El fútbol, nadie lo ignora, es un manantial inagotable de xenofobias y homofobias, ya que se trata de un territorio al que lo políticamente correcto no afecta para nada.
Sábado 16 de enero de 2016
Tal vez sirvan para modificar conductas (y por qué no, llegado el caso, incluso conciencias) las sanciones aplicadas por la FIFA a diversas federaciones de Sudamérica, como reprimenda por los cantos homofóbicos que se entonaron en algunos partidos de las eliminatorias en curso. El fútbol, nadie lo ignora, es un manantial inagotable de xenofobias y homofobias, ya que se trata de un territorio al que lo políticamente correcto no afecta para nada. Su fantasma omnipresente tiende siempre a ser el puto, el riesgo fatídico de que te la pongan, la voluntad permanente de ponérsela al otro (de ponérsela al otro porque es puto, o de ponérsela al otro para hacerlo puto).
Se dirá, y con razón, que la FIFA no es una institución con autoridad moral para imponer castigos a nadie. Y no parece demasiado firme, por lo demás, desde un punto de vista jurídico, la idea de que una entidad deba hacerse responsable por el contenido de las canciones que los hinchas en las tribunas braman o entonan. No obstante, no viene nada mal que a las medidas ya implementadas contra la manifestación de prejuicios étnicos o nacionales se agreguen ahora estas otras, referidas al gusto sexual de cada quien.
Puedo poner un ejemplo elocuente. Cierta vez, en cierta cancha, estaba jugando Atlanta. En un momento dado del partido, la hinchada local (la única presente, por otra parte) lanzó a viva voz esta estrofa: “Los judíos son / todos putos”. El árbitro del encuentro, siguiendo disposiciones expresas, procedió de inmediato a interrumpir el juego hasta tanto cesara esa grave ofensa coral. Ante eso, se produjo en las gradas una pronta modificación de la letra, y el canto se reformuló de este modo: “Los de Atlanta son / todos putos”. Ante lo cual el árbitro se mostró muy satisfecho, dio por terminada la lección antidiscriminatoria y ordenó que se reanudara el partido, cosa que se hizo. Queda claro que la sensibilidad de las autoridades para con la discriminación sexual no estaba tan elaborada como su sensibilidad para con la discriminación étnica: la judeofobia se detectaba, la homofobia no.
Podría decirse, sin embargo, en todo caso, que la carga ofensiva del canto de la tribuna no estaba tanto en el empleo peyorativo de la palabra “judíos” o de la palabra “putos”, como en el empleo abusivo de la palabra “todos”. El núcleo ideológico de las discriminaciones no es otro que la generalización (porque algunos judíos sí son putos, ¡si lo sabré yo!). En la ambición totalizadora está la marca de la estigmatización. No ya en la incapacidad de ver la diferencia de los otros, como de ver la diferencia en los otros: que los otros no son nunca una sola cosa.
La AFA fue multada por los cantos que se oyeron en ocasión del encuentro de Argentina con Brasil. No estuve en el partido, pero presiento que lo que se cantó fue aquello de “Siga siga siga el baile / al compás del tamboril / que esta noche nos cogemos / a los putos de Brasil”. Quedaría abierto a la interpretación, según creo, si el factor de generalización está presente en estos versos o si no: si se está diciendo que en Brasil son todos putos o si se está anunciando la sodomización de aquellos que, en Brasil, sean putos.
Los abogados de la AFA acaso quieran examinar el tema. Aunque no creo que puedan ocuparse de hacerlo antes de que logren llevar a cabo en la institución una elección de presidente que no esté viciada de nulidad.
Martín Kohan
Escritor, ensayista y docente. Entre sus últimos libros publicados de ficción está Fuera de lugar, y entre sus ensayos, 1917.