentes sectores para movilizarse masivamente y con determinación, a pesar de su dependencia del capital, y a «morder la mano de quien los alimenta». Su derrota no se explica por factores técnicos (agotamiento de los recursos, dependencia del capital, etc.), sino por factores políticos, entre los cuales contamos la política de aislamiento y la estrategia de presión institucional de la intersindical durante la batalla por las jubilaciones, una política impotente ante la radicalización del Estado y de la patronal.
Expolio imperialista y tareas internacionalistas
Históricamente, la perspectiva de la subsistencia se ha construido como una crítica al expolio del Sur global. En respuesta, Mies y Bennholdt abogan por «aprender de las mujeres y los hombres del tercer mundo lo que podría ser una vida buena y que no dependiera enteramente del comercio internacional». Estos últimos tienen, según las autoras «una conciencia y una lucidez que todavía faltan en el Norte», mientras que «la gente que vive en el corazón del mundo capitalista debe cuestionarse su complicidad» con las matanzas, expolios y hambrunas causadas por el imperialismo.
Las autoras proponen trasladar al Norte la batalla por la conservación de la subsistencia de los pueblos dominados del Sur global. Una lógica que, además de equiparar las clases populares del Norte a aquellos que les explotan y que llevan a cabo políticas asesinas, no extrae las conclusiones estratégicas de la división del mundo entre centros imperialistas dominantes y países dominados.
En esta división del mundo, la acción desde un centro imperialista implica tareas políticas específicas: debilitar las capacidades de nuestro propio imperialismo tiene consecuencias internacionales sobre la posibilidad de liberación y emancipación en los pueblos que domina.
La crisis ecológica hace más urgentes las tareas específicas vinculadas a la intervención en los países imperialistas: según el estudio publicado en Nature, «Quantifying the human cost of global warming», en base a las tendencias actuales, se estima que el cambio climático arrojará a 2.000 millones de personas en 2030 y a 3.700 millones en 2090 fuera de los intervalos de temperaturas y precipitaciones relativamente estables en los que las sociedades humanas se han desarrollado durante milenios.
Esta perspectiva de pesadilla pone en tela de juicio las posibilidades de supervivencia de una parte importante de la humanidad, principalmente del Sur. Este dato hace que sea imperioso ponerle un freno no solamente a los gigantes de la contaminación, sino también a la carrera por el reforzamiento de las fronteras iniciada por las potencias imperialistas. Una vuelta a la subsistencia en los centros imperialistas se muestra inútil ante esta terrible realidad, que hay que combatir frontalmente, mediante un programa y una estrategia específicas.
En un país imperialista, como Francia o Alemania, la mejor manera de defender la integridad de las poblaciones del Sur y de conectarse con ellas en la lucha contra la catástrofe capitalista parece ser entonces la construcción de una relación de fuerza contra el propio Estado imperialista, sus fronteras, su ejército y sus expediciones coloniales, pero también contra sus grandes empresas expoliadoras y criminales, como hicieron en Total o Lafarge.
Esta lucha internacionalista implica aliarse con la clase obrera, que ha demostrado su capacidad para construir una enorme relación de fuerza contra el poder, por ejemplo con el cierre de Total y Exxon en otoño de 2022 durante varias semanas por la huelga de los refinadores de petróleo. Exige deshacerse de todo escepticismo hacia la clase obrera, y pelear incansablemente contra las ideas del imperialismo y el chovinismo en sus filas, y contra aquellos que dicen representarlos, desde la extrema derecha hasta los soberanistas de izquierda.
Abordar la cuestión de la producción y la división social del trabajo
El objetivo de «acceder a los medios de subsistencia para poder tomar posesión de ellos» apunta a un verdadero desafío: el de controlar consciente y democráticamente la manera en que la humanidad suple sus necesidades, limitando al mismo tiempo su impacto sobre el medio ambiente. La perspectiva de la subsistencia pone en entredicho, aunque con limitaciones, la propiedad privada capitalista, especialmente la propiedad privada de los suelos. Mies y Bennholdt insisten, en este sentido, en la necesidad de «reapropiarse de los bienes comunes más esenciales, recobrando el control sobre ellos: la tierra, el agua, los bosques, la biodiversidad, el saber».
Esta reflexión, sin embargo, se enriquecería si se planteara a escala macroscópica, por medio de un análisis de la relación de fuerzas y con el objetivo de la reapropiación comunal de todas las tierras y su reparto democrático. En un texto reciente el filósofo marxista y ecologista Paul Guillibert escribe lo siguiente: «Parece difícil confiar en la ingenuidad del Estado y de los capitalistas agroindustriales, en que se dejarían engañar por una diseminación local de experiencias de gestión de tierras en comunas. Entonces, ¿se puede realmente separar la estrategia de socialización de la tierra de un análisis de la relación de fuerzas política que hay que construir para ampliar y mantener esta socialización?»
Pero este cuestionamiento de la propiedad privada capitalista no puede limitarse a los «bienes comunes» como la tierra y el agua. En la época de los químicos eternos, del cambio climático y del boom del extractivismo minero, negarse a pensar en tomar el control y reconversión de fábricas, minas, y otros lugares de trabajo lleva a que a los «bienes comunes» de los que hablan las perspectivas de la subsistencia sean devastados por los estragos de la gestión capitalista de la producción. Dicho de otra manera, «aunque los defensores del medio ambiente a menudo lo olvidan, es en la fábrica donde comienza la contaminación [...] esta puede y debe ser combatida en el propio terreno de la planta y no solo alrededor de ella».
Este es un problema que Soulèvements de la Terre tratan de abordar, en particular en su capítulo «Revertir el vapor: la hipótesis del desmantelamiento». Este último plantea el reto de «desmantelar estas infraestructuras ecocidas y retomar las técnicas y los conocimientos para responder a nuestras necesidades sin ellas». Su enfoque, aunque original, no logra articular finamente el necesario desmantelamiento de las infraestructuras ecocidas y la emancipación social de los trabajadores, así como la organización democrática y ecológica de la producción de los bienes necesarios para la reproducción de la vida en sociedad.
En efecto, una parte importante de nuestras necesidades, por no decir la inmensa mayoría, no pueden ser satisfechas directa e individualmente o a escala de pequeñas comunidades por medio del trabajo de la tierra o la transformación directa de recursos naturales extraídos de los «comunes». Un pico o un escáner médico requieren una combinación de componentes y materiales procesados que solo se pueden construir mediante la división del trabajo a escala de toda la sociedad.
Además de recursos naturales y fuerza de trabajo humano, estos objetos son producidos por fábricas, minas, máquinas-herramientas, redes de distribución, es decir, por medios de producción. «Ninguna comunidad cerrada, por más autónoma que se quiera, puede internalizar esta totalidad», afirma Frédéric Lordon. «Que florezcan en el desarrollo de la forma social postcapitalista zonas comunalistas o islotes autónomos (con los fines más variados, desde huertos colectivos hasta los garajes o las clínicas autogestionadas) es una cosa; que la formación social se reduzca a su formación-yuxtaposición es otra. Habrá algo más. Algo llamado la división macrosocial del trabajo.»
Esta división macrosocial del trabajo se impone de manera tanto más necesaria cuanto que el capitalismo nos ha precipitado en un «nuevo régimen» ambiental caracterizado por las catástrofes, las sequías, los virus, como señala Paul Guillibert. Este nuevo régimen medioambiental es, en parte, irreversible. Para reducir la magnitud de la crisis y hacer frente a sus consecuencias directas, se requieren una serie de herramientas complejas que exigen una división avanzada del trabajo y un control consciente de los medios de producción. Desde las vacunas hasta el transporte para los refugiados, pasando por el uso racional de los instrumentos digitales para racionalizar la producción y procesar los datos necesarios para abarcar la crisis ecológica. También cabe pensar en las operaciones altamente complejas y técnicas de reconversión, el cierre selectivo y la descontaminación de las infraestructuras industriales del capitalismo.
En el capitalismo, la división del trabajo responde a la búsqueda del beneficio económico y es responsable de una multitud de horrores, como la división racial y de género en la sociedad, el expolio imperialista, o la reclusión de las personas en tareas que son destructivas para el cuerpo, la mente y el medio ambiente.
Pero en una sociedad donde los medios de producción fueran arrancados de las manos de los capitalistas y puestos bajo el control democrático de los que producen, esta división del trabajo, además de ofrecer mucha más libertad y posibilidades individuales, podría significar otra cosa.
Permitiría extraer las tareas reproductivas de la esfera privada y asumirlas colectivamente, compartir las labores ingratas y poco cualificadas, controlar colectiva y democráticamente nuestra relación con el medio ambiente. Pero también podría ser el punto de partida para una nueva forma de solidaridad, confianza y cooperación colectiva, la de reconocer nuestra dependencia de los demás para nuestra existencia y nuestro desarrollo, y, a cambio, trabajar por la existencia y el desarrollo de todos. Esta perspectiva requiere, ciertamente, restablecer los medios de nuestra subsistencia colectiva teniendo como referencia nuestro planeta, pero sobre todo aspirar a la toma colectiva de todos los medios de producción.
Traducción: Dena Rueda